FREI Y LA ULTRADERECHA
Pablo Valderrama – El Líbero, Columnas, 03/12/2025
Un demócrata rendido ante la ultraderecha. Eso vio una porción significativa del progresismo en la foto que reunió al expresidente Eduardo Frei con José Antonio Kast. Sin embargo, esa lectura del encuentro es muy insuficiente.
Y aunque lo es por distintas razones, en esta columna desarrollaré solo una: Kast puede tener problemas, sin duda, pero representar a la ultraderecha no es uno de ellos.
| El problema está en un progresismo que usa “ultraderecha” como instrumento para transformar adversarios legítimos en enemigos de la democracia. Un arma que, además de su debilidad, ha mostrado su nula eficacia electoral. |
Partamos por lo básico: ¿qué es la ultraderecha? Se trata de un concepto manoseado, un arma retórica que emplean distintos bombarderos: políticos, columnistas y una parte del periodismo. Sus blancos han sido Kast, Piñera, Matthei y, en general, cualquiera que no navegue el mar progresista.
Pero también cuenta con respaldo en la academia chilena, donde el principal articulador es el politólogo Cristóbal Rovira –quien incluso dirige un centro dedicado a estudiar el fenómeno–, cuya influencia en la discusión pública parece indudable.
Por ejemplo, Daniel Matamala lo llama una “eminencia” y adopta su marco teórico en un libro sobre crisis de la democracia, Mónica Rincón lo corona como “uno de los mayores expertos en América Latina y Europa”, y así otros tantos.
Por eso vale la pena detenernos en su propuesta. Si el trabajo de Rovira es influyente, lo mínimo es examinarlo para saber si lo que tenemos al frente -Kast-, es realmente la ultraderecha que la izquierda progresista denuncia.
El académico divide a la derecha en dos ramas: la convencional y la ultra. La primera defendería ideas de derecha de manera moderada y sería incondicional al sistema democrático liberal (acá estarían RN y la UDI).
La ultra, en cambio, defendería esas misma ideas, pero radicalmente, teniendo un vínculo problemático con la democracia liberal: atacaría tribunales, concentraría poder, etc.
Para Rovira, Kast sería el guaripola criollo de la ultra: un líder conservador y radical que pondría en riesgo el sistema democrático. Así, un triunfo del republicano sería la antesala del funeral de la democracia chilena, al que Frei estaría colaborando.
Pero ¿qué significa “defender ideas de derecha con radicalidad”? Increíblemente, los trabajos de Rovira no definen con precisión dónde está el umbral entre lo moderado y lo radical, entre lo democrático y lo extremo.
Y la consecuencia es grave: el marco de Rovira no nos permite distinguir con precisión si Kast es un conservador convencido o si es alguien que busca dinamitar el sistema democrático.
Pensemos, por ejemplo, en el aborto: ¿es radical o extremo por oponerse a él (tal como se opusiera históricamente gran parte de la DC, o Norberto Bobbio, por ejemplo)? ¿Se transformaría en moderado si lo aceptara en ciertos casos?
O pensemos en el Estado-nación: ¿fue radical Kast por negarse a la plurinacionalidad que propuso la fallida Convención Constitucional? O en materia de orden público: ¿era extremo el candidato republicano por pedir militares en La Araucanía antes de que lo decretara el Presidente Boric?
Como Rovira no ofrece límites precisos, el criterio flota en el aire y la calificación de “ultra” termina dependiendo de la inclinación del investigador de turno. Así, en lugar de iluminar la discusión pública desde la academia, se termina dando munición al activismo.
Además, si el ecosistema progresista está tan preocupado por la crisis de la democracia y la radicalidad es un elemento que nos advierte de ella, ¿por qué no estudiar casos donde el progresismo es el sospechoso? Por ejemplo, ¿no era radical la defensa de ideas de izquierda por parte de Gabriel Boric?
Recordemos su propuesta de refundar Carabineros o el hecho de haberse atado a un proyecto constitucional que eliminaba el Senado, politizaba la justicia, debilitaba la institucionalidad electoral, entre otros –todo lo cual haría que Boric cumpliera el segundo requisito de lo ultra: tensionar la democracia liberal.
Qué decir de haberse plegado a una acusación constitucional contra Piñera y propiciar así el derrumbe del sistema político en ese intenso 2019, y también en 2021. ¿Fue todo esto una defensa moderada de sus ideas? ¿Por qué los criterios vagos entre moderación y radicalidad dejarían a Boric del lado de los buenos y a Kast en el de los malos?
Esta parcialidad en el análisis explica, al menos en parte, la reacción ante la foto Frei-Kast: el progresismo ve a una democracia rendida ante la ultra justamente porque actúa con marcos como el de Rovira –criterios vagos, aplicación selectiva– que los llevan a esa lectura.
Pero Frei no opera así. Probablemente ve en Kast a un político conservador con defectos más o menos importantes –excesivo uso de lenguaje adversarial, denuncias sin sustento de fraude electoral, entre otros– pero no una amenaza existencial a la democracia.
Si esto es cierto, el problema no está en el expresidente, sino en un progresismo que usa “ultraderecha” como instrumento para transformar adversarios legítimos en enemigos de la democracia. Un arma que, además de su debilidad, ha mostrado su nula eficacia electoral.
El problema está en un progresismo que usa “ultraderecha” como instrumento para transformar adversarios legítimos en enemigos de la democracia. Un arma que, además de su debilidad, ha mostrado su nula eficacia electoral.