LAS OPINIONES DE ESTA COLUMNA DE OPINIÓN SON DE RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO REFLEJAN NECESARIAMENTE EL PENSAMIENTO DE UNOFAR
Nuestros candidatos a cargos de elección popular desarrollan sus campañas sometidos a muy bajo escrutinio público.
A pocas semanas de la elección presidencial y pese al esfuerzo de los postulantes a la Presidencia, al Congreso y a los Consejos Regionales, cuya elección directa se realiza por primera vez, la población parece seguir estos acontecimientos con muy poco interés. A ello contribuye la marcada despolitización de nuestros ciudadanos: casi 60% no se identifica con ningún conglomerado o corriente políticos. También influye la reducida confianza que despiertan la política y las instituciones de la democracia, como el Senado o la Cámara de Diputados. Muchos ven en esta realidad una crisis de la política y creen que la situación se puede revertir con cambios en el sistema electoral y en algunas otras instituciones de la política. Pero también son importantes las prácticas. Los partidos son poco porosos a la ciudadanía, y las posturas a que adscriben rara vez son el fruto de un intercambio fluido con sus bases. Pero el escaso interés en las campañas quizás no tenga mucha relación con esa supuesta crisis y sea propia de una democracia consolidada. En alguna oportunidad el escritor Mario Vargas Llosa sostuvo que las democracias maduras son algo aburridas.
Posiblemente el escenario de esta campaña electoral tenga algo de ambos fenómenos. Sin perjuicio de cambios institucionales que puedan fortalecer la política, hay prácticas largamente establecidas en otros países que en el nuestro no están muy presentes. Por ejemplo, nuestros candidatos a cargos de elección popular, a pesar de que a veces se crea lo contrario, desarrollan sus campañas sometidos a muy bajo escrutinio público. Ocasionalmente se levantan cuestionamientos a sus actuaciones en el campo privado o público. Es difícil establecer los límites que no deberían ser traspasados en ese proceso, pero las personas que aspiran a representar a la ciudadanía deben estar abiertos a una revisión amplia de sus actuaciones, decisiones y opiniones.
Esa desconfianza en los partidos y líderes políticos lleva a veces a argumentar en contra de altos niveles de escrutinio, temiendo que ellos lleven a mayores niveles de desprestigio de esa actividad. Pero, inevitablemente, en un episodio cuya denuncia ha comprometido a varios de los candidatos presidenciales, un postulante a la primera magistratura se ha comprometido a explicar hechos eventualmente inhabilitantes para tal aspiración. Esto no debería causar mayor alarma, pues es frecuente también en democracias más avanzadas -las campañas estadounidenses, por ejemplo, ofrecen no pocos ejemplos de episodios similares-. El riesgo de desprestigio de la política, de existir, se manifestaría solo en el cortísimo plazo. Como contrapartida, una democracia cuyos actores se sientan observados por la opinión pública tendrá políticos con mejor comportamiento y, tal vez, como consecuencia, más valorados por la ciudadanía. Por cierto, quienes no puedan superar ese escrutinio tendrán que dar un paso al costado. Un escenario semejante solo puede contribuir a fortalecer la política y a elevar los niveles de confianza en ella. La falta de escrutinio provoca naturalmente que la política se desarrolle en un nivel de opacidad indeseable, que alimenta inevitables desconfianzas.
Por las positivas externalidades que crea, en democracias más avanzadas es habitual que en este escrutinio haya diversos interesados. Desde luego, para ello están siempre los adversarios políticos, pero quienes lo realizan sin buenos fundamentos son, en general, castigados por los votantes, porque una democracia acostumbrada a una mayor transparencia espera seriedad en ese escrutinio. El mayor profesionalismo en esta materia lo aporta la prensa que se apoya en investigaciones propias o, a menudo, en organizaciones no gubernamentales que recogen desde el historial de votaciones de los candidatos hasta sus declaraciones de interés, pasando por sus actuaciones durante su trayectoria profesional o laboral. En nuestro diario, la sección dominical “El polígrafo” recoge las incoherencias entre los dichos y la realidad de los políticos. En Chile esto está aún poco desarrollado, pero seguramente irá creciendo con el tiempo