Juncal (1)
Patricio Espinosa Zanelli*. Coronel de Ejército
Experiencias formativas de montaña en escenarios extremos, ante adversario y amenaza real cuando se resuelve intercambiar dos oficiales de ejercito detenidos por presunto espionaje.
Estamos en el campamento base del ventisquero Juncal, en la confluencia del río Juncal y el estero Monos de Agua. Son las 06:30 horas de una fría y húmeda mañana de fines de abril de 1981. La pesada neblina plomiza enmascara y se confunde con las cumbres que rodean nuestra posición. Al mando del mayor Fernando Silva, servíamos un grupo de instructores de montaña, entre los que me encontraba, y no menos de 60 suboficiales y 40 oficiales alumnos del curso de montaña. Entre ellos se encontraba el Teniente Rodrigo Estrada Toribio, quien el 12 de septiembre de 1982, moriría junto a otros cuatro camaradas bajo un infierno de avalanchas de barro, nieve, y hielo, a pocos kilómetros hacia el oeste, tras el cerro Alto Los Leones, en la vecindad de la minera Saladillo.
Mientras nos alistábamos para otro día de instrucción de vida, movimiento y combate sobre el hielo, entre la bruma distinguimos una reducida patrulla montada. Rara e inusual visión a esa hora. Significaba que provenían desde la Escuela de Montaña, en Río Blanco, por lo que deberían haber iniciado su marcha con mucha antelación.
Marchaban con la premura de alguna emergencia. Veo raudo al jinete (Teniente Antonio Yackcich), que venía a la cabeza de la reducida columna, dirigirse a hablar con nuestro comandante, el que ya también caminaba rápidamente a su encuentro.
1. La forma y estilo de exposición del presente relato -y otros de este tipo- tienen por objeto integrar experiencias humanas, de conducción táctica y de técnica de montaña, para una mejor comprensión por parte del mundo civil en relación con la vida militar y el cumplimiento de las misiones constitucionales de las fuerzas armadas.
Misión: se debía ocupar defensivamente la totalidad de los pasos y portezuelos fronterizos de la línea del Aconcagua. No sería la primera vez, ya en el año 1978, para la hipótesis de guerra con Argentina, que finalmente es mediada por el Papa, se había ejecutado.
Era producto de un cierre unilateral de la frontera por parte de las autoridades argentinas a lo que Chile responde con un despliegue preventivo de fuerzas. La campaña de hielo había terminado. Dos minutos bastaron para que el mayor Silva impartiera una de las primeras ordenes tácticas, en este caso una orden de marcha: “Alcanzar la confluencia del río Juncal con el estero Juncalillo en un plazo de 8 horas”. Se desarma el campamento y se alista la columna de hombres y ganado para el regreso. Los jefes de curso apuramos a nuestros alumnos y organizamos la bajada.
El mayor Silva se reúne con sus capitanes. Se nos informa que la unidad debe organizar dos núcleos: un esfuerzo principal que deberá marchar a ocupar posiciones defensivas en la zona general del Cristo Redentor o paso del Bermejo y el núcleo secundario marchará a la zona de Los Hornos y cumplirá misión de vigilancia en los pasos fronterizos de Navarro Norte y Navarro Sur.
El capitán Reed y el capitán Álvarez, nuestros comandantes de compañía, nos ordenan a mí y al subteniente Roberto Villegas, que con cinco sargentos instructores y 40 cabos alumnos iniciemos la marcha antes que el resto de la columna, debiendo detenernos en Los Hornos a fin de recibir una orden de combate.
Sabiendo que este punto constituye el acceso a los Navarro, a mí ya no me cupo ninguna duda que seríamos el esfuerzo secundario. Roberto Villegas era un comandante apasionado, pero tranquilo y ponderado. No podría estar mejor acompañado.
La marcha, rápida pero segura, nos ensimisma en graves pensamientos. Rápida y ágilmente llegamos a Los Hornos con lo que ahora sería una agrupación andina2 de nivel sección andina reforzada. Esperaba mi misión táctica junto a Roberto, cerca del antiguo refugio de piedra que utilizaban arrieros y pirquineros.
En Los Hornos, el resto de la columna no se detiene. El Mayor Silva ordenó que se nos dejara toda la munición que se portaba, la alimentación para hombres y ganado, combustible para cocinillas, elementos de sanidad, una reducida recua de mulas y otros. Entre los “otros”: algunas cajetillas de cigarros, galletas y otras menudencias a voluntad de los que marchaban más hacia el Norte por el cajón de Juncal y hacia la confluencia con el estero Juncalillo, donde se les unirían -según supimos más tarde importantes fuerzas y medios propios de un batallón de infantería de montaña. El sargento Pedro Vallejos, de dotación del núcleo secundario asume las tareas logísticas mientras el Mayor Silva, indicando los puntos en la carta topográfica, se dirige al comandante de la agrupación andina.
- “Patricio, tu misión es vigilar los pasos Navarro Norte y Navarro Sur, a fin de detectar oportunamente avances enemigos o indicios de esa actitud, a partir de este momento”, ordena. Luego continúa:
- “Esta agrupación andina constituirá la protección del flanco Sur del dispositivo, cuyo esfuerzo central, al que me dirijo con el grueso de la columna, enfrentará al adversario en la zona de paso del Cristo Redentor”.
- “Mi Mayor, solo tengo alimentación de hombres y ganado para tres días”, le recuerdo, con mucha preocupación.
- “Me informaron que te enviarán apoyo logístico y que vendrá un oficial del cuartel general a entregar otras orientaciones. Suerte en la misión de vigilancia”, concluye.
Luego, notablemente emocionado, abraza al subteniente Villegas, al sargento Vallejos y a mí, para posteriormente apurar el paso al encuentro de la unidad que ya se perdía de vista en su apurada marcha hacia la confluencia.
2. De una organización de docente -para tiempo de paz- pasábamos a conformar una unidad para la guerra.
Listo, no necesitaba más. En media hora, acompañado del sargento Pedro Vallejos, íbamos entrando al empinado sendero hacia los Navarro sobre sendas monturas. Debíamos reconocer y recorrer al menos, hasta la base
Ilustración 1 En el cuartel de Río Blanco: la cuna de los cóndores guerreros.
de ambos portezuelos. Además, calcular los tiempos de marcha, resolver la composición y ubicación de las patrullas y otros innumerables problemas logísticos y operativos. Avanzamos hasta que las mulas comenzaron a “nadar” sobre la inmensidad de nieve caída, factor que no nos permitió avanzar mucho más, pero lo podríamos contar como una ventaja táctica importante que retrasaría y entorpecería, también, el avance adversario. Siendo aproximadamente las 19:00 horas de la tarde de ese frío y húmedo día, regresé con el Sargento Vallejos a Los Hornos.
En el país se vivía una situación de extrema tensión con Argentina, a causa de la detención de dos oficiales de esa nacionalidad en el territorio nacional, en represalia y como medida de presión por la detención hacía un tiempo, de dos oficiales de Ejército, chilenos, en la Patagonia Argentina; siendo acusados, encauzados y finalmente en condición de prisioneros, condenados por espionaje.
Como respuesta, Argentina decreta unilateralmente el cierre de las fronteras y despliega sus fuerzas en los pasos principales.
El mayor Fernando Silva, al regresar del ventisquero y disponer la unidad de protección de flanco en los Navarro (como se ha relatado), se encontraba accidentalmente a cargo del Instituto en Río Blanco, por cuanto el Director y Subdirector se encontraban en alguna actividad del servicio en Santiago.
A su arribo se le acerca el suboficial Reed, de la Ayudantía de la Dirección, junto a la Suboficial Carmen Olivares, dactilógrafa de la subdirección, y le comunican que el Vicecomandante en Jefe del Ejército (VCJE), el General Julio Canessa Roberts, deseaba hablar personalmente con él.
No le extrañó recibir una llamada de la máxima autoridad institucional. Claramente una demostración de las delicadas coordinaciones de una resolución de inciertos resultados.
Al contestar el teléfono el VCJE le ordena:
- Mayor Silva, escúcheme bien, mañana a las 6 de la mañana la Escuela de Montaña amanece ocupando las alturas en los pasos de su sector.
- Aun conociendo la situación -por otras personas autorizadas, como hemos sabido- a modo de confirmación le pregunta: mi general ¿me repite, por favor?
- Mañana a las 6 de la mañana la Escuela de Montaña se despliega en los pasos hacia Argentina, ¿está claro?
- Si mi general, a su orden… respondió. A continuación, se aboca disponer lo necesario para organizar al núcleo de fuerzas principal y a organizar el apoyo logístico para el esfuerzo secundario.
Posteriormente asumió el mando de las fuerzas desplegadas el Director de la Escuela de Montaña.
De regreso en Los Navarro
Como he relatado, luego de descender de los Navarro junto al Sargento Vallejos nos desmontamos de nuestras cabalgaduras en Los Hornos. Al mando del segundo comandante de la agrupación, el Subteniente Roberto Villegas, se organizaba la unidad para el combate. Se prepararon refugios para las mulas y un puesto de atención sanitaria, se instalaron elementos de circunstancia para alertar movimientos en las posibles vías de aproximación adversarias y se distribuyeron los grupos de combatientes para diversas tareas operativas y logísticas que afrontaríamos. Había que pasar una noche segura, confortable y estar en condiciones de instalar ambas patrullas de vigilancia en los pasos, además de una posición defensiva adelantada en el campo intermedio, a partir de las 10:00 horas de la mañana siguiente.
Mientras desmontábamos, Roberto se me acerca rápidamente, con su rostro mostrando una determinación, tranquilidad y compromiso que me estremeció. Me informa que el comandante de las fuerzas, el Director de la Escuela de Montaña, había revistado a la agrupación y que había dejado la orden de combate adosada a la carta topográfica en la que habíamos graficado la situación. No me hizo otro comentario. El segundo comandante regresó rápidamente al polígono de tiro de circunstancia donde la tropa limpiaba las armas una vez haber disparado y reglado su armamento. Posteriormente pasó a revistar los trabajos para la pesebrera de ganado improvisada. Esa noche caería nieve y el ganado mular debía quedar a cubierto. Estos nobles brutos serían vitales para lo que vendría.
La orden de combate graficada en la carta de situación indicaba que la misión para la unidad había cambiado: de vigilancia pasábamos a defensa, pero bien sabemos por nuestra doctrina que el que quiere defenderse debe atacar. A partir de ese momento debíamos “interceptar y destruir fuerzas adversarias que penetraran al territorio nacional, sin ceder al oeste de la posición actual en que nos encontrábamos”. Adelantadas estarían nuestras patrullas de observación y escucha. l
Enterradas bajo la nieve y en un esquema de silencio desde sus privilegiadas posiciones de observación, desde las que deberían detectar los avances del adversario, efectuar escuchas y a través del contacto de fuego, encauzarlos al campo intermedio (CI), las áreas más adecuadas para su aniquilación.
Con los explosivos, que en requisa voluntaria nos fueron cedidos por varios pirquineros que esos días extraían artesanalmente riquezas desde socavones, construimos una primera línea defensiva, la que se activaría con el fuego de las armas desde un puesto avanzado a las direcciones o vías más probables de aproximación hacia el grueso de nuestra posición.
La activación de avalanchas, fuego rasante y de punto de fusilería y ametralladoras y la activación de poderosas fogatas pedreras3 convertirían cualquier infiltración tras nuestras líneas en una tarea imposible de superar. Más abajo, una tercera línea de resistencia y final, que dominaba las alturas, impondría el obstáculo que la fuerza adversaria no cruzaría, a costa de nuestro compromiso y determinación.
Esa noche, a la hora de la retreta (4), oramos. Sabíamos que la misión significaba entregar la vida antes de ceder terreno al adversario. Se pidió colectivamente por dos deseos: el bienestar de nuestros seres queridos —por quienes cada uno en silencio ya había derramado más de una lágrima— y por la patria, su seguridad y grandeza.
Al día siguiente una unidad logística nos entrega paquetes sanitarios individuales, alimentación, munición, granadas de mano y ametralladoras,
3. Un hoyo profundo en el que se depositan explosivos y se rellena con piedras de diversos tamaños que al ser accionados por vía eléctrica o del fuego arrojan piedras y cascajos en las áreas seleccionadas conforme a plan.
4. Ultima reunión de la tropa antes de pasar al reposo.
El Plan (5)
5. En el cuartel de Río Blanco: la cuna de los cóndores guerreros.
Todos los que ahí estábamos atestiguamos cuando el año 1978 estuvimos a punto de entrar en guerra y, antes de eso, cuando la frontera norte del país había estado amenazada por cánticos bélicos desde más allá de la Línea de la Concordia (6), por lo que ninguno siquiera se extrañó por el rumbo de los acontecimientos del día (7) y que nos mantuvieron una semana en pie de guerra. Esta ocasión, según más adelante fuimos informados, constituyó una medida defensiva y de precaución ante una posible actitud ofensiva adversaria.
Finalmente, y luego de una semana, llega a Los Hornos un oficial del cuartel general y me transmite una orden que debía cumplirse en horas de oscuridad: “Cese del cumplimiento de la misión y regreso durante la noche al cuartel de Río Blanco”. Una vez ahí, debía desmovilizar la agrupación andina y reintegrar la tropa a sus actividades normales. Retiramos las patrullas desde sus posiciones adelantadas, desmontamos los elementos de seguridad, desactivamos las fogatas pedreras y desarmamos el campamento antes de iniciar la marcha nocturna.
Al día siguiente, en la mañana, nos dieron permiso para reencontrarnos con nuestros familiares. Muy preocupado, poco antes de despedirme de mi tropa y luego de una larga cola para el único teléfono disponible, llamé por teléfono a mi casa. Con mucha expectación y preocupación pregunté:
—“¡Mamá, que bueno que puedo hablar contigo! ¡estaba muy preocupado por ustedes!”
—Con voz alegre y cariñosa mi madre contesta. — “¡Hijo, hola! Aquí todo como siempre, tu papá y hermanos bien. Si vienes el fin de semana a Santiago trae un par de kilos de paltas de Los Andes viejo, ¿ya?”
Antes de despachar a los suboficiales les anuncié que aparentemente ni la prensa ni nadie sabía nada de lo sucedido. Así es que mejor ni comentar.
—“¡Hasta luego!” —me despido.
6. Conviene en este punto aclarar que en esos años la amenaza vecinal era una realidad permanente para nuestro país.
—“¡Hasta luego, mi teniente!” Responden con voz firme y grave, cuyo eco rebota con fuerza en los cerros Nido de Cóndores, Muela del Diablo y Refugio, que rodean a la Escuela de Montaña (8).
*Oficial de EM del Ejército; Especialista en Montaña.
- 7. No se relata, en este texto, la experiencia del núcleo central de fuerzas desplegado en la zona general del Cristo Redentor. Este texto, opiniones y probables desaciertos son responsabilidad del autor.
Las opiniones en esta sección, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional