Durante el presente mes la Unión y con los aportes de Mario Barrientos Ossa y de otros historiadores, ira entregando algunos aspectos de la vida del Padre de la Patria, que a veces son un tanto desconocidas y que nos permitirán conocer un poco más de la obra de Don Bernardo O´Higgins Riquelme y de su entrega a nuestro país.
LA FISONOMÍA DE DON BERNARDO
Mario Barrientos Ossa, Abogado Magister en Derecho U. de Chile
El Tipógrafo, 27/07/2021
La iconografía, como lo hemos descrito en una crónica anterior (1), nos muestra la figura material del Libertador, inmortalizado en un retrato, en un monumento, en rígidas figuras, que nos ilustran acerca de cómo era físicamente, en carne y hueso.
Pero, tales no nos ilustran acerca de su entero modo de ser, no describen su alma, su carácter, cómo lucía al conversar con otras personas, cómo se desenvolvía en la vida diaria.
Para alcanzar tal objetivo, es indispensable leer los retratos hablados escritos por quienes lo conocieron en vida, y que nos permiten saber con realidad cómo era el Libertador en su vida diaria.
María Graham, viajera inglesa, quien durante su estadía en Chile visitó a don Bernardo varias veces, nos dejó inolvidables páginas en su recordada obra (2)
Lo recuerda como “modesto, abierto, de modales sencillos, sin pretensiones de ninguna clase (3). Si ha realizado grandes hechos, los atribuye a la influencia del amor patrio”. Lo describe diciendo que “es bajo y grueso, pero muy activo y ágil; sus ojos azules, sus cabellos rubios, su tez encendida y sus algo toscas facciones no desmienten su origen irlandés, al par que la pequeñez de sus pies y manos son signos de su procedencia indígena”.
En algunas de sus conversaciones, don Bernardo le habla de la necesidad de la instrucción pública, de las escuelas lancasterianas y otras recientemente establecidas en Santiago y otras ciudades de Chile.
Por su parte, el general De la Cruz, que fue su ayudante en los inicios de su vida militar, que combatió con él y lo conoció de cerca, en su carta de 7 de julio de 1853, escrita a petición de don Miguel Luis Amunátegui, quien le recabó describir cómo era don Bernardo, expresa valiosos detalles.
Debemos precisar que provienen de su memoria, lo cual pudo llevarlo a algunos errores involuntarios. Nos dice De la Cruz que “en su trato privado era afable, llano y próvido (4). Le gustaba más escuchar que hablar, y tenía un talento especial para resumir las ideas o puntos en discusión en muy pocas palabras y, esta circunstancia, o sea este aspecto de no presentar en su semblante la sonrisa o hilaridad común al familiar, le daba o valía la calidad de reservado; y era tan palpable esa circunspección en medio de su llaneza, que algunos de esos adulones, que por desgracia nunca faltan en palacio, debieron muchas veces quedarse con el empacho de sus rencillas o intrigas, por no encontrar una oportunidad para introducirlas.”
Agrega nuestro ilustre testigo: “En su trato de familia o doméstico era inalterable. Jamás le vi aun hablar con mal ceño a sus sirvientes, y a algunos los trataba como si hubieran sido relacionados con su familia. A su madre la idolatraba y respetaba como no he conocido a otro a su edad.” Luego, nos dice: “Era magnánimo con sus adversarios y en los años de la vejez, cuando su sola aspiración antes de morir era ver por última vez la tierra chilena, hablaba de acercarse a sus antiguos enemigos”.
Luego, nos dice: “Como amigo, era consecuente y reconocido a los servicios que se le hacían y tanto que esa consecuencia lo llevaba más allá de lo regular, pues a la vez daba lugar a esa cualidad y la de condescendencia, a calificarlo de débil”. Esta frase se justifica y aplica con la mayor certeza a las relaciones que mantuvo con San Martín, cuyo afecto lo hizo ver débil ante él.
Sin embargo, agrega De la Cruz: “La entereza y energía que le faltaba para sus amigos y en el trato privado, la tenía en los asuntos que consideraba de importancia de Estado o de utilidad pública. Una vez decidido no retrocedía”.
Vicuña Mackenna, quien dedicó tan largos años de su vida a investigar la vida del Libertador, en su obra “El ostracismo de O´Higgins”, posteriormente refundida en otra mayor (5), lo describe en sus tiempos de mocedad de la siguiente manera: “El conjunto de su rostro era simpático y varonil, teniendo en él fuertemente impreso el tipo irlandés de su raza. Sus ojos eran de un hermoso color azul, pero medianos, y de continuo tomaban un tinte desapacible; su nariz era corta y desairada, pero en su boca y barba, calcadas sobre los exquisitos perfiles de su madre, tenía toda la gracia y simpatía que le daba a su semblante la expresión ingenua y casi candorosa del hombre de bien”.
En 1839, en Montalván, a la edad de 61 años, nuestro Libertador lucía así: “Su cabeza cana iba despoblándose de tal suerte que era preciso entrelazar con el auxilio del arte las hebras de pelo que se desprendían sobre sus sienes; sus mejillas, antes abultadas y tersas, caían sobre sí mismas, como se observa todavía en el retrato que existía de su padre en la sala de los Virreyes del Museo de Lima. Su cuerpo se encorvaba de una manera extraordinaria y en todo se veían los síntomas de una acelerada y casi repentina decrepitud (6).
En una perla O’higginiana anterior, hemos descrito los hábitos que el anciano prócer conservaba en su hacienda de Montalván.(7)
Estas líneas nos permiten forjarnos una idea aproximada del carácter, de la fisonomía espiritual e intelectual de nuestro prócer, poniéndolo como un ser de carne y hueso, admirable por todos los aspectos relatados.
[1]Mario Barrientos Osa, “La iconografía de don Bernardo”, aun inédita
[2] MARIA GRAHAM: “Diario de residencia en Chile durante el año 1822 y de viaje de Chile al Brasil en 1823”, Santiago, 1902. 3 Concuerda con Pab
[3] Concuerda con Pablo Neruda, quien le cantó así a don Bernardo: “Quien es ese hombre tranquilo/sencillo como un sendero…”(“Canto a O´Higgins”).
[4] “Próvido: que provee o da lo necesario, o más de lo necesario”. Diccionario de la Real Academia de la lengua.
[5] “Vida de O´Higgins”, en sus Obras Completas, vol. V.
[6] 6 Vicuña Mackenna, Vida de O´Higgins, capítulo XXVII.
[7] Mario Barrientos Ossa, “Perlas O´Higginianas”, pág.105, RIL Editores, 2017