Columna de Opinión

CAMBIO, PERO ¿DE QUIÉN? por Orlando Sáenz R., VivaChile.org, 13/9/2013. VERDADES OCULTAS, por Patricio Quilhot P. En adjunto recuperación del Costa Concordia

LAS OPINIONES DE ESTA COLUMNA DE OPINIÓN SON DE RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO REFLEJAN NECESARIAMENTE EL PENSAMIENTO DE UNOFAR
Muchos años de observación me han enseñado que los Presidentes de Chile se pueden clasificar en dos tipos muy diferentes: los que son simples mascarones de proa de la base política que los llevó a La Moneda y los, muchos más raros, que gobiernan según sus propias convicciones y que son capaces de limitar drásticamente la influencia de su base política en la acción gubernativa. La señora Bachelet pertenece, casi arquetípicamente, a la primera categoría.

Como todo mi entorno sabe que hace ocho años no solo voté por la señora Bachelet, sino que colaboré económicamente en la campaña de alguno de los candidatos a parlamentario que la acompañaban, con frecuencia me enfrento a la pregunta de por qué ahora descalifico terminantemente su nueva candidatura presidencial. Es la contundencia de mis razones la que me mueve a expresarlas por escrito y a someterlas a público escrutinio.

Muchos años de observación me han enseñado que los Presidentes de Chile se pueden clasificar en dos tipos muy diferentes: los que son simples mascarones de proa de la base política que los llevó a La Moneda y los, muchos más raros, que gobiernan según sus propias convicciones y que son capaces de limitar drásticamente la influencia de su base política en la acción gubernativa. La señora Bachelet pertenece, casi arquetípicamente, a la primera categoría.

Y ocurre que la base política que hoy apoya su candidatura es sustancialmente distinta de la que la entronizó hace ocho años. El 2009 todavía existía la Concertación de Partidos por la Democracia y su centro de gravedad lo marcaba una Democracia Cristiana vigorosa y definida en torno a la doctrina social de la Iglesia y un socialismo no marxista evolucionado y moderno, completamente ajeno al sectarismo extremista que arrastró al abismo al gobierno de Salvador Allende. Era el socialismo humanista de Ricardo Lagos y Camilo Escalona, a años luz del actual de Andrade. Hoy, el centro de gravedad de la base política de la señora Bachelet está situado entre el fosilizado Partido Comunista de siempre y un socialismo en regresión al marxismo populista. En suma, la llamada Nueva Mayoría no es para nada la Concertación más el Partido Comunista, como le gusta definirse, sino que es la Unidad Popular más lo que queda de una Democracia Cristiana olvidada de sus principios y del papel que jugó hace cuarenta años. Y la señora Bachelet, experta profesional en socializar las ideas de sus cambiantes entornos, ya refleja en sus demagógicos discursos el abismal cambio en su base política.

Mi segunda razón compete a las falencias personales que demostró la señora Bachelet en su anterior administración. Como pienso que el próximo período presidencial será pródigo en situaciones críticas, como profetizan los nubarrones económicos, políticos, sociales e internacionales que asoman en el horizonte, me he fijado mucho en la capacidad dereacción en situaciones de este tipo que pudieran exhibir las distintas opciones presidenciales. Lacandidata Bachelet enfrentó dos decisiones críticas en su gobierno anterior y en las dos fracasó estrepitosamente.

Cuando, recién iniciado su mandato, tuvo en sus manos todos los antecedentes para darse cuenta de que proseguir con la implementación del Transantiago en los términos que estaba proyectado conduciría a un desastre económico y ético sin precedentes en la historia de Chile, no tuvo ni el juicio ni el valor político para retroceder a tiempo en algo obviamente mal proyectado. Su decisión, la más cómoda pero la peor, ha significado el despilfarro de más de seis mil millones de dólares, cifra tan enorme que se puedecomparar con lanecesaria para financiar cualquiera de las reformas educacionales que se barajan. Con seis mil millones de dólares se habrían podido construir 60 mil buenas viviendas sociales de UF 2 mil, o un sinnúmero de hospitales, escuelas y comisarías. Pero más que el daño económico de esa enorme suma, es el daño cívico y moral que emana del Transantiago: ¿Por qué todos los chilenos tienen que subsidiarles el transporte público a los santiaguinos y nada más que a ellos?, ¿por qué, todavía peor, ese subsidio discriminatorio se destina a darles transporte gratis al 20% de los frescos que ni siquiera aportan el costo subsidiado de un mal servicio? Esos interrogantes hacen pensar en el derecho moral que tiene para exigir nuevos tributos alguien que dilapidó de tal manera los que tuvo a su disposición en el pasado.

La segunda crisis a que he aludido fue la planteada por el terremoto y maremoto en las postrimerías de su deslavado mandato. Sobre las falencias de conducción de ese aciago día se ha dichotanto que creo que es mejor tender un velo de pudor sobre lo que ya es un clásico de la chambonería y falta de liderazgo de un gobierno ante una emergencia. Por eso es que la ulterior partida al extranjero de la ya por entonces ex Mandataria más pareció una fuga que otra cosa. Porque el pretexto del vacuo cargo que le inventó Naciones Unidas no logra, ciertamente, encubrir la evasión de responsabilidad política que significó esa partida.

En las condiciones señaladas, ¿se puede confiar en la señora Bachelet para contener los desmanes de “la calle”, o el terrorismo mapuche, o la delincuencia rampante?, ¿se puede confiar en su conducción económica sensata en una época de inevitable contracción como la que se avecina? Yo no puedo, pese a toda mi buena voluntad.

Con todo, la pregunta importante no es si la señora Michelle Bachelet merece un segundo mandato. La pregunta importante y trascendente es si el desconcertado y ofuscado Chile de hoy se merece algo mejor que ella.

VERDADES OCULTAS
Según una interesante una columna publicada por el diario El Mostrador, titulada “Odio, rencor y guerra”, la humillación sufrida por Alemania al término de la guerra 1914-1918 seria la causan profunda del renacimiento del espíritu ario, basado en el odio y en el resentimiento que las medidas impuestas por los vencedores forjaron en el espíritu nacionalista germano. Dicha experiencia histórica, devengó en la más cruenta de todas las guerras que ha enfrentado la humanidad, aquella que comenzó con la invasión de Polonia en Septiembre de 1939 para culminar con el horror de las bombas atómicas lanzadas sobre Japón, en 1945.Los hechos demuestran que el orgullo nacional alemán se recuperó con tal fuerza de la humillación sufrida que terminó en una forma de locura colectiva, haciéndolo capaz de respaldar con su acción a quienes cometieron algunos de los actos más horrorosos que conoce la historia moderna. El nivel de odio y rencor generado por el abuso cometido por los aliados al hacer responde por los actos de sus gobernantes de 1914 a inocentes ciudadanos del pueblo alemán, alcanzó en ellos increíbles deseos de revancha, reforzando su tradicional sentimiento nacionalista con un fanatismo insospechado. De ello surge la única explicación plausible para que un pueblo culto como el alemán fuera capaz de seguir ciegamente a un líder desquiciado que supo canalizar sus frustraciones, ofreciéndoles una visión de superioridad racial que los llevó a cometer las locuras colectivas que conocemos hoy en día.

De esta experiencia histórica, es posible concluir que las humillaciones extremas y las persecuciones odiosas terminan provocando reacciones excepcionalmente violentas en los grupos sociales afectados, generando reacciones difíciles de comprender desde una perspectiva ajena a los hechos y al momento en que éstos se produjeron.

En estos días de Septiembre, la ciudadanía chilena ha sido bombardeada con imágenes y declaraciones horrorosas, todas ellas intentando demostrar la crueldad sin límite de los militares y su comportamiento abusivo hacia inocentes compatriotas, sobre los cuales habrían aplicado las más horribles torturas y deleznables violaciones de sus derechos humanos. Curiosamente, todas y cada una de las imágenes mostradas, tienden a

aislar a los militares de una sociedad que compartió con ellos los hechos de 1973, intentando caracterizar a los uniformados como una casta única, ajena a la realidad nacional de la época y dotada de sanguinarios sentimientos que los llevaron a actuar en una forma cruel e inhumana, cumpliendo una “política de estado”.

Es innegable que hubo actos de violencia derivados de los hechos de Septiembre de 1973, y en los años posteriores, pero es simplemente una cobardía el intentar que se olvide el cuadro de situación que se vivía en Chile en el período precedente y subsiguiente al derrocamiento de Allende y su Unidad Popular. No es posible que personas con un mínimo de honestidad y seriedad puedan negar los hechos que provocaron realmente la violenta reacción de quienes salieron a la calle para impedir la imposición de una revolución socialista indeseadapor al menos dos tercios de la sociedad.

Conseguido el poder por Allende, el gobierno marxista simplemente declaró la guerra a quienes no apoyaban sus propósitos, haciendo uso decidido de la agresión verbal y física sobre empresarios, agricultores, comerciantes, etc., a quienes se les decía abiertamente que no tenían cabida en este nuevo país, donde la revolución socialista de origen soviético-cubano sería impuesta por las buenas o por las malas. Amenazados de muerte y con sus bienes expropiados o punto de serlo, muchos chilenos debieron huir del país, dejando botado un patrimonio personal conseguido con gran esfuerzo, mientras las hordas socialistas se jactaban de su fuerza, asolando los campos, ocupando las industrias y marchando por la calle, exultantes de poder y gloria, como vencedores absolutos de una lucha unilateral, donde la revolución socialista parecía incontenible y la vía electoral había quedado en el camino, como una fase táctica necesaria para apoderarse de Chile.

Nadie parece recordar la arrogancia de aquellas altas autoridades del gobierno socialista que −armadas de pistola− acompañaban “al pueblo” a tomarse una fábrica o industria cualquiera. Nadie quiere recordar los miles de agricultores que fueron impunemente atacados y despojados de sus tierras, porque “la tierra tenía que pertenecer al pueblo”, o las fábricas asaltadas por barbudos marxistas ajenos a los trabajadores, demostrando el

increíble desprecio por la propiedad privada que caracterizó a la Unidad Popular. Sumemos a ello la arrogancia revolucionaria de Allende, cuando –rodeado de una escolta armada absolutamente ilegal− reconocía ser el “presidente de algunos chilenos”, alimentando la soberbia de las turbas populares e induciéndolas a ejercer su poder sobre el resto de la ciudadanía.

En fin, hay miles de ejemplos que parecieran haber sido convenientemente olvidados por quienes han sido o se han castrado voluntariamente de algún hemisferio cerebral, para borrar estos hechos incómodos de su memoria. En realidad, ello parece una muestra más de la cobardía que caracteriza a las masas sociales, cuando una fuerza emergente les impone violentamente su voluntad. De cualquier forma, es seguro que entre laintimidad de su hogar, hay millones de chilenos que saben perfectamente que el comportamiento violento del que se acusa a los militares nació del odio y del rencor sembrado en la sociedad chilena –y en ellos mismos− por una izquierda arrogante y estúpida, autoconvencida de que iba a conseguir instaurar su modelo revolucionario, con el apoyo abrumador de las armas y de sus patrocinadores soviéticos y cubanos. El abuso de poder de la Unidad Popular, junto a su inconsciencia revolucionaria, sembraron así las bases de una reacción inmensamente mayoritaria, en la que miles de ciudadanos civiles acosaban a los militares, pidiéndoles a gritos que mataran a los“terroristas-marxistas- lenilistas”, que los habían humillado y amenazado en forma insoportable, durante los malditos mil días de la UP.

Es evidente que los chilenos han escondido mayoritariamente la cabeza, negándose a sí mismos el haber compartido la odiosidad hacia los “upelientos”, como se acostumbraba llamarlos en aquellos tiempos. Es evidente que en el contexto actual es muy difícil justificar los innumerables gestos de rencor que los motivaron a impulsar a los militares a “cumplir su deber”, aún cuando ello pudiera representar una violación de los derechos humanos de los afectados, toda vez que éstos –con su odio soberbio y arrogancia sin par− habían violentado impunemente los derechos de esa sociedad que finalmente, superada la capacidad de aguantar tanta humillación, terminó explotando en su contra y alimentando la comisión de hechos que –en el contexto actual− pueden parecer horrorosos.

Por último, sabido es que no hubo solo “inocentes ciudadanos” afectados por la reacción de la sociedad chilena y sus FF.AA., y de Orden. Por el contrario, si se hiciese una honesta evaluación de los hechos, en su real contexto de época y de odiosidad, se demostraría que la mayor parte de ellos solo sufrieron las consecuencias de sus actos, indudablemente en un marco de situación excepcional −absolutamente distinto de la coyuntura actual− donde la violencia política, la existencia comprobada de la subversión como medio de lucha reconocido y amparado por los partidos del propio gobierno, caracterizaron la existencia de una “guerra irregular”, lo quedeterminó finalmente que –de acuerdo a la doctrina oficial de seguridad nacional de la época− no los hacía merecedores del trato como prisioneros de guerra, por desarrollar modos de lucha inhumanos, ocultos entre inocentes civiles, para aterrorizar a la población con actos de sabotaje y terrorismo.

16 de Septiembre de 2013

Patricio Quilhot Palma

ARCHIVO ADJUNTO CON ERROR

Columna de Opinión

Palabras del Presidente el Vicealmirante don Ariel Rosas Mascaró, en nombre de todos los Almirantes en Retiro, en la ceremonia de conmemoración del 11 de septiembre, efectuada en el Parque del Mar.

LAS OPINIONES DE ESTA COLUMNA DE OPINIÓN SON DE RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO REFLEJAN NECESARIAMENTE EL PENSAMIENTO DE UNOFAR
Nuestra participación de hace 40 años no fue para oponernos a un determinado sistema político, o apoyar a otro de signo distinto, sino por algo mucho más importante que eso, de muchísimo más valor: luchamos por la libertad de Chile. Identificar la actuación de las Fuerzas Armadas solo como la oposición al marxismo que se nos pretendía imponer es una interpretación equívoca y muy mezquina.
Once de Septiembre de 2013.

A. Rosas M.

Han pasado ya 40 años. Y estamos, como todos estos años, junto a quien nos lideró en la acción que salvó a la Patria del incierto destino en que han vivido todos los pueblos a los que se impuso la Utopía fracasada de una sociedad sin libertad, sin esperanza. El Almirante Merino tuvo clara conciencia de esto y, nos consta, su participación no fue fruto de una espontánea reacción. Su profunda convicción de servicio a la sociedad, de falta de ambición o interés político fueron motivo, sin duda, de una muy madurada y difícil decisión.

Refiriéndose a la actuación de las Fuerzas Armadas y Carabineros alguien habló de NUNCA MÁS, con un sesgo más parecido a un reproche de lo que hicimos que con un sincero deseo de que nunca más tuviéramos que enfrentarnos al dilema de hace 40 años. Quisiera pensar que lo hizo con honesta ingenuidad, pues bien se sabe que lo que ocurra en una comunidad dividida por antagonismos infranqueables es, por decir lo menos, poco predecible. De allí, precisamente, el interés del Gobierno de las Fuerzas Armadas de consolidar una sociedad respetuosa de las Instituciones, con una conducta cívica y valórica fundada en el respeto mutuo, la tolerancia y el irrestricto apoyo a las normas vigentes en las democracias funcionales. Que no haya un OTRA VEZ es responsabilidad de todos, no solo de nosotros, pues la Patria debe esperar siempre que acudamos a su llamado en circunstancias como las que nos tocó vivir el 11 de Septiembre de 1973. No olvidemos nunca como fue y lo que fue. Sabemos la verdad de lo ocurrido, que poco tiene que ver con la odiosa relación de hechos que se nos trata de imponer como verdad histórica. La falta de ecuanimidad con que se trata este período de nuestra historia es vergonzosa.

¿Era tan bueno el gobierno que dejamos atrás en septiembre de 1973? ¿Es tan mala la sociedad que heredamos de esta intervención? Se oculta sin vergüenza la cotidianidad de odio y desastre económico de la Unidad Popular. Con la misma ceguera se desconoce la falta de liderazgo político que debió haber actuado para evitar la intervención militar. De nada de eso se habla. Solo se muestra lo malo, magnificado hasta la histeria. Y nada se dice de la mesura con que se manejó un conflicto en la frontera norte entre 1973 y 1975 ni del sacrificio y disposición con que se enfrentó el diferendo del Beagle con Argentina. Nunca buscamos, por cierto, el aplauso de nadie, pero al menos se espera un juicio claro y la generosidad de entender en toda su compleja dimensión la participación de las Fuerzas Armadas en el período de convulsión política antes de 1973, y la lenta recuperación de la estructura institucional del país y de la economía en los años siguientes. Si hasta el mismo Presidente de la República expresa que hubo cómplices pasivos en los años de gobierno militar, refiriéndose así peyorativa e inmerecidamente a muchos distinguidos profesionales, que contribuyeron con sus ideas y trabajo a recuperar la sociedad chilena.

Sabemos que pensar es un oficio complejo y solitario. Y la sociedad actual ha casi perdido la capacidad de pensar, de razonar con mesura y objetividad. Cada día somos invadidos por el minimalismo de las expresiones de las redes sociales, por la participación activa de un periodismo ideológicamente comprometido, y por la judicialización paralizante en casi todas las actividades de la sociedad. Si a ello sumamos la mediocridad y oportunismo de los actores políticos, constatamos que son otros los que dirigen la corriente de opinión colectiva, y que hemos dejado en otras manos el rol insustituible de pensar y resolver por nosotros mismos. Los que son incapaces de pensar por si mismos, actúan casi siempre mal, sin considerar las consecuencias de sus pensamientos o sus actos.

Nuestra participación de hace 40 años no fue para oponernos a un determinado sistema político, o apoyar a otro de signo distinto, sino por algo mucho más importante que eso, de muchísimo más valor: luchamos por la libertad de Chile. Identificar la actuación de las Fuerzas Armadas solo como la oposición al marxismo que se nos pretendía imponer es una interpretación equívoca y muy mezquina. El único propósito y compromiso fue asegurar la funcionalidad democrática y la libertad civil que la hace posible. Prueba de ello es el diseño y cumplimiento de un itinerario político de entrega del gobierno, lo que demuestra que el Gobierno Militar nunca pretendió ser una opción de poder permanente.

El Historiador Sergio Villalobos, Premio Nacional de Historia el año 1992, en una reciente publicación escribió: La Nación vivía una situación angustiosa y la gran mayoría deseaba que se pusiese término a ese estado de cosas. El movimiento armado del día 11, fuera de las motivaciones propias, obedeció al clamor nacional.

Ante tanta distorsión, destemplanza y ausencia de generosidad para entender con justicia todo lo ocurrido, no cabe mejor actitud que el silencio digno de quienes tenemos la estura moral a que nos dan derecho los largos y desconocidos años de servicio a la Patria. Los invito a no olvidar nuestras vivencias, a no perder nunca el orgullo de haber hecho lo que hicimos, y a seguir creyendo sin reservas en el Chile que imaginamos y que hicimos realidad. Sin esperanza no hay futuro, y tengo la esperanza que todavía hay muchos hombres y mujeres de bien que piensan como pensamos nosotros. Y la esperanza que vendrán líderes honestos, capaces de situar en su justa perspectiva lo que ocurrió en ese pasado, cuyo peso y vigencia en el presente se maneja de manera oportunista y desmedida.

Viva Chile.

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Artículo de Hermógenes

LAS OPINIONES DE ESTA COLUMNA DE OPINIÓN SON DE RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO REFLEJAN NECESARIAMENTE EL PENSAMIENTO DE UNOFAR
Es hora de que en este cuadragésimo aniversario de la liberación de Chile del marxismo totalitario los señorones DC aún sobrevivientes de esa gesta, a la cual tanto contribuyeron, en lugar de sumarse al vergonzoso ludibrio contra la Junta, den la cara. Cualquiera de las dos.

Hoy la moda es estar contra el Pronunciamiento, sepultar a la guerrilla marxista como si no hubiera existido jamás y hasta decir que uno se libró de ser otro desaparecido, aunque en 1973 haya viajado retobado de vuelta al país apenas asumió la Junta, cosa que jamás habría hecho si Allende hubiera consumado su proyecto de transformar a Chile en una segunda Cuba.
Los señorones de la DC han cerrado filas en estos días para sumarse al ludibrio de moda contra los militares que salvaron a Chile el ’73.
Eduardo Frei Ruiz-Tagle ya no se acuerda de que fue a entregar una donación de su empresa Sigdo-Koppers a la Junta, en agradecimiento por el favor concedido, ni de que en el Directorio de ella se sentaba en 1974 el coronel Manuel Contreras.
Patricio Aylwin II ya ha derramado suficientes lágrimas por el Pronunciamiento y declarado que ahora habría firmado la “Declaración de los 13″, de septiembre de 1973, condenándolo, ya completamente olvidado de Patricio Aylwin I, que lo gatilló al avisar al Grupo de los 15 generales (cinco por cada rama) que el diálogo con Allende había fracasado definitivamente, como bien lo explica el libro “De Conspiraciones y Justicia”, de Sergio Arellano Iturriaga, a quien precisamente Aylwin I llamó para transmitirle el quiebre.
Además, Patricio Aylwin I se negaba en octubre de 1973 a condenar a los militares, pues decía que era muy fácil criticarlos y que no tenía autoridad moral para hacerlo sentado cómodamente detrás de un escritorio, mientras ellos estaban recibiendo el fuego y habían sufrido bastantes bajas. Ahora Aylwin II dice que entonces decía eso porque no sabía lo que los militares iban a hacer después, pero entre el 11 de septiembre y el 31 de dicimbre de 1973 se produjeron 1.823 (301 a manos de los rojos) de los 3.197 muertos y desaparecidos de los 17 años, es decir, el 57 por ciento del total.
Mientras tanto, Radomiro Tomic ya no está para explicar por qué le presentó un plan de gobierno al general Gustavo Leigh, miembro de la Junta, en diciembre de 1973, como lo reveló Eduardo Frei en carta a Bernardo Leighton.
Ni los DC han explicado por qué en el Acta N° 29 de la Junta Militar de Gobierno de 6 de noviembre de 1973 los dirigentes DC Juan de Dios Carmona, Enrique Krauss y Juan Hamilton aparecen dándole cuenta a aquélla del resultado del viaje de una delegación de su partido a Europa para defender el Pronunciamiento ante sus partidos similares del Viejo Continente.
El odioso senador DC Jorge Pizarro aparece en estos días declarando que nunca su partido apareció oficialmente apoyando el Pronunciamiento. ¿Y los votos que aportaron sus diputados en la Cámara al Acuerdo que llamaba a los Altos Mandos a “poner término a las situaciones de hecho existentes”, que eran todos los atropellos e ilegalidades el gobierno de Allende? El propio Allende reconoció eso como lo que era: un llamado a los militares a dar un golpe de Estado. Claro, algunos DC se dieron vuelta más rápido que otros. Bernardo Leighton votó a favor del Acuerdo de la Cámara el 22 de agosto y después criticó su cumplimiento en la Declaración de los 13, ya depuesto Allende.
Es hora de que en este cuadragésimo aniversario de la liberación de Chile del marxismo totalitario los señorones DC aún sobrevivientes de esa gesta, a la cual tanto contribuyeron, en lugar de sumarse al vergonzoso ludibrio contra la Junta, den la cara.
Cualquiera de las dos.

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“Reconocimiento a gigantesca contribución al progreso de Chile” Pinochet. Por Hernán Larraín Fernández. Senador. Ver en adjunto: Once por Adolfo Ibañez y La amenaza de la Calle por Orlando Sáenz. Trabajo del Centro de Generales del Ejército en retiro del

LAS OPINIONES DE ESTA COLUMNA DE OPINIÓN SON DE RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO REFLEJAN NECESARIAMENTE EL PENSAMIENTO DE UNOFAR
La historia de Chile no sería la misma de no haber intervenido usted en momentos cruciales de nuestra evolución. No podemos olvidar el estado crítico, la ruina material y la descomposición moral en que se encontraba nuestra nación en 1973. La desesperanza cundía en todos los ámbitos y la ciudadanía, indefensa y desprotegida, se derrumbaba junto al fracaso de la institucionalidad vigente para impedir la destrucción de la chilenidad promovida por una ideología fundada en el odio y la lucha de clases.

LA SEGUNDA, 24 DE NOVIEMBRE DE 1995

“Reconocimiento a gigantesca contribución al progreso de Chile” Pinochet.

Por
Hernán Larraín Fernández
Senador.

Extractos principales de la carta pública enviada al Comandante en jefe del Ejército, general Augusto Pinochet Ugarte.

Mañana 25 de Noviembre usted cumple el octogésimo aniversario de su natalicio, ocasión en que un importante número de chilenos celebrará tal fecha junto a su persona, a lo largo de todo Chile. Sin embrago, lo más relevante de todo es que en esta oportunidad, bajo la iniciativa de un grupo muy cercano de sus ex colaboradores, se aprovechará la conmemoración para tributarle un reconocimiento a su gigantesca contribución al progreso de nuestro país. Por ello, quisiera enviarle estas líneas que contienen algunas reflexiones que me surgen a propósito de este acontecimiento, perdonándome usted que, por su propia significación, las haga públicas.

Los pueblos, por lo general, son poco agradecidos con quienes colaboran en su desarrollo en vida de sus protagonistas. Más bien la crítica y la descalificación, cuando no la envidia, dan cuenta de nuestra pequeñez e incapacidad para tributar en forma oportuna un justo reconocimiento.

La historia de Chile no sería la misma de no haber intervenido usted en momentos cruciales de nuestra evolución. No podemos olvidar el estado crítico, la ruina material y la descomposición moral en que se encontraba nuestra nación en 1973. La desesperanza cundía en todos los ámbitos y la ciudadanía, indefensa y desprotegida, se derrumbaba junto al fracaso de la institucionalidad vigente para impedir la destrucción de la chilenidad promovida por una ideología fundada en el odio y la lucha de clases.

Ni los Tribunales de justicia, ni la Contraloría General de la República, ni el Congreso Nacional, pudieron impedir estos hechos o revertir la situación caótica que se había producido. El país pidió, entonces, la intervención de las Fuerzas Armadas, llamamiento que luego de advertir la imposibilidad de evitar de otra forma el desplome nacional, fue finalmente escuchado por nuestros hombres de armas.

En la perspectiva del tiempo, este proceso adquiere especial significado. Luego de ser un país encaminado – al parecer de la época – en forma irreversible al colapso, Chile pasó del Gobierno Militar a ocupar la posición expectante que hoy tiene, configurando una situación inmejorable para superar la pobreza y el subdesarrollo a que décadas de malos gobiernos anteriores – salvo excepciones – nos habían conducido. Aunque les duele a muchos en la actualidad, esta es una realidad sólida y evidente como la cordillera de los Andes, que fuerza a muchos hoy a prestarle su reconocimiento público.
Otra vez fue necesario coraje y sentido de bien común para adoptar el camino difícil y no demagógico que permitió lograr estas metas. Nuevamente usted, al liderar el proceso, mostró la calidad de estadista que pocos chilenos han podido exhibir a lo largo del siglo que expira.

El proceso seguido a lo largo del régimen militar fue largo y doloroso. La interrupción del proceso institucional, causado por los hechos previos mencionados, generó enfrentamientos que ocasionaron la vida de muchos compatriotas. Recordarlo nos causa pesar y enluta el alma nacional. Nadie quiso que ello ocurriera y nadie desea que ello vuelva a repetirse.

Incluso los errores y excesos que se cometieron – no podemos olvidar la naturaleza humana – y más allá del aprovechamiento político que de ellos se ha venido haciendo durante muchos años, deben servir para comprender lo profundo del quiebre social que existió a comienzos de la década del setenta y el grado a que había llegado la justificación del uso de la violencia por los sectores políticamente mayoritarios en ese tiempo.

Hoy, cuando aún quedan heridas por restañar y cuando se buscan fórmulas para terminar con los problemas pendientes, derivados de esos hechos en materias judiciales, producto de la mala aplicación de la Ley de Amnistía dictada en 1978 para contribuir a la paz social, advertimos la inequidad de algunos sectores que, por un lado, procuran superar las dificultades procesales y penales de terroristas de izquierda, para intentar, por otra parte, la persecución implacable de todo uniformado que pueda tener alguna responsabilidad en hechos de entonces.
Fue necesario tener coraje para actuar en su debido momento, como lo es necesario hoy para superar esas inquietudes, sin olvidar el debido respeto por los sentimientos de todos los afectados. Usted supo actuar entonces y la ha sabido hacer en estos días, dando ejemplo de autoridad, respeto personal y observancia de las normas jurídicas vigentes en la actualidad.

• La restauración de la democracia exigió comprender la profunda crisis institucional que entonces existió… La Constitución Política de 1980 es fiel demostración de esa vocación fundacional. La transición posterior y la actuación de los gobiernos que han sucedido al Gobierno Militar permite acreditar que esa institucionalidad ha funcionado con éxito. De ahí que nos resulte incomprensible el esfuerzo de algunos por revisar aspectos medulares de la misma, sin que existan antecedentes objetivos que lo justifiquen.

• Los hechos que he reseñado muy sucintamente justifican, pues, la recordación y celebración de estos días. No podemos restarnos a esta situación, entendiendo que la obra de todo hombre, por grande que sea, es fruto del trabajo mancomunado de muchos. Creo justo recordar entre todos quienes colaboraron con usted a una sola persona que, sin dudas les representa, pero que, por la fidelidad a sus principios, ya no nos acompaña. Me refiero a Jaime Guzmán, cuya figura – como la suya – se agiganta con el paso del tiempo.

• Por circunstancias particulares, no podré acompañarlo personalmente en alguna comida de celebración de las muchas que tendrán lugar el día de mañana. En esos momentos, obedeciendo a una invitación del Comandante en Jefe de la Armada, Almirante Jorge Martínez Busch, estaré visitando el campo de Hielo Sur, respecto del cual existe un diferendo limítrofe con Argentina, el que deberá ser revisado próximamente en el Senado.

• La triste experiencia vivida hace poco con motivo del conflicto de laguna del Desierto me fuerza a participar en ese evento, lamentando tener que ausentarme en esta justa celebración. Usted, que tuvo el coraje de defender cada pedazo de tierra chilena con la determinación que rodean todas sus acciones, podrá disculparme y, a la vez, comprender el sentido de mi ausencia.

HERNAN LARRAÍN FERNANDEZ
Senador

Propias conclusiones después de sus recientes declaraciones.
Ver trabajo realizado por el Centro de Generales del Ejército el año 2007. Importante para conocimiento para quienes no vivieron esos años del terrorismo en Chile.

 

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Frases para recordar

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Trabajemos para que Chile no sea llevado al extravío como pretenden algunos de nuestros contradictores. Para ello es bueno saber y es bueno recordar los argumentos de entonces. Recuerdo uno …
Dejemos que los muertos descansen en paz, pero cuando la paz se vea amenazada no vacilen en recordar lo que ellos dijeron o hicieron, si eso ayuda a reconocer la verdad y a preservar nuestra sana convivencia.

En estos 40 años somos muchos los chilenos que hemos logrado compartir nuestros ideales con dignidad y respeto. Entonces: ¿Por qué aceptar en silencio que las minorías arruinen lo que tanto ha costado reconstruir? ¿Por qué continuar en este embrollo del pídeme perdón, cuando existe un sector de la política que no perdona ni olvida? ¿La culpa de lo que ocurrió de quien es: de los seguidores de la dictadura o de los que con sus acciones la provocaron? ¿No será que todos los actores relevantes de la época tienen algo de culpa?

Trabajemos para que Chile no sea llevado al extravío como pretenden algunos de nuestros contradictores. Para ello es bueno saber y es bueno recordar los argumentos de entonces. Recuerdo uno …

Enviado por Alfredo Martínez A.

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Chile reciente: Una historia coja

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Francisco Javier González: “…¿hay alguien que pueda arrogarse el derecho de concebir una memoria oficial, absoluta y para todos, de unos hechos que son percibidos y recordados de manera distinta por sus compatriotas?”… Enviar

En las cabinas de proyección de los viejos cines de barrio existía un pequeño instrumento, simple, pero fundamental: la empalmadora. Se utilizaba para unir los celuloides en caso de rotura o corte. Con frecuencia, cuando se pasaba la película y ésta llegaba al empalme, se producían unos extraños saltos, se desajustaba la imagen o, lo que era peor, quedaba detenida en un cuadro. Con el calor de los carbones, no era infrecuente que se quemara ese pedazo del film. Obviamente que estos percances eran motivo de pifias, alegatos, zapateos y las infaltables bromas por parte del público.
Con motivo de los cuarenta años del 11 de septiembre de 1973, parece que en varios medios de comunicación y también en cenáculos universitarios se trabaja en “editar” la “película” de la historia de Chile reciente, mediante cortes y empalmes. El resultado es un relato parcial y carente del necesario contexto. Allí no está la historia, o al menos faltan trece años de ella que son fundamentales para una mínima comprensión de los acontecimientos: los diez de la década del sesenta y los tres del gobierno de la Unidad Popular.

Es evidente que hay hechos que marcan la historia de los pueblos, introduciendo cambios dramáticos o repercusiones insospechadas. Por su trascendencia, por sus mismas características y consecuencias, puede existir la tentación de aislarlos y transformarlos en causa y explicación de todo lo que ocurra con posterioridad a ellos. Sin lugar a dudas, el 11 de septiembre de 1973 ha sido uno de esos hitos en nuestra historia. Desde esa perspectiva, es necesario combatir las simplificaciones y, en su justa medida, darle el carácter de una escena más de lo que podríamos llamar la película del Chile reciente. Tiene esos antes y después que permiten verlo no como cuadro inmóvil y aislado, sino que como parte de un proceso histórico. En este sentido, no se le puede considerar como origen sin verlo igualmente como término, ni analizarlo como causa sin estudiarlo también como efecto. En definitiva, al igual que con los acontecimientos contemporáneos, esa fecha también tiene su pasado, pasado que lo sitúa en un contexto imprescindible para su conocimiento.

En torno al 11 de septiembre se nos quiere presentar una “memoria histórica” de carácter nacional. Pero se olvida que toda memoria del pasado, en singular, es de suyo selectiva y parcial. Porque como los sucesos dejan huellas distintas en las conciencias, solo cabría hacer “memorias históricas”, en plural, y no un recuerdo único que debe imponerse a todos. Cada chileno, como actor de los hechos o receptor de los recuerdos que genera, aquilata su propia memoria del 11 de septiembre y de los sucesos anteriores y posteriores al mismo. Bien se entiende que si se pudiesen auscultar esas memorias, se encontrarían registros que ocupan el abanico completo de los sentimientos y pasiones humanas. Entonces, ¿hay alguien que pueda arrogarse el derecho de concebir una memoria oficial, absoluta y para todos, de unos hechos que son percibidos y recordados de manera distinta por sus compatriotas?

Si se quiere tener una aproximación a la realidad de los hechos, el estudio histórico de los procesos sociales y políticos no puede ser objeto de cortes o censuras. El historiador, sean cuales sean sus ideas, tiene por misión investigar honesta y profundamente los acontecimientos del pasado y tratar de explicarlos. Y si así lo hace, no se quedará en algunos sucesos y sus consecuencias, sino que abordará también sus causas. En este sentido, pretender hacer historia selectiva del 11 de septiembre de 1973, ineludiblemente termina transformando la investigación de dicho acontecimiento en un mero juicio del mismo. En historia, la simplificación deforma y tergiversa. Eso es lo grave.

Para entender por qué hubo un 11 de septiembre de 1973 es absolutamente necesario estudiar bien las décadas anteriores. Las crisis políticas no se producen de manera espontánea ni por una interrupción abrupta de la democracia. Hay causas y responsabilidades anteriores que deben investigarse. Así, por ejemplo, para analizar la tragedia de la violación de los derechos humanos resulta necesario comprender que la Doctrina de la Seguridad Nacional fue desarrollada en la década de los sesenta por Estados Unidos y que fue avalada por muchos gobiernos latinoamericanos de la época, entre ellos el chileno. Para comprender el colapso de nuestro sistema político, es preciso conocer las consecuencias que tuvieron la siembra y práctica de ideas revolucionarias en los años anteriores. Por último, para aquilatar en su justa medida los radicales cambios que se han producido en Chile en los últimos cuarenta años, resulta necesario no ignorar la pavorosa pobreza y miseria que causaron en nuestro país los programas económicos y sociales impuestos por gobiernos anteriores a 1973.

Cortar la historia es como querer caminar con un solo pie. Tal como solía hacerlo el público de los cines de barrio cuando se trancaba la película, quizás es hora de gritarle a unos cuantos “ya pues cojo, pasa la película”.

Francisco Javier González E.
Doctor en Historia Universidad de París I.
Profesor de la Universidad de los Andes

Columna de Opinión

Valparaíso rindió honores a O’ Higgins por su natalicio

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad se sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR
La ceremonia se llevó a cabo en la plaza que lleva su nombre y donde se encuentra emplazado un monumento en su honor, espacio en el que el alcalde, a nombre del municipio de Valparaíso y junto a diversas instituciones depositaron una ofrenda floral. Posteriormente, se realizó el tradicional desfile de Carabineros, Ejército, Armada y Policía de Investigaciones, quienes al son de las bandas de guerra caminaron por Av. Pedro Montt.

20 de agosto de 2013
Como es tradición cada año, esta mañana el alcalde de Valparaíso, Jorge Castro, junto a concejales de la comuna, autoridades de Gobierno y las Fuerzas Armadas rindieron honores al Padre de la Patria, Bernardo O’Higgins Riquelme, conmemorando así los 235 años de su natalicio.

El alcalde afirmó que “esta fecha es importante, porque nos compromete como nación respecto de la celebración del natalicio de Bernardo O Higgins y como ciudad en recuperar el Mirador O Higgins, el que postulamos para la Bandera Bicentenario, pero al que, como saben, no clasificamos. Hoy tenemos una serie de actividades que van a continuar en la ciudad hasta el próximo 18 de septiembre. En esta ceremonia donde están presentes las Fuerzas Armadas y todos aquellos que están en los distintos servicios, lo que nos permite recordar un hecho significativo y al padre de la patria”.

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La ceremonia se llevó a cabo en la plaza que lleva su nombre y donde se encuentra emplazado un monumento en su honor, espacio en el que el alcalde, a nombre del municipio de Valparaíso y junto a diversas instituciones depositaron una ofrenda floral.

Posteriormente, se realizó el tradicional desfile de Carabineros, Ejército, Armada y Policía de Investigaciones, quienes al son de las bandas de guerra caminaron por Av. Pedro Montt.