Ivan Witker: El adictivo elixir del etnicismo ( El Líbero) —- LA TRAGEDIA CHILENA . El País, Editorial, 18/10/2021 ——- FUERZAS ARMADAS: ¿DEFENDER A LOS CHILENOS DE SÍ MISMOS? Richard Kouyoumdjian Inglis Athen
Las opiniones en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional
Cabe preguntarse si poniendo en el centro de las definiciones nacionales la pureza étnica de un grupo de habitantes, se contribuye o no a la estabilidad, prosperidad y tranquilidad de un país.
¿Qué habrá tenido en mente la presidenta de la Convención Constitucional (CC) cuando declaró que espera una pronta autonomía de los territorios reclamados por la etnia mapuche? Difícil desentrañarlo con exactitud. Los nuevos padres fundadores del país atesoran con sigilo los pilares de lo que se fragua en la CC. Sólo de cuando en cuando se dejan entrever algunas ráfagas de luz. Como esta de la autonomía territorial.
La presidenta vino a confirmar lo que se intuye. Hay una clara intención de ir prefigurando un régimen de diferenciación territorial con muy fuerte carga étnica. Una de las premisas sobre las que descansa la plurinacionalidad es la obligatoriedad de la población más influida por las ideas civilizatorias de flexibilizar su quehacer respecto a aquellas etnias extraviadas del desarrollo. En tal contexto de flexibilización, los territorios rezagados deberían gestionarse de manera autónoma, para promover allí las cosmovisiones locales (en nuestro caso las indígenas), así como también instalar su lengua nativa. De las palabras de la presidenta de la CC se desprende que la perspectiva filo-independentista garantizaría el desarrollo definitivo de estas etnias. O sea, un nation-building alejado del civismo universalista.
La autonomía aborigen que se diseña podría sonar algo disparatado o excéntrico, pero no lo es. La gauche divine ha encontrado en los indígenas latinoamericanos un nuevo sujeto social, por lo que estas iniciativas deben ser vistas fríamente como lo que son, una pulsión política.
En ese contexto, cabe preguntarse si, poniendo en el centro de las definiciones nacionales la pureza étnica de un grupo de habitantes, se contribuye o no a la estabilidad, prosperidad y tranquilidad de un país. Adicionalmente, cabe interrogarse si adecuar la organización política de un país a las “realidades étnicas” es una forma de evitar conflictos futuros. La experiencia comparada, y muy especialmente los contextos histórico e internacional, indican que la respuesta es negativa. Incluso muy peligrosa.
Ni siquiera Europa ha escapado a una evidencia que asoma dolorosa y volcánica. El embriagador juego étnico, casi por regla, termina en pesadillas muy sangrientas. Ahí está la Yugoslavia de Tito -con un líder carismático de veras, con un socialismo autogestionado y semejante al que se propone hoy por estas tierras con trabajadores en los directorios, y con una preocupación muy genuina por la representatividad étnica en todos los poderes del Estado- terminó desapareciendo del mapa, ahogada en un baño de sangre. Bastó que una sola pieza saliera de su ubicación para que todos terminaran enemistados con todos. Los antiguos griegos utilizaban el concepto stasis para definir este tipo de conflictos.
Obligar a la adopción de cosmovisiones ancestrales, propias del pensamiento mágico, sugiere un populismo que esconde un agudo segregacionismo.
Las evidencias señaladas llevan a plantearnos la posibilidad que la propuesta de autonomías territoriales no sea otra cosa que simples actos de voluntarismo con claros sedimentos de sobreideologización. Aún más, las generaciones más jóvenes intuyen que el futuro no va por esos maltrechos caminos, sino por el de la integración con el mundo real, con las oportunidades de la innovación tecnológica, con la apertura a otras culturas y que eso se logra por la vía de facilitar la comunicación, y no de la segregación. ¿Qué razón contundente habría entonces para que talentos de cualquier etnia tuviesen interés en aprender el habla de sus antepasados y no el inglés? O bien en mejorar su castellano, idioma que comparten con 500 millones de otros hablantes en el planeta. Al ser esta propuesta una pulsión política, surge dos dudas adicionales, ¿para qué obligarlos a aprender algo de tan baja utilidad de cara al futuro si se trata de dialectos en extinción?, ¿por qué los promotores de estas ideas se abstienen de invitar a sus propios hijos a aprender uno de estos dialectos y prefieren enviarlos a buenos colegios (privados) que enseñan en inglés?
El razonamiento es muy básico. Obligar a la adopción de cosmovisiones ancestrales, propias del pensamiento mágico, sugiere un populismo que esconde un agudo segregacionismo. ¿Sabrán los promotores de estas ideas que en Sudáfrica se intentó algo similar con los bantustantes? El predicamento allí era el mismo. Las razas no blancas estaban condenadas a vivir su espiritualidad y su lengua en espacios cerrados. Pero como la duda ayuda a la creatividad, podría ser que estemos ante una confusión generalizada y Wallmapu en realidad despegue como comunidad autónoma hacia el libre comercio, y surja allí un pujante Singapur.
Pese a la duda, aquel constructo territorial representa un evidente peligro para la integridad del país y corresponde asociarlo a las innumerables ideas centrífugas que han proliferado este último tiempo. Fiel testigo de aquello es, por un lado, la propuesta de instaurar una monarquía y, por otro, la reticencia, tan extraña como reiterativa, a evitar el concepto República de Chile.
Quienes juegan con estas iniciativas son en realidad herederos de experimentos previos. Por ejemplo, la Rusia bolchevique procedió a abolir la denominación de “ministro” al concluir que era una palabreja asociada a la “democracia burguesa”, y procedió a reemplazarlo por el de “comisario del pueblo”, más acorde al momento revolucionario que se vivía. Cuando Stalin pactó con Hitler para repartirse Polonia y otros territorios, y decidió firmar el Tratado Germano-Soviético de Amistad, Cooperación y Demarcación (1939), autorizó a su Comisario del Pueblo para Asuntos Exteriores, Viacheslav Molotov a firmar como “ministro”. Se lo exigieron los nazis y debió aceptar. Desde entonces, paulatinamente, las cosas empezaron a volver a su cauce normal y el país volvió a tener “ministros”.
Cuesta entender cómo estos Jeffersons, Adams y Franklins del etnicismo se imaginan construir el pasado histórico de nuestros aborígenes.
Otro gran ejemplo, el cual seguramente no ha llegado aún al radar de los padres de la nueva Constitución, es el de la Libia de Gaddafi. Allá por el año 1977, a este desbocado revolucionario árabe se le ocurrió que “república” era inaceptable por su connotación occidental, capitalista-imperialista etc. Anunció entonces que Libia era a partir de ese momento una “Jamairiya”, noción árabe para designar “comunidad”, por lo cual adoptó como denominación oficial, Gran Jamairiya Arabe, Libia, Popular, Socialista. Para estar en línea con sus predecesores bolcheviques, también abolió los términos oficiales “presidente”, “primer ministro” y “jefe de Estado”. Obvio, eran reminiscencias burguesas intolerables. Gaddafi pasó entonces a ostentar el cargo de “Hermano Líder y Guía”. En decir, ocurrencias hay a raudales en el mundo. Es cosa que los padres refundadores busquen y se inspiren.
En consecuencia, las declaraciones de la presidente de la CC tienen el mérito de que la iniciativa de autonomización de territorios dejó de ser una idea expresada, como hasta ahora, de manera sibilina. Es en realidad una perspectiva que está a la vuelta de la esquina, de manera nítida, y que nos permite confirmar cómo el etnicismo se ha convertido en un elixir de los refundadores de Chile.
Elie Kedourie publicó en 1961 un libro que deslumbró a generaciones, Nacionalismo. Desde entonces hay consenso que uno de los elementos identitarios clave es el pasado histórico. Cuesta entender cómo estos Jeffersons, Adams y Franklins del etnicismo se imaginan construir el pasado histórico de nuestros aborígenes. ¿Lo harán a partir del execrable castellano? Al menos, quienes han estudiado el pasado histórico de los chilenos en su conjunto, tomaron noción de los aborígenes a partir de Alonso de Ercilla. Gracias a la pluma de aquel conquistador se tuvieron las primeras noticias de los guerreros nativos.
Estamos en los prolegómenos. La etnicización se va apoderando poco a poco de nuestra polity
Investigador ANEPE. Académico Escuela de Gobierno U. Central. PhD U. Carlos IV, Praga, República Checa
LA TRAGEDIA CHILENA
El País, Editorial, 18/10/2021
“No son 30 pesos, son 30 años”. Este slogan repetido miles de veces durante las manifestaciones callejeras de los últimos dos años en Chile, resume la enorme tragedia de ese país.
La frase refiere a que el problema que generó el estallido social de octubre de 2019 no fue por causa de los 30 pesos de aumento en el sistema de transporte público de Santiago de Chile, sino por causas más profundas y estructurales que abarcaban, en verdad, el amplio período de los 30 años de la democracia chilena.
En un proceso paralelo, y cumpliendo con el régimen electoral e institucional que sigue rigiendo en Chile, se está procesando una elección presidencial para el próximo 21 de noviembre.
Las principales encuestas sitúan al candidato Boric, de izquierda y que representa al acuerdo formado por el Frente Amplio y el Partido Comunista, como el que llega primero en intención de voto. Luego, el candidato de derecha Kast podría estar perfilándose para llegar en segundo lugar; y más atrás aparecen Sichel, que es apoyado por los partidos que están en el gobierno de Piñera, y la candidata demócrata cristiana Provoste.
¿Será un enfrentamiento de balotaje protagonizado por los extremos Boric y Kast el que termine primando?
En cualquier caso, la tragedia chilena está en que, tanto en la convención constituyente como en el proceso electoral presidencial, nadie reivindica las tres décadas de mejor desempeño económico, social y político de Chile a lo largo de su historia, es decir, el largo período tan denostado por el slogan de los 30 pesos- 30 años repetido miles de veces desde octubre de 2019.
En vez de reconocer el enorme y excepcional avance que Chile logró desde 1990 bajo gobiernos de centro izquierda en alternancia con otros de centro derecha, que permitió bajar su pobreza drásticamente, contener su inflación, invertir en infraestructura, abrir su economía al mundo y generar sectores de alta competitividad internacional, mejorar su histórica desigualdad social, y sostener el gran ascenso económico de enormes clases medias que en estas décadas lograron acceder a bienes y servicios que jamás sus antepasados habían siquiera imaginado obtener, el país ha decidido tirar por la borda la experiencia social y económica más exitosa de su historia y la de mejores resultados en todo el continente.
¿Cómo puede considerarse al presidente socialista Lagos como un neoliberal, por ejemplo, o cómo puede sostenerse que la primera administración de Piñera haya implementado políticas regresivas en desmedro del pueblo, cuando a lo largo de estas tres décadas tanto los gobiernos de izquierda como los de derecha lograron que Chile creciera y que la riqueza se multiplicara entre las clases medias?
Hay que prestar atención a la tragedia chilena que está ocurriendo en vivo y en directo. Infelizmente, es un espejo que refleja una realidad política de la cual hay que alejarse radicalmente si queremos buscar el bienestar y la prosperidad de nuestro país. |
La respuesta es la campaña de desprestigio generada por la extrema izquierda, esa de la que forma parte el Partido Comunista chileno, y que no cree ni en las virtudes de la democracia representativa como forma de gobierno ni en la economía de mercado como mejor forma de generar riquezas.
Es una campaña que caló hondo en unas nuevas generaciones cuyas expectativas de mejoras económicas y sociales se han visto frustradas, y que calza muy bien con el dogmatismo ciego de una generación de viejos izquierdistas que siguen creyendo que hay que hacer la revolución socialista como en tiempos de Allende.
En esta visión de las cosas, se insiste en que fueron tres décadas que traicionaron al pueblo, instalaron el neoliberalismo, profundizaron las desigualdades sociales y sumieron a las clases medias y populares chilenas en procesos de endeudamientos financieros y angustias en sus expectativas que, naturalmente, estaban llamados a terminar en estallidos de violencias inauditas.
A partir de este diagnóstico, Chile se embarcó en cambios institucionales relevantes, al punto de votar por una convención constituyente que tendrá la tarea de redactar una nueva Constitución que sustituya la aprobada en 1980 (en plena dictadura de Pinochet).
La tragedia chilena es que la convención constituyente no parece querer fijar una Constitución moderna, liberal en lo político y que potencie la economía de mercado. Y que la elección presidencial parece conducir hacia una polarización extrema que tampoco ayudará a reencontrar un camino de paz social con crecimiento económico vigoroso.
Hay que prestar atención a la tragedia chilena que está ocurriendo en vivo y en directo. Infelizmente, es un espejo que refleja una realidad política de la cual hay que alejarse radicalmente si queremos buscar el bienestar y la prosperidad de nuestro país.
FUERZAS ARMADAS: ¿DEFENDER A LOS CHILENOS DE SÍ MISMOS?
AthenaLab, 11/11/2021
Recurrentemente sale a discusión el rol de las Fuerzas Armadas, ya sea porque su participación en los Estados de Excepción Constitucional llama la atención, o por los esfuerzos de algunos para sacarlas de la Constitución que ahora se escribe con el objetivo de tener vía libre al poder.
Llama la atención por la actitud del actual Gobierno, como también de los gobiernos anteriores de centroizquierda, de recurrir a ellas cuando lo han considerado necesario.
Las han usado para apoyar a la policías en la frontera norte, atacar incendios forestales, los desastres naturales causados por terremotos, erupciones volcánicas y aluviones y, más recientemente, para sostener el Estado de Catástrofe que se decretó por la pandemia y los de Emergencia gatillados por el estallido social y, últimamente, por la violencia en la Macrozona Sur.
Es importante definir lo que hacen las Fuerzas Armadas y, junto con ello, las herramientas y recursos que necesitan para hacer el trabajo que se les pide, sea en defensa de la soberanía, el territorio o el interés nacional, donde sea que esté ubicado.
Dado que manejan el monopolio del uso de la fuerza, lo que hacen debe quedar definido a nivel constitucional, como también se debe definir cómo se eligen sus liderazgos y a quién se reportan. Pero, tanto o más importante, es definir para qué existen o su propósito, qué hacen y el cómo lo hacen.
¿Por qué es relevante lo anterior? Lo es porque hay dos situaciones que están ocurriendo y que deben ser atendidas.
Por un lado, hay grupos que las quieren sacar del camino para tener libre acceso o ruta libre en el asalto al poder y en donde estos estiman que las instituciones armadas son las únicas que se interponen en su camino; por otro lado, está el uso de las Fuerzas Armadas en Estados de Excepción Constitucional, como fueron los 18 meses por la pandemia y, desde hace algunas semanas, para apoyar a las policías en colocar orden en provincias de las regiones del Biobío y de La Araucanía, que están con la violencia fuera de control.
Se puede entender que el Gobierno las haya usado cuando se produjo el estallido social, una acción que puede ser discutible, pero que con los antecedentes en la mano en ese minuto era para ellos algo legal y posible, y que, ante el desconcierto y sorpresa que causaron los ataques a estaciones del Metro y la falta de inteligencia, era lo único que podían hacer. Después de la guerra todos somos generales y es fácil criticar, pero otra cosa es con guitarra.
El caso más complejo es el uso de las Fuerzas Armadas para apoyar a las policías en la mantención del orden público y el Estado de derecho en La Araucanía. Es complejo porque no es una situación nueva. Es un estado de alteración e ingobernabilidad que existe desde hace ya bastante tiempo y que ningún Gobierno ha podido resolver, a pesar de las buenas intenciones que todos expresan cuando asumen la conducción del país.
Chile y los chilenos merecen mucho más que un muy lamentable fallecimiento en Cañete e infantes de Marina enviados por el Gobierno a imponer el orden y que ahora el Ministerio Público quiere meter a la cárcel por actuar de acuerdo con las instrucciones del Ejecutivo. Si las Fuerzas Armadas van a tener que asumir el rol de defender a los chilenos de sí mismos, entonces seamos correctos y les damos no solo los medios humanos y materiales adecuados a la función, sino que, más importante aún, les damos el respaldo legal para imponer el orden público y el Estado de derecho. |
Es complejo porque un grupo de chilenos no reconoce la autoridad del Estado de Chile, realiza acciones de violencia, comete ilícitos y se mandan solos. Digo chilenos porque todos los que nacimos en Chile o adoptamos la nacionalidad chilena somos chilenos.
Es complejo porque los gobiernos y la suma de los poderes del Estado no han sido efectivos en resolver el problema y han tenido que usar el último recurso disponible, el que indica nuestro escudo nacional –por la razón o la fuerza– y que se representa en el uso de las Fuerzas Armadas como última opción ante la inefectividad o la falta de pericia de quienes han tenido a cargo el problema, o porque los recursos policiales asignados se han visto sobrepasados.
Si creemos que no hay otra solución que usar a los institutos armados en La Araucanía, adelante. Pero antes nos debemos preocupar de que estén entrenados y capacitados, con los recursos materiales adecuados, siguiendo un plan en que el uso de la fuerza no es el único elemento. Pero, por sobre todo, bajo un régimen legal apropiado que reconozca la emergencia existente y el uso de las instituciones armadas como última opción, y no lo que existe actualmente, que limita su efectividad y actuar, con reglas de uso de la fuerza escritas por personas que nunca han estado en combate o metidos en medio de una balacera, o por un régimen jurídico que no quiere asumir que, cuando se requiere del uso de las instituciones armadas, la situación hace mucho dejó de ser normal. |
Dicho lo anterior, si creemos que no hay otra solución que usar a los institutos armados, adelante. Pero antes nos debemos preocupar de que estén entrenados y capacitados, con los recursos materiales adecuados, siguiendo un plan en que el uso de la fuerza no es el único elemento. Pero, por sobre todo, bajo un régimen legal apropiado que reconozca la emergencia existente y el uso de las instituciones armadas como última opción, y no lo que existe actualmente, que limita su efectividad y actuar, con reglas de uso de la fuerza escritas por personas que nunca han estado en combate o metidos en medio de una balacera, o por un régimen jurídico que no quiere asumir que, cuando se requiere del uso de las instituciones armadas, la situación hace mucho dejó de ser normal.
Chile y los chilenos merecen mucho más que un muy lamentable fallecimiento en Cañete e infantes de Marina enviados por el Gobierno a imponer el orden y que ahora el Ministerio Público quiere meter a la cárcel por actuar de acuerdo con las instrucciones del Ejecutivo.
Si las Fuerzas Armadas van a tener que asumir el rol de defender a los chilenos de sí mismos, entonces seamos correctos y les damos no solo los medios humanos y materiales adecuados a la función, sino que, más importante aún, les damos el respaldo legal para imponer el orden público y el Estado de derecho, ya que de lo contrario estamos siendo cínicos e irresponsables al pedirles hacer el trabajo que otros no quieren hacer, en lo que se conoce como pedirle al gato que meta sus manos para sacar las castañas del fuego
Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas C.