Ivan Witker: Lecciones del aplastamiento de la Primavera de Praga
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A 53 años de la invasión que terminó con el “socialismo con rostro humano”, es posible concluir que las experiencias políticas nunca pueden abstraerse del contexto geopolítico y que el comunismo es irreformable.
En el mes de agosto de 1968, con la llegada de medio millón de soldados soviéticos, así como cientos de tanques, más la toma de los aeropuertos del país, terminó manu militari una experiencia política, cultural y económica vital para Europa y muchos otros países. Fue la invasión que acabó con la Primavera de Praga, denominada también, Socialismo con Rostro Humano.
La experiencia ha sido abordada desde numerosos ángulos, como el histórico, literario e incluso cinematográfico (gran aceptación tuvo la más reciente, “Reconstrucción de la Ocupación”). Pero más allá de la tragedia, los muertos, la desolación, la amargura, todas las aproximaciones son concluyentes y de enorme actualidad. Uno, que las experiencias políticas nunca pueden abstraerse del contexto geopolítico. Dos, que el comunismo es irreformable.
Muchos de los estudios apuntan a algo muy certero. Aquella fue la última esperanza de construir un modelo intermedio entre el capitalismo y el comunismo. Fue un esfuerzo genuino para configurar esa famosa tercera vía, que cada cierto tiempo vuelve a entusiasmar a políticos e ideólogos de izquierda y a todo aquellos interesados en la posibilidad de atenuar los efectos del capitalismo.
Alma de aquel proyecto fue Ota Šik, el coordinador general de las reformas económicas de la entonces Checoslovaquia, quien casualmente escapó de la represión post invasión, al estar participando en un seminario en Belgrado aquel fatídico agosto de 1968. Šik se refugió en Suiza. Allí se dedicó a la academia y a propagar ideas a favor de ese escurridizo camino intermedio. La derrota del experimento la atribuyó sólo a factores geopolíticos; a la invasión militar.
Algunos explican el entusiasmo de Šik por un comunismo reformado en su tardía y curiosa familiarización con las ideas comunistas, ocurrida al finalizar la Segunda Guerra Mundial, al interior del campo de concentración de Mathausen, donde lo enviaron por su condición de judío. Por circunstancias fortuitas (cabe recordar que era un artista plástico originalmente), terminó asesorando a Alexander Dub?ek, el verdadero cerebro político de la Primavera de Praga.
Si se toma en cuenta la naturaleza del régimen instaurado con posterioridad a la invasión, podría admitirse que Šik tenía razón, al menos parcialmente. Ningún proyecto político puede desacoplarse por completo del espacio geopolítico donde se desenvuelve. Brezhnev se encargó de recordárselo personalmente a Allende en 1972. Y es que los intereses de las grandes potencias, así como de las potencias cercanas, es fundamental en los equilibrios internacionales.
Las ideas de Šik dieron vuelta durante años por toda Europa después de 1968. Para los sectores democráticos, el abrupto fin de la experiencia atentó contra la convivencia europea de la misma manera que la construcción del Muro de Berlín. En las izquierdas, mientras tanto, se desató un debate ideológico inédito, que marcó las diferencias entre las visiones marxistas de Gramsci y de Lenin. El debate contribuyó al surgimiento del eurocomunismo en Italia, Francia y España. El impacto mayor se produjo en el PC italiano, el cual se convirtió en el más importante detractor de la URSS en Europa y desplegó una fuerte campaña de solidaridad, no sólo con los comunistas reformistas, sino con todos aquellos que huyeron del régimen en los los siguientes.
Fue justamente el diario del PC italiano, L´Unità, el que en abril de 1988 publicó una entrevista de cuatro páginas a Dub?ek (grabada clandestinamente), donde éste analiza las consecuencias de la invasión soviética. El movimiento político en Italia fue de tales dimensiones, que el régimen checo, ya debilitado, liberó a Dub?ek aceptando su viaje a Boloña (noviembre, 1988) a recibir el doctorado honoris causa con motivo de los 900 años de esa casa de estudios. Al evento asistieron decenas de enviados especiales de los principales medios de comunicación de todo el mundo. Sólo meses más tarde, el colapsar el régimen, Dub?ek fue elegido Presidente del Parlamento y se transformó en figura importante de la transición de terciopelo.
Sin embargo, el derrumbe del comunismo dejó al descubierto el otro gran factor. El comunismo es un modelo que no admite versiones flexibles, iconoclastas, y que, además, es aplicable sólo mediante la violencia y sustentable a través de la represión. Dejó en evidencia también que, desde el punto de vista económico, el estatismo extremo termina sucumbiendo por la ineficiencia y el estancamiento.
En 1990, Vaclav Havel invitó a Šik a Praga para discutir sobre la viabilidad de sus ideas. Se concluyó que eso no era lo que esperaban los checos. Havel y su entonces ministro de Economía (y posterior Presidente), Vaclav Klaus, prefirieron un sistema que pudiera reinstaurar el capitalismo a la brevedad y con la mayor energía posible. Apoyados en una idea original de los economistas Dušan T?íska y Tomas Ježek, crearon un ingenioso sistema de privatización masiva por medio de emisión de cupones que distribuyeron entre todos los mayores de edad (kuponová privatizace).
Esa, junto a las otras experiencias postcomunistas exitosas (como la de países bálticos), demostró que la gente deseaba asegurar rápidamente la libertad individual y el emprendimiento. El socialismo con rostro humano quedó como pieza de museo.
La invasión de 1968 permite constatar la curiosa sobrevivencia en Chile de los matices más duros de esta ideología. Ya en ese año, Corvalán, Teitelboim, Millas y cía., apoyaron con entusiasmo el despliegue de tropas soviéticas. Sólo en el ocaso de sus vidas, y cuando ya el propio Gorbachov había pedido perdón por la atrocidad cometida, aceptaron que quizás no fue bueno opinar.
A 53 años de aquel acontecimiento tan relevante, la coraza ideológica permanece intacta.
FUENTE: EL LIBERO. Publicado el 30 agosto, 2021