Sin riesgo de equivocarnos podríamos decir que a partir del año 400 D.C. la forma tradicional de hacer la guerra en nuestro planeta se centraba en largas, costosas y aburridísimas campañas de acoso a fortalezas y castillos. Hasta esa fecha — y durante casi dos milenios — las estrategias de lucha no habían cambiando mucho y las técnicas de empleo en combate se mantenían sin notorias alteraciones. A diferencia de lo que Hollywood nos muestra hoy en sus películas los asedios a ciudades y castillos duraban en promedio entre 3 y 7 años, producían no más de 100 bajas por bando (entre muertos y heridos) y generalmente finalizaban con un civilizado acuerdo económico entre sitiadores y sitiados.
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Es precisamente la llegada de la Tecnología Militar, la influencia de los burócratas obsesionados con la adecuada organización y el debido financiamiento – y en general la aparición de una nueva forma corporativa y sistémica de ver el conflicto bélico – quienes crean las nuevas variables que ponen un violento fin a este romántico y poco eficiente estilo de hacer la guerra.
Durante los últimos 500 años, la humanidad ha experimentado 5 Revoluciones Tecnológicas de carácter militar que han cambiado radicalmente el curso de la historia del hombre. Cada una de estas revoluciones se ha gatillado a raíz de un descubrimiento técnico que al industrializarse – al caer en manos de reyes y empresarios – encontró un rápido uso en el mundo militar profesionalizando en el conflicto y haciendo más eficiente la lucha. Una verdadera mentalidad empresarial se apoderó de la guerra. Acto seguido, cada una de estas revoluciones dibujó de nuevo los mapas del mundo, convirtió a pequeños países en potencias económicas mundiales y rediseñó la política internacional con la cual se redistribuyeron en cada periodo los centros de poder en nuestro planeta. Los resultados directos de estas revoluciones tecnológicas modificaron profundamente la velocidad y la letalidad para hacer la guerra, otorgaron la capacidad a diminutos estados para imponer por la fuerza sus políticas sobre continentes completos y fueron claves para sustentar la sorprendente expansión de Europa y su particular estilo de hacer negocios en todo el planeta. Cada revolución tecnológica influyó directamente en el surgimiento y en la posterior caída de cinco de los seis más grandes y poderosos imperios del mundo.
En lo que respecta a nosotros y para desgracia de las repúblicas Latinoamericanas la historia ha demostrado, con irritante monotonía y exactitud, que el fenómeno de la guerra siempre ha encontrado a nuestros pueblos desinformados e indefensos ante las decisiones – muchas veces irresponsables – del gobierno de turno. No han sido pocas las ocasiones en las cuales los gobiernos latinoamericanos constituidos casi invariablemente por acomodados ciudadanos que jamás sirvieron un minuto a su patria en uniforme, sumieron a sus pueblos en la más obscura de las ignorancias únicamente porque no poseían preparación profesional alguna para enfrentar inteligentemente un conflicto bélico. Pánico, histeria, gritos y caos han sido escenas comunes al interior de nuestros palacios de gobierno. ¿La excusa más escuchada? Nadie estaba preparado para la crisis. Nadie la vio venir.
Cuando la guerra finalmente nos golpea con su lógica brutal y sencilla es tradicional en nuestra cultura ver a los políticos sudamericanos en completo desorden apuntándose pública y dramáticamente con dedos temblorosos y acusadores. Tonos discrepantes y declaraciones hostiles son seguidos por abrazos y promesas. Acto seguido y una vez que las agendas privadas de cada partido político han quedado satisfechas recién los congresistas consideran la posibilidad de tomar el fusil para salir a darle pelea al enemigo invasor.
El haber dejado primero muy en claro cual partido político fue responsable de la falta de preparación militar tiene una prioridad central en la mentalidad de nuestra clase dirigente. El hecho de emplear horas valiosas sin movilizar a nuestras fuerzas armadas frente a una inminente amenaza son solo “tecnicismos irrelevantes” si se comparan con el drama personal, la auto-percibida imagen del partido y el emocionado debate político de nuestros teatrales congresistas. En el apasionado mundo latino el orgullo ciego e irracional, las lealtades mal comprendidas y el honor infantil muchas veces están por encima de los valores cívicos y de las obligaciones constitucionales. Existen incontables ejemplos de líderes políticos latinoamericanos que al momento de enfrentar una guerra han llegado a ella sin conocimiento ni experiencia militar alguna, huérfanos de un equipo de asesores experimentados y en manifiesta incompetencia intelectual para dirigir a los ejércitos de la república.
Irónicamente ha sido la presencia de idénticos niveles de torpeza estratégica e ineptitud militar — en sus potenciales contrincantes — lo que ha impedido el dominio absoluto de una sola nación en América Latina. La ausencia de ejércitos verdaderamente modernos, entrenados con estándares profesionales y equipados con sistemas de armas de última generación han garantizado durante casi 200 años un equilibrio estratégico casi constante en la región. Hasta ahora.
Curiosamente la mayoría de los conflictos bélicos en nuestro continente han sido el resultado de intrigas extranjeras, invasiones norteamericanas y europeas o siniestras manipulaciones internacionales. De ello dieron fe las intervenciones militares norteamericanas del siglo 19 a México, Nicaragua, Cuba y Panamá. Mas tarde y quizás con la intención de profundizar un poco más en este punto, los Estados Unidos invadieron también Haití, la República Dominicana y nuevamente a México a principios del siglo 20. En todos y cada uno de estos lugares la bandera norteamericana permaneció flameando durante años. En algunos casos, durante décadas. A pesar de nuestra histórica ineptitud militar, de la evidente necesidad de un cambio y de un análisis profundo a este tema muchos de los proyectos relacionados a la adecuada modernización de las fuerzas armadas sudamericanas nunca logran evolucionar en algo más allá que el irrelevante foco de debate público del verano pasado. En el mundo latino el diseño de la adecuada defensa nacional genera discrepancias arabescas que siguen sin resolverse y que en términos concretos ni siquiera hoy se tocan con la necesaria responsabilidad o visión estratégica.
Guerras a gran escala, desarrollo tecnológico y negocios corporativos han ido siempre de la mano. Contrario a las fabulas y argumentos irresponsables que circulan en la región – y que abogan por la reducción extrema de los ejércitos profesionales – las guerras generalmente dejan a un bando vencedor y en condiciones de florecer económicamente y al otro en bancarrota. Quizás ya es hora de que alguien en esta región del mundo se informe, diga basta y que los latinos empecemos realmente a entender cómo funciona esta cada día más frecuente forma de conflicto internacional. Créanme que no exagero cuando digo que es sencillamente imperativo evaluar de forma profesional, sin pasiones y con visión estratégica la posibilidad de que podamos – por primera vez en nuestra historia – quedar bien parados cuando este fenómeno social llamado guerra visite de nuevo nuestra región.
Uno de los primeros pasos para revertir esta tendencia es acercarnos a la tecnología, modernizar radicalmente nuestras instituciones armadas, incrementar el nivel intelectual de los centros y agencias de inteligencia y análisis de riesgo y desarrollar una cultura gubernamental de trabajo profesional que verdaderamente comprenda el fenómeno de la guerra. Sin pasiones, sin histeria y sin drama. Fríos y serenos bajo presión. Tal y como lo hacen los directorios de las grandes empresas.
Lo que ya ha ocurrido…
Las Revoluciones Tecnológicas Militares.
POLVORA: La primera Revolución en Tecnología Militar (RTM) ocurre en 1494 con la sorpresiva invasión francesa a la lujosa y mal defendida Italia. Aquí una pequeña pero disciplinada fuerza invasora de apenas 27,000 soldados profesionales al mando del Rey Carlos VIII de Francia – equipada por primera vez en la historia con piezas de artillería – arrasó en solo 6 meses con los hasta ese minuto indestructibles castillos italianos derrotando simultáneamente a los pobremente equipados ejércitos campesinos de Génova, Florencia, Roma y Nápoles. No solo un par de fortalezas sino toda Italia caían conquistados a los pies de esta pequeña fuerza expedicionaria francesa. Los impenetrables muros de cemento y piedra que durante 1,000 años detuvieron todo intento de agresión externa se derrumbaban tras solo 7 horas de bombardeo ante los atónitos ojos de los elegantes italianos. Las enormes brechas en los muros de la ciudad (provocadas por la caída de pesados proyectiles) permitían ahora el ingreso en masa de los disciplinados y sanguinarios invasores. Estos últimos, equipados con armaduras y entrenados profesionalmente en el uso de ballestas, sables y armas de fuego dieron fácil cuenta de los defensores.
La ferocidad, rapidez y letal eficiencia del soldado profesional al combinarse con la potencia de fuego de la artillería destruyeron en minutos todos los principios que sustentaban la lógica diplomática de las relaciones internacionales en Europa. ¿Para qué negociar por aquello que puedo sencillamente tomar por la fuerza? ¿Sin gran esfuerzo y sin pérdida de tiempo? La era de la pólvora, la artillería pesada y las muertes en gran escala habían llegado con brutal violencia al mundo civilizado. De la mano de estos avances tecnológicos llegaba también una nueva forma de hacer negocios.
VAPOR: La segunda Revolución en Tecnología Militar ocurre entre 1866 y 1905 con la invención y el uso masivo del ferrocarril, el empleo de veloces buques de guerra con motor a vapor, el telégrafo, las ametralladoras y los fusiles de tiro rápido. En esta época se diseña y se implementa el concepto de Guerra Industrial Total (Total War) la que es a partir de ese momento aplicada en soporte de las políticas nacionalistas de expansión del estado.
Este nuevo estilo de lucha se conoce también como Guerra de Desgaste y demanda la fabricación de armamentos en masa. Esta nueva condición marca una diferencia inalcanzable entre los estados europeos industrializados y las modestas y atrasadas colonias en el resto del mundo. Hacia 1914 Europa controlaba – gracias a su avanzada tecnología e innegable poder militar – el 84% del comercio, territorios y mercados del planeta permitiéndole ello negociar con exagerada ventaja acuerdos comerciales de abierto carácter imperialista. Las riquezas obtenidas en este periodo le permiten a Europa acumular un nivel de poder económico, político y militar sin paralelo.
PETROLEO: La tercera RTM ocurre en 1939 con la explosiva industrialización de nuevas tecnologías de transporte enfocadas casi en su totalidad en los sorprendentes motores de combustión interna. La mecanización de los ejércitos europeos se logra a través del empleo masivo de vehículos blindados, submarinos, aviación de ataque y nuevos sistemas de radar y comunicaciones.
Todos estos inventos son por primera vez integrados de forma corporativa al campo de batalla otorgando a monarcas, presidentes y generales la capacidad de mover en solo días a millones de soldados de un lugar a otro. En apoyo a las tropas de primera línea se agolpan ahora verdaderas hordas de sonrientes científicos, ingenieros civiles y físicos nucleares quienes logran en solo 3 años avances tecnológicos que la raza humana fue incapaz de obtener en los últimos 2,000. Estas innovaciones llegan de la mano de nuevas tácticas y técnicas de combate que restauran – de forma extrema – la falta de movilidad del campo de batalla terrestre. Curiosamente, la suma de todos estos inventos se condensan exclusivamente en diseños que se ajustan a sistemas de armas alimentados únicamente por petróleo, incrementando aún más el indiscutible poder de los ejércitos industrializados y su dependencia en el petróleo.
Los nuevos sistemas de propulsión a petróleo generan el nacimiento de las primeras mega-corporaciones internacionales especializadas en la fabricación de avanzados sistemas de armas. A partir de ese momento todas las plataformas de combate del mundo (buques, aviones y tanques) se mueven con un solo tipo de combustible. Hacia finales de 1939 se empieza a hacer evidente que la industria de defensa y las empresas petroleras se han convertido en los centros generadores de empleo y en las plataformas de negocios más grandes del planeta. Como consecuencia directa todo estado que carezca de los necesarios recursos económicos para adquirir sistemas de defensa de última generación queda imposibilitado para hacer la guerra convencional de forma victoriosa. Gracias a la total dependencia de la raza humana en los productos derivados del petróleo, un pequeño y selecto grupo de 13 gigantescas organizaciones bancarias y corporaciones petroleras internacionales comienzan a controlar silenciosamente los mercados, las políticas de trabajo y los destinos de casi el 90% del mundo.
ENERGIA ATOMICA: La cuarta Revolución Tecnológica Militar nace con brutal violencia en 1945 con el lanzamiento de las primeras bombas atómicas sobre Japón. Su detonación anuncia el fin de casi 1,000 años de hegemonía económica y militar europea dando inmediatamente paso a la instauración del dominio mundial de la Unión Soviética y de los Estados Unidos.
El terror a dar inicio a una guerra termo-nuclear irreversible permite a estos dos países controlar el comercio mundial, influir en la inversión extranjera y manipular a los gobiernos del mundo al punto de decidirse – ya sea en Moscú o en Washington – que presidente y que corriente política debía asumir el mando en cada uno de los países bajo su influencia hemisférica.
INTERNET: La quinta Revolución Tecnológica Militar nace públicamente al mundo en Febrero de 1991 con la invasión relámpago de Estados Unidos y Europa a Kuwait. Ella trae consigo las poderosas semillas de la actual revolución informática y los sorprendentes usos militares de los nuevos sistemas de telecomunicaciones satelitales. En 1997 se hace evidente que el modelo imperante de Guerra Industrial Total tiene sus días contados. Ello conlleva amenazas asimétricas inaceptables para las potencias industrializadas. Las armas inteligentes, la computación, la Internet y las comunicaciones satelitales permiten ahora detectar, vigilar, atacar y destruir personas e instalaciones de día o de noche, los 365 días del año sin jamás descansar y sin que ahora importe el tamaño del ejército enemigo. Solo basta con identificar la cabeza visible del mando adversario, la ubicación física de sus líderes y ordenar su destrucción.
Todo el campo de batalla está ahora interconectado y digitalizado a tal punto que el entrenamiento del personal y el diseño de los nuevos sistemas de armas deben reorientarse rápidamente para ponerse en línea con la nueva doctrina de guerra del Siglo 21… La Guerra de Maniobra. Los cambios tecnológicos que nacen en los años 90 son tan drásticos que ahora un solo misil inteligente (dirigido satelitalmente) puede reemplazar y hacer en minutos el trabajo que hace tan solo 10 años atrás debía ser realizado en 3 días por 810 hombres y 54 cañones de artillería pesada. La llegada de los robots, el empleo de armas láser y los ataques computacionales a las redes financieras y sitios Web de gobierno ya son una realidad desde Diciembre del año 2002.
La nanotecnología (sistemas de armas en miniatura) y el diseño de equipos de combate que otorgan nuevas y poderosas capacidades de sobrevivencia y destrucción a nuestros soldados se entremezclan ahora con la creciente amenaza de ataques organizados por diminutas células terroristas equipadas con armas nucleares para las cuales los ejércitos modernos todavía no están entrenados.
Simultáneamente, el bajísimo costo de los sistemas GPS, el uso irrestricto e ilimitado de la Internet y los sorprendentes avances en sistemas de telecomunicaciones celulares (con capacidad de transmisión de voz, video y data en tiempo real) permiten que cualquier estado, individuo o agrupación extremista – por modesta que sea – adquiera letales capacidades de ataque sobre nuestras redes electrónicas, fuentes de energía y sistemas de comunicaciones comerciales. El sorprendente nivel de entendimiento que parecen tener los grupos terroristas islámicos (y sus imitadores en el mundo occidental) respecto de cómo funcionan los mercados europeos, la ubicación exacta de nuestras fuentes de energía, la vulnerabilidad de nuestros depósitos de agua potable y el incontrolable temor que tenemos en Occidente a un atentado con explosivos dentro de las escuelas donde juegan nuestros hijos definen con fría precisión los blancos que serán atacados en el corto plazo. Contrario a toda lógica – y ante la evidente amenaza de un nuevo e inevitable conflicto mundial – nuestra clase política se sigue rehusando a procesar esta información negándose a tomar las más básicas medidas preventivas para protegernos. ¿Suena a historia conocida?
Lo que hoy está ocurriendo….
Falta de recursos y amenazas a la paz mundial.
Analicemos algunas señales. La población mundial es el número total de seres humanos viviendo simultáneamente en la tierra en un momento dado. Al día 1 de Septiembre del 2009 ese número era estimado por las Naciones Unidas en un poco más de 6,800 millones de seres humanos. Sobre la base de la actual proyección de crecimiento – la cual de hecho no posee comparación con ningún período conocido en la historia de la raza humana – la población del planeta seguirá creciendo a un ritmo descontrolado durante los próximos 32 años. Para el año 2042 la población mundial habrá agregado más de 3,000 millones de seres humanos adicionales principalmente en África y Asia provocando condiciones de miseria, hambre y sufrimiento jamás antes vistas en nuestro planeta. (Fuente: International Database IDB. World Population 2009.)
En el siglo 21 una población humana de 9 mil millones de habitantes no puede sobrevivir sin agua, sin alimento y sin combustible. Sobre todo cuando las reservas mundiales solo alcanzan para sostener a 4,000 millones de seres humanos. Desde antes del año 2001 los informes estadísticos, los análisis matemáticos y los reportes científicos de destacados expertos en Europa y Estados Unidos han estado advirtiendo a los líderes mundiales de lo mismo. En todos los tonos posibles. No hay suficiente comida, agua potable ni energía eléctrica para todos. La falta de estos recursos llevará a muchos pueblos, naciones y a continentes completos a pelear – literalmente a muerte – por su supervivencia. A estas alturas la falta de recursos naturales no solo es inevitable, sino peor aún, esta alarmante realidad no constituye en sí misma la totalidad de las malas noticias. El mundo aun esta por conocer el año en que el clima cambiará la historia.
Hacia finales del siglo 20 el ser humano ya había agotado y sobreexplotado más del 70% de las reservas naturales del planeta desencadenando la primera crisis energética y climática de carácter irreversible de la historia. Polos de nieve se están derritiendo a una velocidad sin precedente provocando cambios climáticos extremos en todos los continentes. Terremotos catastróficos, tormentas de inusual envergadura y desastres naturales — que antes ocurrían cada cien años — ahora se repiten cada 3 meses. Zonas tradicionalmente templadas o semi-frías sufren hoy de calores inexplicablemente altos. El incremento de la temperatura en el planeta hace que la subida de las aguas oceánicas sea prácticamente un hecho, así como también la predecible desaparición de millones de kilómetros cuadrados de tierra firme bajo ellas. Lo que no destruya el mar lo hará la sequía, la deforestación y el explosivo avance de los desiertos. Nada de esto ocurrirá en un siglo más sino que por el contrario, todo esto será visible dentro de tan solo 5 años más.
Las señales más evidentes de que hemos comenzado a vivir los primeros efectos de una crisis planetaria irreversible serán las catastróficas caídas de las principales bolsas y mercados del mundo. La respuesta instantánea a la crisis financiera final será la quiebra – casi simultánea – de más de 700 bancos alrededor del mundo. Acto seguido, y ante sendos preparativos militares seremos testigos del explosivo incremento del precio del petróleo a valores jamás vistos. El costo del combustible se volverá prohibitivo y nunca volverá a reflejar los precios del siglo 20. El valor monetario de la energía eléctrica y el costo de los alimentos se volverán insostenibles, caóticos y estresantes. Más de un tercio de la raza humana no tendrá acceso al agua potable, sufrirá de frío, exceso de calor, hambre y desnutrición.
La caída de los mercados internacionales será seguida por masivos movimientos militares en todo el mundo. Alianzas estratégicas de medio siglo se romperán en horas, otras se firmarán en una noche. La simple lógica y el sentido común más básico permiten predecir que los enemigos de occidente no perderán esta oportunidad para atacar. Las señales de partida de este nuevo y obscuro periodo de la historia se resumen en un diminuto menú de escenarios probables que van desde el bloqueo del estrecho de Ormuz hasta sorpresivos ataques terroristas en el corazón de Europa y la detonación de un artefacto nuclear en las costas de Estados Unidos. La respuesta Occidental no se hará esperar y todos los ciudadanos del mundo – con acceso a una radio o un televisor – seremos testigos de la inauguración de un nuevo sistema de trabajo e interacción en las relaciones internacionales. Viviremos la primera guerra globalizada llevada a cabo con el específico propósito de imponer un nuevo orden mundial y un estricto sistema de seguridad internacional. No un sistema de control y vigilancia local, continental o regional sino uno planetario. Y eso es nuevo.
El miedo y la ignorancia producen situaciones de riesgo. La falta de comunicación y entendimiento eventualmente se degenera en conflictos verbales. Los conflictos mal administrados casi invariablemente producen guerras. Aún cuando hoy nuestros políticos pretendan – por motivos electorales – convencernos cínicamente en América Latina que no hay nada por qué preocuparse (pretendiendo cambiar por decreto la naturaleza y su clima) hoy es un hecho científico que el agua dulce está desapareciendo a una velocidad alarmante. Si a ello agregamos la falta creciente de combustible, la irreversible escasez de alimentos y un barril de petróleo que muy pronto superará los $210 dólares no es difícil entonces pronosticar un planeta sumido en guerras regionales provocadas por el hambre, el caos social y la desesperanza.
Curiosamente una de las pocas zonas del mundo que enfrentará en buena forma la crisis climática y energética – pues conservará inmensas reservas de agua dulce, petróleo, gas y una muy baja población – es América del Sur. Ello convertirá a nuestra región, de la noche a la mañana, en uno de los continentes más codiciados del planeta. Gobiernos y corporaciones de todo el mundo vendrán a tocar a nuestras puertas. Detrás de ellos poderosos ejércitos estarán listos para persuadirnos de negociar en otros términos si la situación así lo exigiese. Es precisamente para esta eventualidad que debemos estar preparados.
Lo que va a ocurrir mañana….
Lo peor está por venir.
No escribí este artículo para aliviar los sentimientos de autocomplacencia de la clase política que hoy gobierna América Latina sino por el contrario, para alertar a 520 millones de Latinoamericanos acerca de los urgentes temas económicos que deberían preocuparnos ofreciendo alternativas prácticas y propuestas realistas al respecto. No existen seres humanos superiores a otros. El mundo se divide simplemente en aquellos que tienen armas y recursos valiosos en sus manos y en los otros que viven oprimidos y esclavizados por no tenerlos.
Sean estas armas definidas como poder económico, poderosos aliados políticos, inmensas reservas de gas y petróleo o simplemente modernos y profesionales ejércitos que garanticen infinito dolor y destrucción al adversario que se cruce en su camino. Hoy la única forma de asegurar en el siglo 21 nuestra libertad, la paz regional y el equilibrio estratégico entre naciones es comprender – con sincera responsabilidad – que la seguridad y la efectiva defensa de nuestros países es un deber supremo del gobierno y la prioridad número uno de los políticos hacia los pueblos que los eligieron.
Sin seguridad no se pueden construir los pilares que sustentan la forma más básica de estabilidad política, no es recomendable la inversión extranjera y es imposible lograr la generación de empleos ni la tan necesaria prosperidad económica. Con este fin en mente es que se debe proponer el diseño y la implementación de nuevos sistemas de análisis y evaluación de amenazas que verdaderamente nos protejan de este período de crisis que ya se ve en el horizonte. Los desafíos más tangibles que enfrentará América Latina durante las primeras 3 décadas del siglo 21 son, entre otros; la dramática falta de gas, petróleo y energía eléctrica en nuestros hogares, el racionamiento de los alimentos, guerras civiles, conflictos bélicos regionales y las consecuencias políticas y militares del inevitable conflicto bélico entre Irán y occidente.
Lo que se viene a la vuelta de la esquina es un periodo histórico doloroso, extraordinariamente violento y en gran medida inevitable. Pero no por ello imposible de atenuar.
La inteligencia estratégica y el análisis prospectivo juegan aquí un papel central como asesores de la alta administración. De hecho, son precisamente las agencias de inteligencia las llamadas a analizar la información con una consciencia crítica – utilizando para ello esas hordas infinitas de analistas y asesores – dando la voz de alarma y proponiendo con coraje y valentía planes de acción y de contingencia.
Muchas de estas amenazas – y sus efectos colaterales a nivel sudamericano – son completamente esperables, poseen características de evidente identificación y muchas de ellas son de hecho completamente prevenibles y viables de desactivar a tiempo. Pero ello exige que nuestra clase política Latinoamericana – casi siempre más preocupada de generar riqueza personal que de servir a sus confiados electores- se dé el tiempo de escuchar el tic-tac de las bombas de tiempo sobre las que están sentados, que abran sus oficinas a los analistas de inteligencia y comiencen a evaluar con mayor seriedad los peligrosos escenarios que nos rodean.