Columna de Opinión

Hermógenes Pérez de Arce Ibieta. Después del Caupolicán

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR
La verdad ha comenzado a abrirse paso, gracias a los cultivadores de la mentira y del odio.
No parecía que pudiera ser, pero así es. Chile ya no será el mismo después del Documental. Y lo más paradójico es que se lo debemos a los más perjudicados con él, los marxistas.

Si ellos no hubieran hecho el menor caso de la exhibición de esta película, una vez más habríamos concurrido los quinientos o mil adherentes de costumbre a verla, como tantas veces lo hemos hecho en estas décadas, en medio de la indiferencia general; habríamos corroborado el silenciamiento del evento por “la gran prensa”; yo ni siquiera habría tenido que conseguir permiso en la casa para asistir y en la noche del domingo nadie habría siquiera comentado en la TV el asunto.

Pero, como “el odio es más fuerte”, los de la doctrina que lo profesa no pudieron resistir la tentación de manifestarlo, de herir a otros, de perseguir a pacíficos espectadores a pedradas y de ocasionar grandes daños, porque la secuela del odio es siempre el daño a lo ajeno, al país (pues a ellos el país les esajeno).

De modo que, gracias al odio, “los medios” no tuvieron más remedio que volver la mirada hacia el Documental, y en él encontraron dos gigantescas sorpresas: la primera, a un Patricio Aylwin diciendo que la Unidad Popular había formado un verdadero ejército paralelo, de miles de irregulares armados y más diez mil llegados del extranjero, con capacidad de desafiar a las fuerzas armadas regulares; y que mediante él la UP se proponía tomar la totalidad del poder para consumar una revolución comunista;

Y la segunda, a un Salvador Allende corroborando lo anterior y diciéndole a Regis Debray que él se proponía establecer un “régimen socialista marxista total” y refiriéndose a la inevitabilidad del enfrentamiento armado para el “derrocamiento de la democracia burguesa”.

Esos dos testimonios cambiarán por completo el panorama de opinión en Chile. Tarde o temprano pasarán a ser de “común conocimiento”.

¿Cómo alguien podría volver a decir, entonces, que el de Allende era un gobierno democrático y constitucional, si lo que se proponía era destruir la democracia y consagrar el partido único?

¿Cómo alguien podría denegar el derecho al uso de la fuerza por parte de las fuerzas armadas regulares, si estaban amenazadas por un ejército paralelo de veinte mil o más hombres bien armados?

¿Alguien puede sostener que el golpe fue injustificado?

La tarde del domingo pasado cambió el clima de opinión en Chile.

Será un proceso paulatino, pero incontenible.

La verdad ha comenzado a abrirse paso, gracias a los cultivadores de la mentira y del odio.