Columna de Opinión

Chile reciente: Una historia coja

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Francisco Javier González: “…¿hay alguien que pueda arrogarse el derecho de concebir una memoria oficial, absoluta y para todos, de unos hechos que son percibidos y recordados de manera distinta por sus compatriotas?”… Enviar

En las cabinas de proyección de los viejos cines de barrio existía un pequeño instrumento, simple, pero fundamental: la empalmadora. Se utilizaba para unir los celuloides en caso de rotura o corte. Con frecuencia, cuando se pasaba la película y ésta llegaba al empalme, se producían unos extraños saltos, se desajustaba la imagen o, lo que era peor, quedaba detenida en un cuadro. Con el calor de los carbones, no era infrecuente que se quemara ese pedazo del film. Obviamente que estos percances eran motivo de pifias, alegatos, zapateos y las infaltables bromas por parte del público.
Con motivo de los cuarenta años del 11 de septiembre de 1973, parece que en varios medios de comunicación y también en cenáculos universitarios se trabaja en “editar” la “película” de la historia de Chile reciente, mediante cortes y empalmes. El resultado es un relato parcial y carente del necesario contexto. Allí no está la historia, o al menos faltan trece años de ella que son fundamentales para una mínima comprensión de los acontecimientos: los diez de la década del sesenta y los tres del gobierno de la Unidad Popular.

Es evidente que hay hechos que marcan la historia de los pueblos, introduciendo cambios dramáticos o repercusiones insospechadas. Por su trascendencia, por sus mismas características y consecuencias, puede existir la tentación de aislarlos y transformarlos en causa y explicación de todo lo que ocurra con posterioridad a ellos. Sin lugar a dudas, el 11 de septiembre de 1973 ha sido uno de esos hitos en nuestra historia. Desde esa perspectiva, es necesario combatir las simplificaciones y, en su justa medida, darle el carácter de una escena más de lo que podríamos llamar la película del Chile reciente. Tiene esos antes y después que permiten verlo no como cuadro inmóvil y aislado, sino que como parte de un proceso histórico. En este sentido, no se le puede considerar como origen sin verlo igualmente como término, ni analizarlo como causa sin estudiarlo también como efecto. En definitiva, al igual que con los acontecimientos contemporáneos, esa fecha también tiene su pasado, pasado que lo sitúa en un contexto imprescindible para su conocimiento.

En torno al 11 de septiembre se nos quiere presentar una “memoria histórica” de carácter nacional. Pero se olvida que toda memoria del pasado, en singular, es de suyo selectiva y parcial. Porque como los sucesos dejan huellas distintas en las conciencias, solo cabría hacer “memorias históricas”, en plural, y no un recuerdo único que debe imponerse a todos. Cada chileno, como actor de los hechos o receptor de los recuerdos que genera, aquilata su propia memoria del 11 de septiembre y de los sucesos anteriores y posteriores al mismo. Bien se entiende que si se pudiesen auscultar esas memorias, se encontrarían registros que ocupan el abanico completo de los sentimientos y pasiones humanas. Entonces, ¿hay alguien que pueda arrogarse el derecho de concebir una memoria oficial, absoluta y para todos, de unos hechos que son percibidos y recordados de manera distinta por sus compatriotas?

Si se quiere tener una aproximación a la realidad de los hechos, el estudio histórico de los procesos sociales y políticos no puede ser objeto de cortes o censuras. El historiador, sean cuales sean sus ideas, tiene por misión investigar honesta y profundamente los acontecimientos del pasado y tratar de explicarlos. Y si así lo hace, no se quedará en algunos sucesos y sus consecuencias, sino que abordará también sus causas. En este sentido, pretender hacer historia selectiva del 11 de septiembre de 1973, ineludiblemente termina transformando la investigación de dicho acontecimiento en un mero juicio del mismo. En historia, la simplificación deforma y tergiversa. Eso es lo grave.

Para entender por qué hubo un 11 de septiembre de 1973 es absolutamente necesario estudiar bien las décadas anteriores. Las crisis políticas no se producen de manera espontánea ni por una interrupción abrupta de la democracia. Hay causas y responsabilidades anteriores que deben investigarse. Así, por ejemplo, para analizar la tragedia de la violación de los derechos humanos resulta necesario comprender que la Doctrina de la Seguridad Nacional fue desarrollada en la década de los sesenta por Estados Unidos y que fue avalada por muchos gobiernos latinoamericanos de la época, entre ellos el chileno. Para comprender el colapso de nuestro sistema político, es preciso conocer las consecuencias que tuvieron la siembra y práctica de ideas revolucionarias en los años anteriores. Por último, para aquilatar en su justa medida los radicales cambios que se han producido en Chile en los últimos cuarenta años, resulta necesario no ignorar la pavorosa pobreza y miseria que causaron en nuestro país los programas económicos y sociales impuestos por gobiernos anteriores a 1973.

Cortar la historia es como querer caminar con un solo pie. Tal como solía hacerlo el público de los cines de barrio cuando se trancaba la película, quizás es hora de gritarle a unos cuantos “ya pues cojo, pasa la película”.

Francisco Javier González E.
Doctor en Historia Universidad de París I.
Profesor de la Universidad de los Andes