Columna de Opinión

¿DERECHOS DE LA NATURALEZA? ¿DECRECIMIENTO? por Carlos Peña El Mercurio, Columnistas, 03/12/2021 —- ESPANTANDO FANTASMAS por Cristián Labbé Galilea

¿DERECHOS DE LA NATURALEZA? ¿DECRECIMIENTO? por Carlos Peña El Mercurio, Columnistas, 03/12/2021 —- ESPANTANDO FANTASMAS por Cristián Labbé Galilea

Las opiniones en esta columna, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión

“Un mundo donde ciertas necesidades sean consideradas superfluas es satisfactorio para la forma de vida del asceta y el franciscano, pero un infierno para el sibarita y el jugador. ¿Y acaso ser lo uno o lo otro no es parte de la diversidad y la libertad humana?”.

Entre los asuntos que han surgido en la Convención están el de atribuir derechos a la naturaleza y la idea, vinculada con esa, de moderar el crecimiento y contener el consumo.

¿Tiene sentido hablar de derechos de la naturaleza?, ¿será mejor decrecer y moderar las necesidades? A primera vista, esas propuestas no tienen ningún sentido.

Una de las categorías de los juristas, con la que dividen y clasifican todo lo existente, es la que distingue entre los sujetos, de una parte, y los objetos, de otra. Los seres humanos serían sujetos; en tanto la tierra, los animales, las cosas físicas serían objetos. Los sujetos poseerían la calidad de agentes, es decir, de la capacidad de trazar planes de vida y conducirse a sí mismos, en tanto que los objetos carecerían de esa capacidad.

Si esa caracterización se acepta, la demanda por derechos de la naturaleza no tiene ningún sentido. La naturaleza podría ser objeto de protección, los seres humanos podrían tener el deber de cuidarla, pero ¿asignarle derechos?

La idea parece así descabellada, pero cuando se atiende a sus fundamentos, no lo es tanto (aunque esto no quiere decir que se la deba aceptar).

Porque ocurre que la idea de derecho como exclusiva de los seres humanos es fruto de la idea de que el individuo es el fundamento de todo lo que hay. Porque el ser humano es el sujeto (el subjectum, lo que subyace a lo existente), las cosas del mundo estarían entregadas a su arbitrio, de manera que él podría usarlas como su deseo le indique.

Los árboles no serían árboles, sino madera, mesas, sillas en potencia; el paisaje no sería paisaje, sino un conjunto de recursos naturales; el lago no sería lago, sino un criadero de peces para el consumo, etcétera. Cierto: la idea de sujeto y de derecho individual lleva a ver el mundo como un depósito a ser explotado, una estantería gigantesca a ser consumida.

Así (dirán los partidarios de los derechos de la naturaleza) parece obvio que hay otras formas de concebirse a sí mismo el ser humano.

Por ejemplo, ya no como el fundamento de lo que existe, sino como parte de él (recuérdese a Nicanor Parra: “El error estuvo en creer que la tierra era de nosotros/ cuando la verdad/ es que nosotros somos de la tierra”). Bajo esta otra forma de concebirse, ya no es tan evidente y tan obvio que el ser humano sea el único candidato a tener derechos.

Así se podría dar lugar a que los titulares de derechos incluyeran a la naturaleza y los animales.

“Un mundo donde ciertas necesidades sean consideradas superfluas es satisfactorio para la forma de vida del asceta y el franciscano, pero un infierno para el sibarita y el jugador. ¿Y acaso ser lo uno o lo otro no es parte de la diversidad y la libertad humana?”.

El problema es que la idea del individuo humano como sujeto es la que ha impulsado el crecimiento en la modernidad. El capitalismo, sin el cual la pobreza seguiría siendo la regla general en el mundo (y en Chile), es dependiente de esa concepción.

Un mundo de espíritu franciscano puede así ser muy atractivo para los satisfechos, pero es un infierno para los hambrientos.

Lo mismo ocurre con el decrecimiento.

La expansión del consumo es derivada del hecho que las necesidades humanas dependen de las preferencias de cada uno.

Marshall observó (en el siglo XIX) que si las necesidades naturales pueden ser limitadas, ello no ocurre con el deseo de distinción, que es ilimitado. Las personas no solo quieren abrigarse, quieren abrigarse de una cierta forma (y por eso existe la moda) ¿Se puede entonces limitar el consumo?

Sí, por supuesto, pero al precio de limitar la libertad humana, la idea que cada hombre o mujer diseña su plan de vida a la luz del cual necesita esto o aquello. Porque somos distintos: lo que parece superfluo a alguno, le parece al otro estrictamente necesario.

Un mundo donde ciertas necesidades sean consideradas superfluas es satisfactorio para la forma de vida del asceta, pero un infierno para el sibarita. ¿Y acaso ser lo uno o lo otro no es parte de la diversidad humana?

La idea de derechos de la naturaleza o del decrecimiento imponen, paradójicamente, un precio muy alto: cambiar la idea de ser humano que, aunque cueste creerlo, ha guiado a la modernidad y fundado la idea de autonomía.

Espantando Fantasmas por Cristián Labbé Galilea

No existe oráculo, encuesta o analista, que asegure quién ganará las próximas elecciones, pero esta pitonisa pluma se permite aseverar en estas líneas que la situación electoral del país ha cambiado radicalmente: lo que hasta hace poco parecía imposible hoy es probable que ocurra, el favorito de ayer será derrotado por quien “no daban ni un peso”.

Varios factores respaldan lo anterior, en primer lugar, los contendores. En una esquina… el “novel candidato” (generosidad de mi parte) ungido por el Partido Comunista como la encarnación de una nueva era, como el “mascarón de proa” de una transformación radical y refundacional de nuestro país. En la otra esquina, el candidato de la libertad, el orden y el progreso, personificación palmaria de cordura y tranquilidad, dotado además de la resiliencia necesaria para recibir “golpes arteros” incluso de sectores afines.

Después de varios días de campaña, entrevistas, debates, memes… la situación electoral empieza a decantar. El candidato de la izquierda radical, al desnudar su ignorancia, su inmadurez, su oscurantismo y una enfermedad terminal, “creer que sabe… lo que no sabe”, se ha transformado en un bumerang político que está “enviando al tacho” las expectativas del sector progresista.

En cambio, y siguiendo el proverbio italiano “chi va piano, va sano e va lontano”, el candidato de la Sociedad Libre ha terminado sorprendiendo (y atrayendo) hasta los más incrédulos.

Otro factor determinante, si no el más importante, ha sido el que el país se cansó, se aburrió, se hastió, de vivir en un clima de violencia, intolerancia, ausencia de Estado, falta de autoridad, delincuencia, narcoterrorismo… El odio, la polarización, la impunidad y la falta de expectativas fueron minando la convivencia nacional al punto que, en los últimos días, ha crecido el entusiasmo y la movilización en favor de Kast, porque nadie quiere seguir viviendo donde no existe paz social.

La Izquierda tomó cuenta de lo anterior y sabe que es altamente probable que pierda las próximas elecciones… ¡Están sorprendidos y asustados! Se les nota en la cara, no tienen como ocultar su desazón y harán todo lo posible para que ello no ocurra.

¡Pero ya es tarde! En los últimos años la ciudadanía sólo ha visto destrucción y caos, inseguridad e inestabilidad. El ver la propiedad pública y privada devastada, las ciudades destruidas, la Araucanía en llamas, humillados los símbolos patrios y los ritos republicanos, profanados los lugares de culto y de valor histórico… les ha hecho tomar conciencia de la amenaza que se cierne sobre su futuro.

Hoy las expectativas electorales son halagüeñas, pero debemos espantar esos siniestros fantasmas que se nutren de los resultados del plebiscito y la Convención Constituyente, y neutralizar los presagios que auguran días negros para nuestro país, sea cual sea el resultado de la elección. Logrado lo anterior y redoblado el entusiasmo, convicción y compromiso de la feligresía, esta vidente pluma está en condiciones de profetizar a quienes aún creen en los fantasmas del pasado… que “el favorito”, será derrotado por JAK.