Columna de Opinión

ALLAMAND por Carlos Peña ( El Mercurio, Columnistas, 13/02/22) —– DETERMINACIÓN BRITÁNICA (El Mercurio, Editorial, 16/02/22)

ALLAMAND por Carlos Peña ( El Mercurio, Columnistas, 13/02/22) —– DETERMINACIÓN BRITÁNICA (El Mercurio, Editorial, 16/02/22)

Las opiniones en esta columna, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión

“Si se deja de lado la mezquindad que en estos días abunda, lo que se ve es un político haciendo fintas, retrocediendo dos pasos y avanzando uno y contribuyendo objetivamente a la recuperación de la democracia (la firma del Acuerdo Nacional es análoga a la firma del Acuerdo luego del 18 de octubre de Boric)”.

La renuncia de Allamand a la política nacional es un acontecimiento digno de análisis.

Cuando se miran los últimos treinta o cuarenta años, si no más, Andrés Allamand aparece como el arquetipo del político. No se trata de sus ideas o sus preferencias electorales, casi todas las cuales son reprobables (sus ideas acerca del divorcio; su apoyo al Sí, a Lavín; su voto por el Rechazo). Se trata de su conducta.

El arquetipo del político se reconoce no por lo que piensa, sino por el comportamiento que lleva adelante (las ideas individualizan al ideólogo, la conducta al político; la contemplación al primero, la acción al segundo). Al político se lo reconoce no por sus ideas, sino por la manera que tiene de afrontar los problemas, de encarar los conflictos, de cortar con rapidez, y con sentido del riesgo, el nudo de las dificultades.

Y en eso, sería mezquino negarlo, Andrés Allamand ejerció el oficio la mayor parte de las veces a un alto nivel.

Ortega y Gasset en su ensayo sobre Mirabeau (lo mismo que Berlin en el suyo sobre la originalidad de Maquiavelo) observa que el político de veras suele tener un comportamiento que para la gente vulgar y corriente es incomprensible.

“Si se deja de lado la mezquindad que en estos días abunda, lo que se ve es un político haciendo fintas, retrocediendo dos pasos y avanzando uno y contribuyendo objetivamente a la recuperación de la democracia (la firma del Acuerdo Nacional es análoga a la firma del Acuerdo luego del 18 de octubre de Boric)”.

Esta incomprensión es equivalente a la de “la mujer -el ejemplo es de Ortega- que se casa con un artista porque es artista, y luego se queja porque no se comporta como un jefe de negociado”.

La gente piensa que todos los valores son coherentes entre sí y que se pueden lograr todos a la vez, en tanto el político sabe que para alcanzar algunos hay que sacrificar otros. El político (para usar la figura de Koestler) no es ni yogui ni comisario, ni cree que la vida social es puro espíritu ni que todo se deba a la estructura.

Por eso el político es capaz de jurar esto o aquello un día y traicionarlo luego (Adolfo Suárez juró que no legalizaría al PC y, acto seguido, lo hizo en Semana Santa) o dar tres pasos adelante y uno atrás.

Y es que la vocación del político es, dice Ortega, pensar y organizar, dar forma a las cosas, someterlas en la medida de lo posible a la propia voluntad. El político de veras (y fueren cuales fueren sus ideas, puesto que, cuando se trata del arquetipo, lo que importa es la acción que ejecutan) mira en torno y ve en él no un muro inconmovible, sino una acción posible a ser realizada.

Si se ponen en paréntesis el partidismo y la mezquindad que por estos días abunda y se observa el quehacer de Andrés Allamand de los últimos treinta o cuarenta años -desde el golpe a la vuelta a la democracia y la posterior transición-, lo que se ve es un político maniobrando, imaginando, haciendo fintas, retrocediendo dos pasos y avanzando uno y contribuyendo objetivamente a la recuperación de la democracia (la firma del Acuerdo Nacional es análoga a la firma del Acuerdo luego del 18 de octubre de Boric).

Desde el Acuerdo Nacional a la transición y la política de los acuerdos -e incluso a esa exageración que llamó el desalojo- Andrés Allamand dio muestras de una firme voluntad por encauzar el proceso político hacia una disputa pacífica por el poder.

Mereció, no cabe duda, ser el líder de la derecha y su candidato presidencial; pero ya se sabe, en política no es el mérito, sino el azar y la intriga, y el conflicto y la suerte los que tienen la última palabra. Cometió multitud de errores, pero ninguno de ellos logró ensombrecer algunos de sus principales logros, de los que se benefició no solo la derecha, sino el espectro político en su conjunto.

De sus frases en la política nacional (tuvo varias) quedan dos de particular significado: una, la de los poderes fácticos, frase copiada de otra pronunciada alguna vez por Adolfo Suárez, pero cuya importancia no deriva de su originalidad (que no la tenía), sino del momento en que fue pronunciada (ahí sí fue muy relevante, puesto que reveló al pinochetismo alojado en el empresariado); la otra, que la política es sin llorar, con lo cual no quería decir la bobada de que no había que quejarse por perder, sino que se trataba de una actividad en la que el sentimentalismo debía ser desplazado por la más fría racionalidad y cálculo.

Y como a otros políticos de su talla (se viene a la memoria el caso de Fraga en España) le ocurrió que si bien todo hacía pensar que en algún momento conduciría el Estado, ello nunca ocurrió.

Y ya no ocurrirá.

ALALAMAND por Carlos Peña

El Mercurio, Columnistas, 13/02/22

 

DETERMINACIÓN BRITÁNICA

El Mercurio, Editorial, 16/02/22



Mientras se suceden en estas horas contradictorias señales rusas respecto de la crisis de Ucrania, resulta oportuno revisar el papel que están jugando distintos actores del escenario internacional.

En este sentido, tal como la semana pasada concitaron atención las gestiones diplomáticas del Presidente francés, Emmanuel Macron, es interesante observar el papel desempeñado por el Reino Unido, cuya actuación ha sido particularmente frontal.

Las relaciones entre Londres y Moscú, de hecho, se encuentran en el nivel de tensión más alto desde la Guerra Fría. Cada vez es más común que cazas de la Royal Air Force tengan que salir a vigilar a aviones rusos que se acercan al espacio aéreo, y lo mismo sucede en los mares con los buques de la Royal Navy.

Recientemente, la televisión británica reveló la colisión entre el sonar de arrastre de una fragata y un submarino ruso, a lo que se suma el hostigamiento a un destructor en el Mar Negro por aviones y buques de Rusia.

Las relaciones entre Londres y Moscú se encuentran en el nivel de tensión más alto

También se tienen como antecedentes los envenenamientos de los exespías rusos Litvinenko y Skripal en suelo británico, así como las denuncias de constantes intrusiones y ciberataques.

Reino Unido tiene pues motivos para desconfiar del Presidente Vladimir Putin y así se comprende su decisión de enviar misiles antitanques a las fuerzas ucranianas y asesores militares para entrenar tropas en tácticas defensivas.

Esa medida, por supuesto, irritó a Moscú. Así quedó de manifiesto en la reunión que sostuvieron la ministra de Relaciones de Exteriores, Liz Truss, y su par, Serguei Lavrov, quien calificaría posteriormente el encuentro como un “diálogo de un sordo y un mudo”.

No mucho mejor le fue al ministro de Defensa, Ben Wallace, quien, tras reunirse con su colega Serguei Shoigu, declaró que las relaciones de cooperación entre ambos países están “cercanas a cero”.

Las acciones de Londres en la crisis ucraniana tienen muchos ángulos. Primero, se confirma el rechazo tradicional a las políticas de “apaciguamiento” de líderes autoritarios, que —como ha comprobado dramáticamente el Reino Unido en su historia— suelen beneficiar solo al agresor. Segundo, las acciones coordinadas de Defensa, Relaciones Exteriores y otras agencias que preparan sanciones financieras, son la puesta en práctica de la “Integrated Review”, documento base de la acción global británica, y tercero, el país sigue demostrando que es un actor crucial para la seguridad de Europa.

También resulta interesante observar que todas estas acciones ocurren cuando algunos auguraban los días finales del Primer Ministro, Boris Johnson, por el llamado “partygate”, las reuniones sociales realizadas durante las cuarentenas impuestas por el covid-19.

Pero el gobierno, lejos de inmovilizarse, ha seguido mostrando determinación, en lo que también es una oportunidad para Johnson de proyectar una imagen de estadista que le permita superar los escándalos.

“Es hora de despertar. La era de la introspección del mundo libre debe terminar ahora. En cambio, necesitamos la era de las ideas, la influencia y la inspiración. Y es por eso que Gran Bretaña está decidida a trabajar con nuestros amigos para formar una red de libertad que abarque el mundo”, afirmó Truss en un reciente discurso en Chatham House, el influyente centro de estudios internacionales.

Un aporte del Director de la revista UNOFAR.