¿POR QUÉ JURAMOS A LA BANDERA? Centro de Liderazgo del Ejército, 07/07/2022 —- COMBATE DE LA CONCEPCIÓN – 9 Y 10 DE JULIO DE 1882 Eduardo Arriagada Aljaro, Lic. en Historia PUC Academia de Historia Militar
Las opiniones en esta columna, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión
La Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional en el juramento a la bandera y conmemorando el combate de La Concepción
¿POR QUÉ JURAMOS A LA BANDERA?
Centro de Liderazgo del Ejército, 07/07/2022
Con motivo del acto solemne del Juramento a la Bandera, el Centro de Liderazgo del Ejército (CLE) pretende aportar a la reflexión sobre los contenidos del juramento y su vinculación con la esencia de nuestra profesión militar, destacando virtudes propias que caracterizan al soldado chileno.
Soldados y comandantes deben demostrar hoy, como antes, la fortaleza y el carácter de los “77 Héroes de La Concepción”, que dieron su vida por Chile y la causa nacional.
Todos somos testigos de cómo distintos actores de la sociedad, civiles y militares demuestran su patriotismo día a día en sus labores propias de aporte al desarrollo del país. No obstante, la labor militar (de tipo profesional o de servicio ciudadano) requiere una entrega límite y un pacto consecuente que demuestre frente a la ciudadanía aquella disposición incondicional para dar la vida por Chile, en los escenarios y situaciones más complejas y extremas que se deban enfrentar.
Por esa razón, los militares chilenos no basan su compromiso patriótico en una simple promesa privada, sino en un juramento declamado públicamente que pone como testigo trascendental a Dios y a la Bandera, principal símbolo del patriotismo. Entre el soldado, la ciudadanía asistente y las autoridades se pone a un “tercero trascendente” en el cual se depositan todos los votos de un compromiso integral con la Patria.
Lo que ocurre en el momento mismo del juramento es que el joven soldado empeña seriamente su palabra y su integridad moral para el resto de la vida. El vocablo “compromiso” nos remite precisamente a aquella palabra dada o empeñada, y que genera una obligación contraída voluntariamente; por esa razón, nuestra Ordenanza General pone como principio el Compromiso Básico de la Profesión Militar, que se ve expresado en la declamación misma del juramento ante la bandera.
Por eso, cabe advertir que no es posible romper un juramento sin perder también la integridad moral frente a Dios, la Patria y la ciudadanía. A diferencia del patriotismo libre y valioso del ciudadano civil, el militar chileno sella públicamente un pacto de honor frente a sus compatriotas.
Al proferir las palabras del juramento, el soldado chileno está llevando a cabo un acto de pleno sentido personal cuya trascendencia se considera permanentemente durante toda la vida. En ese sentido, es un acto que debe cautelar la plena conciencia de quienes participan. Esto último vale no solamente para aquellos que realizan su juramento, sino también para los comandantes que instruyen a la tropa para aquel acto solemne.
Si se revisa con atención, el juramento es la síntesis explícita de todos los valores y virtudes militares que establece nuestra Ordenanza General del Ejército; en él se verá reflejado plenamente el carácter propio del militar chileno: aquel sello que lo distingue por su arrojo, fortaleza, valentía y espíritu de sacrificio.
Desde el principio, el juramento expresa los valores de Lealtad e Integridad con el solo hecho de mencionar el grado y el nombre del soldado ante Dios y la Bandera.
Precisamente, la Lealtad es el cumplimiento fiel de los compromisos personales y la adhesión a las órdenes normativas, y la Integridad es un principio que lleva a actuar en plena concordancia con la conciencia moral, manteniendo la palabra empeñada y defendiendo aquello en lo que se cree.
Al jurar “servir fielmente a mi patria, ya sea en mar, en tierra o en cualquier lugar” se expresa, primero, el valor del Espíritu de Servicio, como disposición a ofrecer voluntaria y activamente los esfuerzos en beneficio de la Patria y la cohesión social, asunto que hoy se ve de modo destacable en la participación del Ejército en todas las catástrofes naturales que han azotado a nuestro país.
También es posible distinguir el valor de la Abnegación como principio psicológico básico de la vocación militar, donde se subordinan los propios intereses para el cumplimiento del deber.
Las palabras del juramento hacen hincapié en que el militar realiza una entrega de servicio en cualquier lugar donde el destino, las circunstancias y la Institución lo requieran, asunto que se puede ver cotidianamente en las destinaciones, misiones de paz y designaciones en el extranjero, donde el militar debe representar al país y defender los intereses nacionales e institucionales a toda costa.
Quizás, la parte más importante del juramento es cuando el joven soldado declama servir “hasta rendir la vida si fuese necesario”. Aquí no solo se reflejan los valores de la Abnegación, el Honor y el Valor (como valentía frente a las circunstancias que puedan atentar contra la vida del soldado).
La frase apunta más allá, pues ¿qué quiere decir “rendir la vida”? Significa que el soldado entrega no solo la posibilidad última de morir por la Patria, sino el entregar la vida en su completo sentido: tanto la vida biológica, la entrega del cuerpo y sus energías; como la vida biográfica o historia personal (e incluso familiar): el militar chileno, por auténtica vocación de servicio y patriotismo, entrega sus tiempos personales, subordina sus propios intereses y está dispuesto a ser empleado en cualquier parte, entre otras muestras de sacrificio. En síntesis, entrega su vida completa al servicio.
A continuación, el juramento se centra en algunas cuestiones de suma importancia para el funcionamiento eficaz del Ejército cuando dice “cumplir con mis deberes y obligaciones militares”. Esta frase nos remite a la Disciplina y al Cumplimiento del Deber como valores que definen la mentalidad y el comportamiento distintivo del militar.
La disciplina, como método de instrucción, ordenamiento y formación, es el que permite forjar el carácter necesario para el cumplimiento de los deberes militares relacionados al empleo de la fuerza. El cumplimiento de obligaciones está relacionado a las responsabilidades propias del puesto y cargo asignado, así como también a la doctrina institucional.
Esto último se refuerza con la frase siguiente: “conforme a las leyes y reglamentos vigentes…”. Aquí también está implicada la Subordinación al Derecho, que no es más que lo señalado por la Constitución Política de la República de Chile para todas las Fuerzas Armadas como instituciones “obedientes” y “no deliberantes”.
Hoy, el cuerpo legal que rige la administración del Estado está sustentado bajo principios de probidad y transparencia, cuestiones en que el militar chileno debe ser siempre un ejemplo de Integridad moral para sus conciudadanos en la gestión de recursos materiales y humanos a su disposición.
Nuevamente, se refuerzan los valores fundamentales de la Disciplina y el Cumplimiento del Deber cuando el soldado jura “obedecer con prontitud y puntualidad las órdenes de los superiores”. Aquí la Integridad del soldado también se pone en juego, pues empeña su palabra en la obediencia de las órdenes emitidas por el escalón superior.
Hoy nuestra doctrina incorpora a este cumplimiento la comprensión de la intención del escalón superior para que el soldado pueda cumplir con las misiones de una forma proactiva y autónoma. Si bien la actual filosofía del mando tipo-misión puede abrir una reflexión en torno a esta frase del juramento, conviene destacar que el cumplimiento de las misiones encomendadas y encuadradas en una intención general deben ser cumplidas en la forma de “iniciativas disciplinadas” que respeten el sentido final de las órdenes que se imparten.
Nuestro juramento termina con una frase que resume el anhelo y la disposición vocacional del joven soldado chileno en “poner todo empeño en ser un soldado valiente, honrado y amante de mi Patria”. El militar basa su Honor en ser considerado alguien valeroso, fuerte e íntegro desde el punto de vista moral. El patriotismo (o “amor a la patria”) aparece con un acento especial bajo la forma de un afecto profundo que debe ser común a todos los soldados chilenos, que juran o han jurado a la Bandera.
El Espíritu de Cuerpo, como afecto común que une a una comunidad militar, se puede comprender como el amor compartido por todos los soldados a Chile. Desde ese afecto común, los militares se entregan juntos a una ardua y cotidiana tarea de Abnegación y entrega de la vida, con dignidad y sentido trascendente para el país; es la pasión que une a los soldados, genera hermandad, el sentido del honor y anima la sana camaradería en las unidades.
Conviene recordar acá porqué el acto solemne se realiza el día 9 de julio en conmemoración de la gesta heroica de La Concepción: la entrega de la vida por la patria y la insigne demostración de liderazgo y carácter de parte del Capitán Ignacio Carrera Pinto y sus “77 Chacabucanos”.
Si se relaciona este hecho heroico y dramático con nuestra doctrina operacional actual, se comprende por qué el Carácter aparece como el componente moral más importante del poder de combate: es la adhesión y cultivo de virtudes y valores militares lo que permite al soldado demostrar la fortaleza de su espíritu para lograr algo que es improbable para los seres humanos comunes: no huir ante el peligro inminente y proteger a Chile hasta rendir la vida si fuese necesario.
Hasta el final, el Subteniente Luis Cruz Martínez con sus 4 últimos hombres sin munición, frente a los ofrecimientos peruanos que le gritaban: “¡Subteniente Cruz, ríndase hijito, no tiene para qué morir!”, no claudicó en sus convicciones, respondiendo con carácter firme la célebre frase que da vida a la auténtica vocación militar de servicio: ¡Los chilenos no se rinden jamás!…
Por eso, los militares chilenos juramos a la Bandera.
COMBATE DE LA CONCEPCIÓN – 9 Y 10 DE JULIO DE 1882
Eduardo Arriagada Aljaro, Lic. en Historia PUC
Academia de Historia Militar
IMPRESIONES Y HOMENAJES DE SUS CONTEMPORÁNEOS.
Hay ciertas efemérides en la historia militar de Chile que han llegado a ser, de una u otra forma, muy emblemáticas no solo para el mundo castrense, sino que también para la sociedad chilena en su conjunto. Entre ellas se cuentan el triunfo chileno en Yungay (20 de enero de1839), la gesta naval de Iquique (21 de mayo de 1879) y el combate de La Concepción (9 y 10 de julio de 1882.)
Es ya común observar en la historiografía moderna -tanto chilena como extranjera- obras que han hecho seguimientos a las trayectorias que siguieron los recuerdos y las conmemoraciones de algunos de estos hechos de armas.
En el caso del combate de La Concepción, es interesante escudriñar en los testimonios contemporáneos a esa acción (y en aquellos posteriores que dejaron los que fueron los testigos de entonces) acerca del impacto inicial que causó entre los militares chilenos, el que se replicó posteriormente en toda la sociedad nacional.
Cuando se leen esas fuentes, se percibe claramente una mezcla de estupor, pero también de homenaje a los protagonistas de un martirio que, inmediatamente después de acontecido, ya se visualizaba que pasaría a ser una de los episodios más recordados de nuestra la historia.
La guarnición chilena del pueblo de La Concepción se componía de un total de 77 hombres, bajo el mando del recién ascendido capitán Ignacio Carrera Pinto. Se trataba de uno de los tantos destacamentos entre los que estaba repartido el contingente chileno que se hallaba operando en la sierra peruana. Dicha guarnición sufrió un sostenido ataque desde, aproximadamente, las dos y media de la tarde del día 9 de julio de 1882 hasta las nueve de la mañana del día siguiente.
Primero los chilenos defendieron las entradas de la plaza del pueblo, pero con el paso de las horas debieron replegarse a su cuartel. En la mañana del día 10 solo sobrevivían cinco hombres, siendo el subteniente Luis Cruz Martínez el de mayor graduación. Sin embargo, el muy superior número de enemigos (la historiografía en general sostiene que la fuerza de la división peruana del coronel Juan Gastó constaba de entre trescientos a cuatrocientos hombres armados, más una masa de indígenas guerrilleros cuya cantidad era aún mayor) no tardó en imponerse, por lo cual no quedó ningún chileno sobreviviente en esta acción de guerra.
Poco rato después de consumado el aniquilamiento de la guarnición, llegó al poblado la división del coronel Estanislao del Canto, a cuyos integrantes les tocó contemplar el dantesco panorama.
Un primer testimonio viene de Justo Pastor Merino, cirujano del Ejército chileno que estaba en campaña en la sierra peruana y que se contaba en las filas de la división del coronel Estanislao del Canto, la cual venía en retirada desde Huancayo:
“Nosotros entramos a Concepción como a las 5 de la tarde del día 10 a sangre y fuego. Pues a esa hora todavía quedaban en el pueblo algunos montoneros, que pretendieron hacerse fuertes a pesar de nuestra proximidad; pero tuvieron que ceder, y una vez nosotros en el pueblo, lo primero que hicimos fue visitar el cuartel. ¡Qué terrible espectáculo se presentó desde el primer momento a nuestra vista! El cuartel en gran parte estaba abrasado por las llamas y al llegar a su puerta se veían desde los umbrales los cadáveres hacinados. Entré al cuartel de a caballo y al encontrar en los cuartos y en el patio cadáveres y sólo cadáveres ignoro lo que pasó por mí. Sólo sé que máquinamente [sic] llevé la mano a la cintura sacando mi revólver y miré alrededor, esperanzado quizá de encontrar a algunos de los asesinos.”
Se puede afirmar que el espíritu de estas expresiones es casi común a todos los testimonios de los chilenos que conformaron la ya citada división y que tuvieron la experiencia de observar los restos humanos y materiales de este hecho de armas.
Manuel Salas, quien era oficial subalterno del Batallón Movilizado Lautaro, cuerpo este último que conformaba la columna del coronel Canto, da cuenta del mismo sentimiento cuando escribió al autor Nicanor Molinare, quien se hallaba preparando una obra acerca de este combate:
“Llegamos de los primeros a la plaza [del pueblo de Concepción] y nos animaba la esperanza de hallar algún «chacabuco» vivo. Lo que vimos, usted con pluma maestra lo relata con exactitud. Al salir de la iglesia donde primeros entramos, me encontré con el ilustre comandante Pinto Agüero [quien en ese tiempo era el comandante del Batallón Movilizado Chacabuco, cuya Cuarta compañía había sucumbido en este pueblo] que salió del cuartel, intensamente pálido y en cuyos ojos se reflejaba lo que su alma sentía en esos instantes. Se nos dio orden de revisar casas y sitios, y fue imposible contener a los soldados que vengaban a los «chacabucos» y a un soldado nuestro que había quedado ahí de los enfermos que condujo días antes el capitán Guzmán.”
Una impresión análoga la entrega otro testigo de los restos que quedaron en Concepción. El capitán Arturo Salcedo, quien era ayudante de Pinto Agüero, en otra misiva dirigida a Molinare señaló:
“Al llegar a «La Concepción», y visto el cuadro de horrores que se presentaba, me ordenó el comandante Pinto Agüero recogiese y juntase todos los cadáveres de los mártires de la 4ª. Compañía. La tarea fue difícil y larga, y se terminó a horas avanzadas de la noche […]”.
El testimonio de Víctor Valdivieso, quien era teniente de la Quinta Compañía del Batallón Tacna 2º de Línea, relata la extrañeza que le causó el hecho de que nadie viniera a recibir a la división que venía llegando al pueblo, para luego expresar su desconcierto cuando penetró en la plaza de dicho poblado:
“La Quinta Compañía del 2º de Línea entró a Concepción, como ya he dicho, en la tarde del día diez y nos extrañó a los que éramos amigos del mocho Carrera Pinto, como lo llamábamos, no nos viniese a recibir conjuntamente con los demás oficiales […] Los que creíamos a la compañía que estaba destacada en la Concepción en muy buena situación con respecto a víveres, nos extrañó no viniesen los oficiales a recibirnos para ofrecernos algún alimento, puesto que hacía más de veinticuatro horas no lo tomábamos. Tan luego como dejé alojada mi compañía me dirigí al cuartel situado en la plaza para saludar a los oficiales, pero ¡cual no sería mi sorpresa al encontrar solo los cadáveres de los valientes que allí habían sucumbido! El dolor, la rabia, el despecho por no poder vengar a los que habían sido cobardemente asesinados por un número crecidísimamente mayor de enemigos, se apoderó de mí. Desde ese momento me concreté a hacer comentarios con los demás oficiales sobre esta hecatombe.”
Otro testimonio viene de la mano del cirujano del Ejército, Rómulo Larrañaga, quien se ocupó de atender a los enfermos de la división que iba llegando al poblado de La Concepción:
“A las 3 de la tarde, según mis recuerdos, a una legua escasa de la Concepción, sentí dos disparos y se me dijo que el comandante Pinto Agüero había fusilado a dos indios armados, los primeros avisos de la gran masacre. Estamos en el pueblo: Ahí no hay un perro, ni un gato, ni un cucaracho [sic]; ahí no existe la vida, ahí solo está la muerte en sus dos manifestaciones de la grandeza y la bajeza humana.!”.
A continuación, esta misma persona relata las labores que le tocó desempeñar en La Concepción. Sin embargo, cuando escribe esta misiva a Nicanor Molinare (en 1911) ya entrega la evidencia de que este combate ya estaba situado entre las grandes proezas militares de Chile:
“Dice Ud. muy bien, mi amigo: El 21 de mayo de Iquique y el 9 de julio de La Concepción son dos glorias paralelas de la Marina y del Ejército, que Chile ha colocado en el más esplendoroso pedestal histórico a la contemplación de los siglos pasados y que no han de ser superados en lo venidero”.
En el parte oficial que el coronel Estanislao del Canto elevó al Jefe del Estado Mayor General, en el cual informó acerca de lo sucedido en Concepción, se aprecia que junto con el desconcierto producido por el horrible cuadro que observaron los chilenos en esa población, ya se vislumbraba el hecho de que la acción de guerra que allí tuvo lugar estaba llamada a ser uno de los grandes hitos de la historia militar chilena:
“Mi escasa inteligencia, señor General, divaga para comprender si es mayor el profundo y justo sentimiento que debemos experimentar por la pérdida de tantos buenos, o bien, si lo es la gloria alcanzada por esos héroes a costa del sacrificio de sus vidas. […] El mutismo de soldado invade mis facultades y me priva del derecho de poderme explayar más sobre tan grandioso hecho, que habla muy alto en pro de la patria chilena y de los defensores de su honor”.
En la proclama que dicho coronel entregó a sus hombres, una vez superada la amarga impresión por lo contemplado en La Concepción, señaló:
“Si os encontráis en igual situación a los 77 héroes de Concepción, sed sus imitadores y entonces agregaréis una brillante página a la historia nacional y haréis que la efigie de la patria se presente una vez con el semblante risueño en símbolo de gratitud por los hechos de sus hijos”.
En otro parte elevado por el comandante del Batallón Chacabuco 6º de Línea, Marcial Pinto Agüero, al coronel Estanislao del Canto, respecto de los sucesos de Concepción, aquel expresa la admiración por el comportamiento que tuvieron los militares chilenos que perecieron en ese poblado, el cual en adelante sería un modelo a seguir por todos sus compañeros de armas:
“Excusado me parece, señor coronel, recomendar a la consideración de V. S. la conducta brillante y mas que distinguida observada en el hecho de armas de la Concepción el 9 y 10 del presente, por los señores oficiales y tropa que formaban parte de esa guarnición; hechos de armas de esa naturaleza, llevan consigo su recomendación. La memoria del capitán Ignacio Carrera Pinto, subtenientes don Julio Montt, don Arturo Pérez Canto y don Luis Cruz M., sacrificados con sus 73 soldados en el puesto del deber, es algo que el que suscribe, como el personal del cuerpo de mi mando, recordaremos siempre con respeto y nos esforzaremos en imitar, en algo siquiera, el camino que con su abnegación y sus vidas nos ha trazado ese puñado de valientes”.
El corresponsal del diario “El Mercurio” en el teatro de guerra comunicó las repercusiones inmediatas que había tenido el combate de La Concepción entre los habitantes de la sierra peruana, en el cual descolló la conducta de los militares chilenos:
“El combate de la Concepción y el heroísmo de los 77 chilenos circulaba en aquellos pueblos con todos los caracteres de una leyenda. Los indios se contaban unos a otros los detalles de aquel increíble suceso, en que un puñado de chilenos había perecido hasta el último sin rendirse y poniendo fuera de combate más de 800 enemigos. Hasta tal punto había llegado la sensación, que las autoridades peruanas decidieron prohibir, bajo severas penas, que ninguno se acercase al lugar que antes ocupaba el pueblo de la Concepción ni los demás destruidos por nuestras tropas, a fin de que no cundiera entre ellos la desmoralización y el desaliento”.
En el caso de la prensa peruana, dentro de la correspondencia dirigida al diario “El Eco de Junín”, también se destacó el notable comportamiento de esta guarnición chilena. Si bien algunos datos que aquella entrega no concuerdan totalmente con la historiografía nacional, es muy notable que se haya reconocido el valor desplegado por los chilenos, junto a los combatientes peruanos:
“Según las disposiciones del General en Jefe, el coronel Gastó, Comandante General de la División de Vanguardia, atacó en la tarde del mismo día 9 a la guarnición de la ciudad de Concepción, la misma que sucumbió por completo, sin que se salvase ningún jefe, oficial ni soldado. La guarnición de Concepción constaba de 100 hombres, al mando del comandante Carrera Pinto, sobrino de don Aníbal Pinto, ex – Presidente de Chile. Este jefe murió heroicamente defendiendo el puesto que le había sido confiado, dando ejemplo de valor a sus subalternos, que se batieron hasta el último momento, haciendo frente a nuestros soldados que competían en arrojo y decisión con enemigos dispuestos a vender caras sus vidas; peruanos y chilenos lucharon con denuedo y encarnizamiento.”
Días después de la homérica jornada de La Concepción, las autoridades chilenas en Lima presidieron las honras fúnebres que se celebraron en la iglesia de Santo Domingo de dicha ciudad, las cuales se llevaron a cabo con mucha solemnidad y con la presencia de destacadas personalidades civiles y militares, junto con la colonia chilena establecida en Lima y El Callao.
En la prensa limeña se dio cuenta de esta ceremonia, la cual fue considerada como un justo homenaje a los militares chilenos caídos en La Concepción, los cuales ya estaban considerados como héroes de la historia de Chile:
“La manera como se ha conmemorado el recuerdo de las heroicas víctimas de la sierra no ha podido menos que satisfacer al patriotismo chileno, que ha visto en la manifestación ya expresada un homenaje digno de la gloria de héroes como los que hoy nos traen a la memoria los hechos legendarios de mejores tiempos, en que como en el día, el pabellón chileno se ostentó brillante al libre aire y en la zona tropical”.
El objetivo de exponer estos extractos de fuentes históricas relacionadas con el combate de La Concepción es mostrar cómo inmediatamente después de producido un sangriento hecho de armas y con resultados lamentables, los espectadores intuyen la importancia que ese acontecimiento tendrá en el futuro.
Los hombres dedicados al oficio de las armas y que se han formado para ejercerlo, suelen tener la intuición necesaria para advertir que el recuerdo de una determinada acción de guerra persistirá en la memoria de una nación (sobre todo si ellos ya han tenido experiencias bélicas, como es el caso de todos estos testigos); lo que hace mas destacable este caso específico, es que esa premonición también se hizo extensiva a los observadores y residentes civiles que había en la región que en ese momento constituía el teatro bélico, lo cual terminó traspasándose a los habitantes del mismo suelo chileno.
Esto también ha ocurrido con otras acciones de guerra de nuestra historia nacional; si bien es cierto que la trayectoria del recuerdo de algunas de estas últimas ha tenido altos y bajos en nuestro devenir histórico, han terminado perdurando en el tiempo.