Seguridad y defensa

Tráete los violines, chico… Enrique Cordovez Pérez. Capitán de Navío

Corrían los primeros días de noviembre de 1971 y la Escuadra Nacional cumplía con su habitual desplazamiento de entrenamiento en el escenario de la Zona Austral. Los buques navegaban proa al sur, con la mar y el viento en contra, después de haber dejado la apacible navegación en aguas interiores.

Pese al fuerte cabeceo la Escuadra continuaba efectuando los ejercicios del programa de actividades en la mar. En el puente del destructor “Almirante Riveros” le comentaba al Jefe de Guardia que, si aquí afuera estaba malo, cómo sería cuando entráramos al Golfo de Penas. A lo que respondió con una sonrisa, “Todavía no sabe subteniente lo que es, cuando la mar está mala”.

Llegó el relevo de la guardia de perro de las 18 horas y bajé con la mente puesta en un café con leche y ricas tostadas con mantequilla en el grato ambiente de la cámara de oficiales. Había avanzado muy poco en este trámite cuando se asoma el teniente Fromm y me dice “Cordoves, necesito que me acompañe”.

La primera preocupación fue el haber dejado algo pendiente en la entrega de guardia, pero no, era otra la urgencia que había postergado las tostadas. Lo seguí subiendo de 2 en 2 la escala hacia la sala de radio mientras me prevenía:

– Llegó un mensaje “Sierra” y necesito que me ayude a descifrarlo para

entregárselo a la brevedad al Comandante y, obviamente, chitón campana.

– Por supuesto, mi teniente.

En la sala de radio el teniente Fromm se puso frente a la máquina criptográfica CX 52, mientras yo le iba dictando caracteres aleatorios, en grupos de a 5, de una interminable página que recién había salido del teletipo. Como resultado la máquina entregó una cinta con el texto del mensaje secreto de la Escuadra.

Ya al anochecer se convocó a reunión de oficiales y el Comandante comunicó que se nos ordenaba segregarnos de la Escuadra y retro marchar a Puerto Montt. El viernes 19 de noviembre a las 12 horas deberíamos embarcar al Presidente de la República don Salvador Allende Gossens, a su invitado don Fidel Castro y comitiva de militares cubanos, con el fin de trasladarlos hasta Punta Arenas siguiendo la ruta de navegación por los canales del archipiélago austral.

Entramos hacia aguas interiores por la Boca del Guafo con destino al puerto de Tic Toc, para pintar el costado y amantillar el buque. Dicho puerto no tenía más pobladores que la fauna local, pero alguien puso en la pizarra de la tripulación el típico anuncio para que se anotaran todos aquellos que quisieran comprar relojes, nómina en la que siempre se inscribían un par de marineros motes.

La estadía en Tic Toc fue breve y, terminada la faena de pintado, el puerto se quedó en la estela con el recuerdo de las pichangas y un buen asado. Antes del mediodía el buque atracó en el sito N°1 esperando la llegada de nuestros pasajeros. El comandante cedió su camarote al Presidente, el segundo a Fidel Castro y, para albergar a los otros integrantes de la comitiva, se produjo una corrida de nuestras chazas y los 4 subtenientes quedamos en literas altas con otros oficiales. El segundo me encargó buscarle ubicación al mayordomo de Su Excelencia, confidenciándome al oído “Me tinca que este gallo es de los GAP”.

Los invitados se embarcaron con los honores correspondientes y saludaron a todos los oficiales que les esperábamos en cubierta, mientras el buque iba soltando las amarras y alejándose lentamente de la muchedumbre que se había reunido para despedir al “compañero Allende” y los cubanos verde oliva. La bienvenida formal se produjo en la cámara de oficiales, la cual se hizo estrecha para compartir un breve cóctel de recepción al primer mandatario.

Los casi 3 días de navegación transcurrieron rápidamente con ciertos temores de que los pasajeros intentasen promover su ideología y se generara una discusión política. Sin embargo, no ocurrió así. En las tardes cuando uno salía de guardia y llegaba a la cámara de oficiales, se encontraba con Su Excelencia o con Fidel Castro haciendo cabecera de mesa en amena conversación.

Este último tenía una gran elocuencia en sus relatos. Uno de sus temas era la Campaña de la Sierra, para derrocar a Salvador Batista, y el otro las maravillas de Cuba el año 2000. Siempre se cuidó de no referirse a la contingencia que se vivía en Chile. En cierta oportunidad, me tocó participar de una conversación con Allende que extendía la hora de onces. Enterado de que me iba a casar al año siguiente me dijo: “Invíteme, pues teniente”, cosa que finalmente no hice.

Pero este relato no puede terminar sin hacer honor a su título. Navegábamos por el canal Messier, con toda la comitiva en el puente, por lo que a este ayudante del oficial de guardia le costaba mucho pasar al alerón para tomar demarcaciones a la costa y situar el buque. Tras hablar con el Presidente, Fidel Castro le dice a uno de sus lugartenientes: “Tráete los violines, chico…”.

Rápidamente llegaron varios maletines de los que se extrajeron ametralladoras AK 47, con las cuales el Presidente y otros dispararon hacia la desolada costa.

Nuestra sorpresa fue ver que éstas usaban balas trazadoras. Nuestra comisión concluyó con el arribo a Punta Arenas y el siempre difícil atraque al Muelle Prat. Los invitados descendieron saludando a simpatizantes que les estaban esperando y el buque retornó a su condición normal, para continuar con el programa en la navegación de regreso a Valparaíso.

La persona más angustiada por la partida de los invitados era el Mayordomo General del buque, al compañero Fidel le había prestado una parka verde, de esas largas que se usan en clima frío, y no había podido recuperarla. Veía con desesperación que la parka se alejaba y no sabía cómo darla de baja. Su consuelo era que había sido muy fácil hacer el aseo del camarote del Segundo porque en los 3 días de navegación la ducha no había sido usada.

Por estas cosas de la vida la dotación del destructor Almirante Riveros pudo conocer en “vivo y en directo” a dos personajes latinoamericanos del siglo XX.

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