LA RUINA por Juan Pablo Zúñiga H. VivaChile.org, Política, 29/04/2022—– LA VIOLENCIA SIN FIN por Carmen Gloria Aravena. Senadora de la República
Las opiniones en esta columna, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión
Sí, la revolución está en curso hace al menos 10 años. Sin embargo, impresiona y duele ver cómo en tres años, en que las izquierdas tomaron las riendas del país por la fuerza, consiguieron destruir décadas de avance y sepultar a Chile, el país modelo de América Latina. Tres años.
El Panteón, el Coliseo, el Muro de los Lamentos son tres ejemplos de las tantas ruinas famosas que hay en el mundo. Sin ir más lejos, son representativas de tres de los cuatro pilares de nuestra civilización.
Las ruinas son el vestigio de un pasado de esplendor, las cuales se niegan tercamente a ser devastadas por el paso del tiempo para así cumplir su última labor en esta tierra: recordarnos un pasado glorioso, la importancia de cuidar lo alcanzado y el amargo sabor de la destrucción del esplendor.
El monolito que aún permanece en Plaza Baquedano -desprovisto del altivo General de la República y del gallardo soldado desconocido que llenaran de gloria a nuestro país en la Guerra del Pacífico- es una ruina que nos recuerda hoy, un Chile que se nos cae a pedazos. Nos enrostra, nos encara y nos avergüenza porque nos recuerda día tras día, por una parte, el dolor de la insurrección que ha devastado nuestra nación, y, por otra, el hecho de que no supimos defenderla.
La extrema izquierda chilena -organizada con su contraparte latinoamericana-consiguió lo que tanto quería: dividir a Chile en su alma, al punto de que no podamos más mirarnos como conciudadanos y como hermanos hijos de una misma patria.
Lograron crear “el caos y profundizar las contradicciones” que tanto anunciaba Marx, el dios de las izquierdas. No nos engañemos más: todo esto es el preludio de una guerra civil.
En la Araucanía, los civiles, agotados de la guerrilla, se están armando para resistir; ya no podemos ni siquiera salir a manifestarnos sin que aparezcan antifaz, anarquistas o cualquier otro grupo armado de la extrema izquierda para acuchillar o disparar a matar a todo aquel que piense diferente de las izquierdas. Estamos caminando a la ruina.
El gobierno de Boric es la ruina para Chile. No se engañe con esto de que son niños inexpertos. Es cierto, el lenguaje usa la ironía y el sarcasmo para enrostrar al gobierno sus incapacidades, su inutilidad e inviabilidad, sin embargo, estos niños tienen muy claro lo que quieren: destruir Chile para reinventarlo desde las ruinas.
Tan claro lo tienen, que poco les importa desplomarse en las encuestas y ser el gobierno peor evaluado en la historia de Chile en sus primeros dos meses.
Mientras tanto, están trabajando arduamente en el desarrollo de su plan.
Pero como las izquierdas, al tiempo que abogan por el odio contra quien ha conseguido avanzar en la vida fruto del trabajo y que privilegian en cambio la presencia omnipotente del estado -que castra la libertad llevando a una sociedad a transformarse en invalida mental- son naturalmente malas gestoras (deficientes con los números, el orden y la economía), es evidente que jamás podrán concretar bien su plan de construir un nuevo Chile a partir de las ruinas.
Es que construir no es parte del ADN de las izquierdas. Por lo tanto, sólo quedarán las ruinas.
A su vez, no se engañe, a meses del plebiscito, le aseguro que poco antes de este, tal como vimos un Boric “social demócrata” y “moderado” durante la segunda vuelta, tendremos acontecimientos que tenderán a convencer a la misma masa de incautos y jovencitos ABC1 con sueños de revolución: la CC presentará artículos más moderados y más ofertones; y el gobierno, a través de un pacto secreto con la CAM (recuerde, son de los mismos), conseguirán que cese la violencia en la Araucanía, al menos temporalmente, hasta pasado el plebiscito.
Sí, la revolución está en curso hace al menos 10 años. Sin embargo, impresiona y duele ver cómo en tres años, en que las izquierdas tomaron las riendas del país por la fuerza, consiguieron destruir décadas de avance y sepultar a Chile, el país modelo de América Latina. Tres años.
Se confirma, trágicamente, una vez más, que ellos sólo saben arruinar países.
No es necesario nombrar los ya clásicos ejemplos de estados fallidos que ha dejado la izquierda latinoamericana, simplemente dese una vuelta por Chile y vea comunas como Santiago, Recoleta, Valparaíso, y tantas otras donde opera, si no el Partido Comunista, un partido del Frente Amplio, apéndice del marxismo leninista que los inspira.
Verá como estas comunas son verdaderos basurales, letrinas a cielo abierto, ni una sola muralla sin grafitis, prostitución en las plazas a la luz del día, tráfico de drogas a vista y paciencia de todos, asaltos con armas en cada esquina, edificios precarizados viniéndose abajo, el comercio formal siendo destruido, al tiempo que sobreabundan las fritangueras y el comercio ambulante que tiene las calles y el metro convertidos en tendederos de ropa con las poleras y los calzones ondeando al viento esperando un comprador.
Un asco.
Dicho claramente: el actuar de la extrema izquierda -tanto en el gobierno como en la CC- presenta un nivel de ignorancia, pobreza intelectual, rabia y rencor, simplemente asqueroso y diabólico. Así mismo, digámoslo con todas sus letras: Boric es y será la ruina de Chile.
La vergüenza y el dolor también motiva al cambio, al arrepentimiento y a la corrección de nuestros errores. Si el miedo nos domina ahora y no hacemos lo imposible para conquistar el rechazo de la nueva constitución, estaremos perdidos y tendremos que prepararnos para el choque fratricida.
Nos cabe a todos tomar acción y hacer de nuestra parte. No hay espacio para no involucrarse en esta verdadera operación de rescate de Chile. Ya sufrimos la tragedia del socialismo y aquí estamos de nuevo, con la inflación, el caos y el desabastecimiento asomándose en el horizonte.
Actúe ahora. No tenga miedo de la nueva insurrección con la que nos tienen amenazados si gana el rechazo: es mejor enfrentar una nueva insurrección en libertad que caer en el yugo opresor del marxismo totalitario que ya empieza a ceñirse sobre nuestras espaldas .
Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas C.
La violencia sin fin por Carmen Gloria Aravena. Senadora de la República
La tolerancia a la violencia también tiene sus límites. Para quienes vieron la serie “Fauda” en Netflix, habrán advertido que incluso para quienes están inmersos en la violencia, o la ejercen, a ratos la violencia se les hace intolerable, aún cuando no pueden salir de ese círculo.
El problema está en que cuando la violencia alcanza los límites de lo tolerable, la respuesta a ella es una reacción igual o más violenta, que puede provenir desde el propio Estado o de la sociedad civil, con ingentes costos para los países.
En Chile llevamos más de dos años y medio tolerando una violencia sostenida que se manifiesta de diferentes formas, desde la que se expresa en la calle, en forma de vandalismo, la que está asociada a la delincuencia común, y la terrorista que está instalada desde hace bastante tiempo en La Macrozona Sur.
Esto no quiere decir que la violencia se inició en Chile hace dos años y medio. Es cierto que la violencia siempre ha estado presente en la sociedad chilena, pero lo que viene ocurriendo en Chile desde 2019 es que esa violencia se institucionalizó.
¿Qué significa esto? Que la violencia fue validada como mecanismo de expresión política para conseguir determinados objetivos y demandas, como respuesta a lo que algunos sectores consideraron 30 años de abusos desde el retorno a la democracia, como parte de una retórica falaz, que sólo buscaba dar legitimidad a esa violencia irracional que se instaló hace dos años y medio y que no ha podido ser desmontada.
En Chile pareciera que estamos frente a una escalada de violencia sin fin, con una agravante adicional: que esa institucionalización de la violencia se vio doblemente reforzada cuando asumieron el Gobierno los mismos que desde la oposición validaron la violencia estos últimos años.
Y el resultado de aquello es que siendo el Estado el llamado a resguardar la seguridad de los ciudadanos, la mantención del orden público y el respeto a la ley, utilizando para ello el legítimo uso de la fuerza que le confiere la Constitución y las normas, ese Estado está hoy amordazado por sus actuales administradores, que ya han dado muestras suficientes -a un mes de iniciada su gestión- de que no harán uso de esa coerción legítima para frenar la violencia.
Y si el Estado no es capaz de enfrentar y tratar de controlar la violencia desatada que exhibe hoy el país, ¿cuáles son las alternativas que quedan? Quizás nadie se atreva a decirlo a viva voz, aunque lo piensen. Pero si el Estado no es capaz de enfrentar institucionalmente la violencia, porque institucionalmente se le ha dado validez, cuando se supere el límite de lo tolerable, se corre el riesgo de que sean sectores de la propia sociedad civil quienes salgan a enfrentarla con sus propios medios por fuera de la vía institucional.
Nadie sensato en Chile quisiera llegar a ese escenario, por eso es fundamental levantar las banderas de alerta, antes de que esta violencia sin límites choque con la frontera de lo tolerable y el torrente de violencia se desborde por los cuatro costados del país.
Y esto no lo digo yo, lo dice la historia y sus reiteradas lecciones al respecto, donde algunos parecen perseverar en mover el avispero de las pasiones que desata la violencia descontrolada. Porque aunque esos sectores sigan sin verlo, la violencia sin límites, también tiene sus límites. ¿Cuán cerca estamos de ese escenario? No lo sabemos. Lo que si está claro, es que si el Estado no enfrenta la violencia de forma decidida, el desborde será como un aluvión, sin previo aviso.