ERRADICACIÓN DEL ODIO Álvaro Pezoa B. VivaChile.org, Política. — LAS MURALLAS INVISIBLES Orlando Sáenz VivaChile.org, Política. —- SOSPECHAS NEGRAS SOBRE LOS OVEROLES BLANCOS Gonzalo Rojas S. VivaChile.org, Sociedad.
Las opiniones en esta columna, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión.
Damos a conocer tres artículos de lo que está sucediendo en Chile, bajo la mirada de sus autores y que tienen que ver directamente con temas propios de la seguridad y la gobernabilidad que vive nuestro país.
Para la subsistencia de la democracia, junto con las condiciones sociales, existe otra de carácter eminentemente moral: la erradicación del odio, como advertía con clarividencia el recordado historiador Gonzalo Vial Correa.
Magistralmente recurría a hechos del acontecer chileno de la segunda mitad del siglo XX para mostrar la veracidad de su afirmación.
En síntesis, el odio corroe las almas, transforma las conductas humanas y termina constituyendo un factor de enorme inestabilidad política. Cuando éste impera, el adversario político, que es una persona que puede pensar distinto e incluso estar equivocada, pero cuya buena fe es preciso presumir mientras no se pruebe lo contrario, se transforma lisa y llanamente en un “enemigo”.
Pasa a ser considerado entonces como un individuo insincero, movido por intereses espurios, que debe ser eliminado, incluso materialmente. ¿En qué se traduce este odio? En virulencia creciente en la contienda política hasta llegar a la lucha armada, esto es, en agresiones y enfrentamientos físicos, en terrorismo, en heridos, en muerte; en la transgresión de derechos humanos esenciales.
El odio que emponzoñó el espíritu de tantos compatriotas en el pasado, está ahora envenenándonos nuevamente. Basta internarse un momento en el espacio virtual de las redes sociales para constatar una profunda, despreciativa y grosera inquina verbal o seguir el flujo de noticias diarias sobre el país, para comprobar un lamentable reguero de quemas de casas, templos e instalaciones productivas, de disparos dirigidos que lesionan o ciegan vidas inocentes, de “acuchilleo” o apedreo a quienes manifiestan posiciones contrarias en algún asunto de carácter público.
La existencia de pobreza, carencias sociales y mala educación son caldo de cultivo favorable, pero no suficiente, para explicar la profusión de malquerencia y saña que ha venido a ser corriente en la actualidad nacional. Peor aún, el fenómeno sigue en preocupante aumento.
El odio político en Chile encuentra su origen antes de la década de 1960, y tiene estrecha relación con corrientes de carácter ideológico que se intentan imponer a todo evento y con las tesis ultraizquierdistas del enfrentamiento inevitable y de la fuerza como única vía de acceso al poder.
Con caras y formas parcialmente renovadas está de regreso -en estricto rigor nunca ha desaparecido- con reforzados bríos. Esta espiral de encono debe ser detenida a tiempo, pues nada bueno se puede esperar de ella.
Hay gente que cree que el odio político es un arma, pero su cultivo es inútil (además de intrínsecamente malo). Sus únicos frutos son la destrucción, el dolor y la muerte. Por lo mismo, su extirpación es un requisito para el bien común y la pervivencia de un auténtico régimen democrático.
Con todo, su eliminación no puede ser impuesta, depende solo en porcentaje menor a medidas externas. Erradicarlo implica la resolución interna de todos los ciudadanos, muy especialmente de la disposición y el ejemplo de las autoridades y dirigencias.
El momento preciso para cambiar el rumbo es hoy, mañana podría ser tarde.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera, el lunes 25 de abril de 2022.
Fuente: ERRADICACIÓN DEL ODIO por Álvaro Pezoa B.VivaChile.org, Política, 29/04/2022
LAS MURALLAS INVISIBLES
Orlando Sáenz
VivaChile.org, Política, 29/04/2022
¿Quién podría dudar de que existen murallas que no se ven pero que suelen ser más sólidas e inexpugnables que las de concreto armado? Son aquellas que están dentro de nuestras mentes y que nos impiden traspasarlas porque son más herméticas que si fueran reales.
Muchas de ellas son benéficas y están hechas de respeto, de limitaciones autoimpuestas, de sentimientos de toda especie. Son las que nos impiden apedrear un santuario, robar en un cementerio o atacar a una mujer hermosa.
Pero hay murallas que impiden que una nación solucione un problema que todos sabemos será mortal si se le deja estar. Estas murallas están construidas generalmente por la cobardía o la irresponsabilidad de los gobiernos y de los políticos.
Para ejemplificar lo que digo, ahora deseo referirme a dos de esas murallas que van a terminar matando a la democracia chilena. Una es la del conflicto mapuche.
¿Hay alguien de nosotros que crea que ese conflicto es solucionable racionalmente mediante una negociación o un diálogo?
Sucesivos gobiernos lo vienen intentando desde hace muchas décadas y lo único que ha ocurrido es que el conflicto se ha ido agravando y hoy día ya es propiedad de la delincuencia, el narcotráfico, el anarquismo y, por tanto, no tiene ni siquiera interlocutor válido.
Todos sabemos que erradicarlo, a estas alturas, solo es posible mediante una operación militar de gran envergadura y que ciertamente tendrá penosas contingencias. Pero todos también sabemos que ningún gobierno que se dice democrático se atreverá a hacerlo, de modo que terminará por desbaratar al país o a justificar un gobierno de facto que nadie desea, pero que se impondrá por la fuerza de las circunstancias.
Será como la operación drástica e invasiva que es necesario practicar para evitar el avance de un cáncer.
La otra muralla de ese tipo es la que protege a los depredadores habituales de la Plaza Italia y, cada vez más, de partes estratégicas de la capital. Muchas veces esos depredadores son poco más que niños que inician la adolescencia.
Todos sabemos que la impunidad los va a condenar a toda una vida de marginalidad y miserable delincuencia, pero preferimos no hacer nada ante ellos porque es más cómodo eso que enfrentar las críticas que resultarían de reprimirlos drásticamente, y darles una oportunidad en establecimientos correccionales serios, caros y bien profesionalmente equipados.
Son carne de cañón que es mejor dejar pudrirse, que atenderlos con rigor en esta etapa.
Todos sabemos que ningún gobierno va a hacer nada enérgico al respecto, mucho menos aquellos que se sienten como individualizados con esos delincuentes juveniles a los que llaman “jóvenes combatientes” cuando en realidad son jóvenes delincuentes.
Porque existen estas inexpugnables murallas invisibles, las democracias como la chilena están condenadas a desaparecer y en un plazo que ni siquiera es largo. Están enfermas de cánceres que ya no son capaces de tratar y que inexorablemente las conducirán a la tumba cuando la sociedad, desesperada, esté dispuesta a sacrificar su libertad para derribarlas.
Es lo que siempre ha ocurrido con los problemas vivenciales que un sistema político es incapaz de enfrentar y resolver, y ello porque, después de todo, las sociedades humanas no desaparecen aunque se vuelvan irreconocibles.
Habrá quienes crean que este tipo de problemas, como el de la Araucanía o como el de Plaza Italia, no son solucionables sin sacrificar el régimen democrático. Ello no es verdad y existen precedentes modernos y recientes que así lo demuestran.
Por ejemplo, hubo un tiempo no lejano (yo mismo alcancé a vivirlo) en que Nueva York era la ciudad más peligrosa del mundo, con una delincuencia que parecía imparable y hasta con barrios que eran impenetrables incluso para la policía. Pero llegó un gobernador que había alcanzado el cargo con el emblema de “tolerancia cero” y, en unos pocos años, la ciudad era tan segura que se podía dormir en un banco de una plaza pública sin temor a siquiera perder la billetera.
Es mejor no preguntar cómo se logró eso. Seguramente habrá testigos en el fondo de los ríos que enmarcan a Manhattan, pero el problema desapareció y la democracia norteamericana siguió su marcha tan campante. Es como un enfermo de cáncer al que le sacaron el estómago, pero que sigue vivo porque se ha atrevido a pagar el precio duro de la drasticidad para comprar algo de sobrevivencia social.
En el mundo moderno, cada vez estamos más enfrentados a realidades tan duras como esa, y dependerá de nuestra voluntad y de nuestro valor solucionarlas o resignarnos a que nos maten.
Esas murallas que he mencionado, sumadas a varias otras, han privado de viabilidad al sistema democrático chileno tal como lo conocemos. Han impedido que se modernice el estado, han impedido que el poder ejecutivo ejerza su deber fundamental, cual es garantizar la vigencia de la ley igualitaria para todos, etc.
Por eso nos estamos adentrando en una durísima crisis de la que algún día emergeremos maltrechos pero vivos. Ojalá logremos salvar algo al menos de nuestras libertades y de nuestra convivencia difícil pero factible.
Sin embargo eso dependerá de nuestra capacidad para analizar racionalmente y sacar lecciones constructivas de la dura experiencia que vivimos. Para ello es imprescindible analizar las razones por las que hemos llegado al punto en que estamos e invito a mis lectores a que lo hagamos en futuras reflexiones.
No cabe duda de que nuestro actual fracaso es, esencialmente, el de nuestras clases dirigentes y especialmente de nuestra clase política. Se agotaron los Eduardos Frei, los Jorges Alessandri, los Anicetos Rodríguez, los Raúl Rettig, etc., y no ha habido reemplazo para ellos.
Con ellos murieron los Congresos que pensaban primero en Chile y luego en la próxima elección, los Presidentes que ejercían el imperio sin dañar la democracia, los tribunales que usaban el sentido común más allá del rigorismo de una computadora, de modo que los pigmeos que los han reemplazado simplemente no dan el ancho para ser lo que deberían ser.
Ojalá que tras la profunda crisis que viviremos surjan generaciones capaces de retomar el camino que marcó Portales en el siglo XIX y los que he nombrado antes en el siglo XX.
Al fin y al cabo, el Imperio Romano fue capaz, hasta cierto punto, de superar la terrible crisis del siglo III. Pero eso no ocurrirá si no surgen personas capaces de demoler las murallas virtuales.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, el miércoles 27 de abril de 2022.
SOSPECHAS NEGRAS SOBRE LOS OVEROLES BLANCOS
Gonzalo Rojas S.
VivaChile.org, Sociedad, 29/04/2022
La reaparición de los activistas enfundados en overoles blancos durante incidentes estudiantiles nos ha llevado de vuelta a su primera aparición, hace ya 8 años, en la calle Condell, y a sus continuas presencias en los incidentes de los viernes, durante la insurrección violenta de finales del 2019 y comienzos del 2020.
¿Quiénes son estos sujetos que organizan y dirigen en terreno los actos de violencia procurando, además, transmitir una imagen asociativa desplegada a través de su curiosa indumentaria? ¿Qué edades tienen? ¿Son todos chilenos? ¿Militan en la misma organización o pertenecen a diversos colectivos para dificultar así las tareas de inteligencia respecto de su estructura?
No olvidaremos aquel momento en que el entonces Director de la PDI nos dijo algo así como que “ya lo sabemos todo y oportunamente lo comunicaremos”, con relación a los agentes organizadores y directivos del 18 de octubre de 2019. No lo olvidaremos, porque seguimos esperando.
Nunca se supo nada; nadie más se refirió de ahí en adelante al tema; terminó el gobierno de Piñera y no hubo una sola explicación de lo que hasta el 10 de marzo de 2022 se había logrado saber. Nada.
Sólo caben dos opciones.
La primera consiste en que el expresidente Piñera se haya negado rotundamente a que la información recopilada se diera a conocer. Dos “buenas razones” pudo haber tenido para tomar una decisión de esa naturaleza.
Por una parte, comunicarle al país la información sobre quiénes y de qué modo organizaron la insurrección violenta, comprometía al propio Piñera a un conjunto de acciones políticas y judiciales que no estaba en su carácter desplegar. Por otra, esa misma comunicación habría reactivado la pregunta maldita: ¿usted supo algo de todo esto antes del 18 de octubre y no le hizo caso, o los servicios de inteligencia simplemente no funcionaron y el presidente era tan ignorante de la realidad como cualquier ciudadano de a pie?
La segunda opción es tan penosa o más que la primera: la declaración del entonces Director de la PDI fue una simple fanfarronada, porque jamás se ha logrado -ni entonces ni hasta ahora- conocer el origen de la más violenta sublevación desplegada desde 1990 a la fecha.
Por supuesto, no será el gobierno de quien fuese un activo manifestante callejero en sus años universitarios y, después, un iracundo interpelador de militares en plaza Baquedano, repito, no será ésa la administración que active la investigación y divulgación de los agentes organizadores y directivos del 18 de octubre.
Menos aún, con el Partido Comunista en el gobierno.
Pero esa falta de esperanza respecto de una eventual claridad en el tema del pasado, no debe impedir que nos sigamos preguntando sobre el presente: ¿por qué los overoles blancos no son detenidos y debidamente interrogados? ¿es que su indumentaria les otorga una credencial de protección en vez, justamente, de arriesgarlos a una detención selectiva? ¿es que se sabe perfectamente quienes son, dónde militan y qué compromisos podrían esgrimir y por eso se les deja actuar con total libertad?