PREGUNTAS FUERTES Y VALIENTES por Max Silva Abbott Doctor en Derecho Profesor de Filosofía del Derecho Universidad San Sebastián
Las opiniones en esta columna son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión
¿Están sirviendo nuestros sistemas democráticos para limitar al poder? ¿Son los gobernantes de verdad servidores de los gobernados? Tómese en cuenta, como también hemos advertido, de la creciente influencia que sobre la actividad de estos últimos están teniendo una serie de organismos internacionales sobre los cuales no existe ningún tipo de control.
PREGUNTAS FUERTES Y VALIENTES
La porfiada insistencia de la gran mayoría de nuestra clase política en continuar con el proceso constituyente pese a la abrumadora derrota sufrida en el último plebiscito, no puede menos que obligar a reflexionar profundamente sobre nuestro actual sistema político.
En efecto, resulta desconcertante la falta de conexión de esta clase política con la realidad y las verdaderas necesidades de la gente, pese a las cada vez más fuertes peticiones de buena parte de la ciudadanía en este sentido, al haber problemas mucho más urgentes que solucionar que tener un nuevo texto constitucional. De hecho, a momentos da la impresión que para ella, el resultado del plebiscito hubiera sido exactamente el contrario al real.
Así las cosas, ¿tiene sentido nuestra democracia? Si ante un veredicto tan claro y contundente como este, muy superior al del plebiscito de entrada, se hacen oídos sordos, fundamentando su actuación en autorizaciones “supuestas” o “evidentes” para seguir con este proceso constituyente, ¿para qué se solicita entonces el voto popular? Si éste sólo va a ser respetado y alabado cuando coincide con las pretensiones de esa clase política (y viceversa), sería mejor instaurar un régimen oligárquico (algo así como “el grupo de los 200”) y no hacer perder el tiempo y recursos a la ciudadanía para ir a las urnas.
Pero el asunto da aún para más: ¿cuál es la razón de este persistente empeño por crear una nueva Carta Fundamental? En una columna pasada señalábamos que como esto muestra de forma evidente y palmaria que la clase política no está escuchando el clamor popular (y que sólo lo hace cuando le conviene), lo anterior significa que se encontrarían sirviendo a otros intereses: a los suyos propios o a los de alguien superior a ellos.
Con todo, siendo esto último lamentable en extremo, un poco de realismo político debe hacernos caer en la cuenta de que lo anterior resulta perfectamente posible. Mal que mal, la historia humana ha mostrado que durante casi todo el tiempo, los gobernantes han abusado del poder que detentan. Sólo en épocas muy recientes y luego de mucha reflexión y sacrificio, se ha intentado cambiar esta lamentable situación. Y pese a los avances que supuso el constitucionalismo moderno, al regular y dividir al poder a fin de limitarlo y hacerlo menos arbitrario, ha prometido bastante más de lo que en los hechos ha podido dar.
Lo anterior significa que por su propia naturaleza, el poder siempre buscará sacudirse de sus hombros cualquier limitación que pretenda apresarlo o quitarle fuerza. Sería completamente contradictorio con su esencia que aceptara de buen grado este sometimiento. Así, metafóricamente podría comparárselo con un animal salvaje imposible de domesticar, y al cual únicamente cabe mantener a raya con mucho esfuerzo.
Por tanto, más allá de dogmas, ideales o tabúes: ¿están sirviendo nuestros sistemas democráticos para limitar al poder? ¿Son los gobernantes de verdad servidores de los gobernados? Tómese en cuenta, como también hemos advertido, de la creciente influencia que sobre la actividad de estos últimos están teniendo una serie de organismos internacionales sobre los cuales no existe ningún tipo de control.
En el fondo, debemos hacernos esta pregunta de manera directa, fuerte y valiente: ¿Está cumpliendo hoy la democracia el papel para el que idealmente debiera existir?
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
Estimado Max:
Comparto lo que dices en tu lúcida columna.
En cuanto a tu pregunta: ¿está cumpliendo hoy la democracia el papel para el que idealmente debiera existir? te recuerdo que la democracia es solo una forma de gobierno, un sistema de designación de gobernantes, el “arte de acarrear analfabetos a las urnas”, y a la que no podemos exigirle algo que ella no puede dar.
En mi libro Política y Fuerzas Armadas —que deberías tener en tus archivos, si no lo tienes en papel— le dediqué algunas páginas al tema (46-52 de la segunda edición) en las que me refiero a las consecuencias devastadoras del sistema de representación proporcional (hay una carta sobre el tema en pp. 514-515 de mi último libro Sapiens et fidele consilium), a la ideología de la democracia liberal y a otros asuntos de interés.
Complemento lo anterior en el apartado 1.1.6. Formas de gobierno (pp. 43-46) en la que cito a Santo Tomás de Aquino y cual es, según él, la mejor forma de gobierno y más concorde con la esencia humana.
Por lo antedicho, como el padre Osvaldo Lira, “soy un furibundo antidemócrata”.
Al final copio una página de la entrevista que Rosario Guzmán le hizo al padre Lira, publicada en la revista Ercilla 2247, 23 de agosto de 1978.
Te enviaré mis últimas cartas.
Un abrazo.
Adolfo
Un aporte de nuestro Director Adolfo Paúl Latorre