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    Disuasión y estrategia en la crisis de 1978. Humberto Julio Reyes. General de Brigada

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    RELACIONES INTERNACIONALES Y SEGURIDAD
    FJDM-C
    Noviembre 3, 2022

    Disuasión y estrategia en la crisis de 1978 

    Humberto Julio Reyes  

    General de Brigada 

    El presente trabajo intenta explicar resumidamente la forma cómo  Chile enfrentó y resolvió su más grave crisis externa del siglo XX. Está  centrado, fundamentalmente, en los elementos de la conducción  estratégica y la forma en que se aplicaron los diversos factores del  poder nacional en respaldo del modelo estratégico elegido. 

    La hipótesis de guerra: origen y evolución. 

    La decisión del gobierno argentino de declarar insanablemente nulo el laudo  arbitral, dado a conocer por SM la reina de Gran Bretaña e Irlanda del Norte,  sorprende a la conducción nacional, dado que, desde que se iniciara el proceso,  se había descartado la tradicional hipótesis vecinal tres que había estado vigente  desde fines del siglo XIX. A esto se llegó cuando se estimó que el conflicto con  Argentina sería resuelto exclusivamente por el Campo de Acción Diplomático.

    A lo anterior contribuyó el progresivo deterioro de las relaciones con Perú,  fundamentalmente por efecto de la visión geopolítica del gobierno del general  Velasco Alvarado que se expresaba en un indisimulado revanchismo que  pretendía recuperar los territorios perdidos en 1879.

    La expresión más evidente de una intención agresiva era el notable incremento  y reequipamiento de sus fuerzas armadas, aspectos que llevaron a que,  rápidamente, Perú alterara definitivamente el equilibrio estratégico a su favor. El mismo 11 de septiembre de 1973, aprovechando nuestra grave crisis interna,  Perú habría estado a punto de intentar, al menos, la recuperación de Arica.

    Engañados quizás por una absurda propaganda que asignaba a supuestas  fuerzas leales al gobierno derrocado, la capacidad de generar una guerra civil,  prefirieron esperar condiciones aún más ventajosas.

    Probablemente ignoraban que, ese día, la fuerza total en Arica ascendía  solamente a dos compañías, habiéndose enviado la mayor parte de los medios  a reforzar las zonas donde se preveía mayor resistencia de parte de los  elementos que respaldaban al gobierno.

    Cuando advirtieron su error, ya era tarde. Hubieron de esperar una nueva  ocasión mientras se iba generando una situación vecinal de grave tensión,  caracterizada por el notable aumento de los efectivos de ambos países en la  zona limítrofe y su alto grado de alistamiento.

    Chile se había preparado para enfrentar la crisis en el norte siguiendo un modelo  disuasivo de negación que implicó en la práctica, desguarnecer el frente del Este. Simultáneamente se intentó aislar la hipótesis, neutralizando a Bolivia. A ello  obedeció la iniciativa de Charaña y las posteriores negociaciones para el  Corredor Boliviano.

    Si bien un golpe incruento depuso a Velasco, alejando el peligro de guerra, las  negociaciones con Bolivia llegaron a un punto muerto, situación agravada por su  unilateral rompimiento de relaciones diplomáticas.

    Así estábamos cuando Argentina decidió desconocer el Laudo Arbitral y presionar  por negociaciones directas.

    El dilema estratégico de Chile. 

    El país estaba nuevamente enfrentado a una hipótesis que, para muchos  expertos, no tiene solución estratégica: la hipótesis vecinal máxima.

    Producto en gran medida del determinismo geográfico y la imprecisión limítrofe  heredada de España, nuestro país, tan pronto inició su proceso de consolidación  territorial, entró en conflicto con el aliado de las guerras de la independencia,  planteándose una primera situación delicada, justamente cuando debíamos  resolver el reto planteado por el gobierno de Bolivia, y que se consideró superada  mediante el tratado transaccional de límites de 1881.

    Finalizada la guerra del Pacífico y la Guerra Civil de 1891, las previsiones de los  estados mayores tuvieron que considerar, razonadamente, que había que estar  preparados para enfrentar a los tres vecinos, siendo la primera ocasión en 1898.

    Salvo ese año, en que el poder militar chileno permitía prever una solución  favorable en caso de conflicto bélico, reflejada en una planificación de carácter  ofensivo, el progresivo debilitamiento de nuestra Defensa Nacional en términos  comparativos, llevaba a concluir que, en caso de tener que enfrentar a los tres  vecinos, no existía solución estratégica alguna que fuera satisfactoria. Dicho de  otra forma, para no perder frente a los tres, habría que ceder a los menos frente  a uno. Terrible dilema para un gobernante.

    Posible modelo y actitud estratégica 

    En 1978, sin embargo, las lecciones del conflicto en el Medio Oriente, ofrecían la  posibilidad de optar por una guerra preventiva, siguiendo lo que se dio en llamar  el modelo israelita, en particular siguiendo la estrategia de la guerra de los seis  días, en 1967. Las semejanzas eran evidentes, especialmente en geografía y  medios militares que se enfrentarían.

    Pero, en el plano político, había una gran diferencia. El gobierno militar chileno  enfrentaba una situación internacional que hacía descartar la posibilidad de  adelantarse y golpear primero. Había que recurrir, nuevamente, a un modelo  disuasivo, principalmente de negación y, en el evento de fracaso, optar por una  defensiva estratégica con todo lo que ello implicaba.

    Organización para el conflicto 

    Para este efecto las fuerzas armadas se organizaron cubriendo dos teatros de  operaciones conjuntos, en ambos extremos. Conviene tener presente que,  gracias a la crisis previa con Perú, la preparación del Teatro de Operaciones  Norte Conjunto estaba muy avanzada, prácticamente completa. En el extremo  austral, por el contrario, la situación era completamente distinta, pese a existir  desde 1960 la llamada Región Militar Austral.

    La frontera Este, entre ambos teatros, era responsabilidad del Ejército. La  Armada mantenía la responsabilidad del teatro marítimo, previendo el empleo  prioritario de sus medios operativos en el extremo austral. Por su parte la Fuerza  Aérea, habiendo asignado medios secundarios a los teatros conjuntos, mantenía  bajo su control los elementos de mayor capacidad operativa.

    Finalmente, Carabineros aportó con un importante contingente que, después de  un corto período de instrucción militar, pasó a reforzar algunas formaciones del  Ejército.

    Aspectos centrales de la planificación de guerra 

    Conviene tener presente que, si bien se aplicó toda la doctrina de planificación  vigente en esa época, todo estuvo marcado necesariamente por el signo de la  improvisación. El Plan de Guerra Nacional vigente contenía las previsiones para  enfrentar un conflicto solamente en el Norte.

    Rápidamente, un Comité Asesor Político Estratégico (CAPE), encabezado por el  General Matthei, redactó los que se llamó Plan de Acción, destinado a enfrentar  nuevamente la hipótesis vecinal máxima. En maratónicas sesiones del  CONSUSENA, se fueron aprobando sus previsiones, mientras la planificación era  completada en todos sus niveles.

    Así podía decirse que, pese a la evidente inferioridad en medios, se había hecho  todo lo necesario para rechazar cualquier intento de agresión.

    Medidas de alistamiento 

    Aparte de elaborar los planes para los respectivos campos de acción, se  adoptaron todo tipo de medidas para ponerlos en ejecución. Se establecieron las  coordinaciones necesarias y, sin estridencias, se inició la preparación, tanto de  infraestructura como de personal.

    La instrucción actualizada de reservistas se incrementó, llegándose a movilizar  selectivamente a determinadas personas. Se mantuvo al contingente procedente  del Servicio Militar Obligatorio por un segundo año. Se practicó al detalle el  desplazamiento de las unidades, especialmente de aquellas que debían reforzar  los teatros extremos.

    El dilema de los aliados: ¿Quién primero? 

    Pero no todo era desfavorable a Chile. Los aliados, por su parte, debían resolver  un dilema básico que se plantea cuando no existe la plena seguridad del  compromiso contraído así como la verdadera voluntad y capacidad de honrarlo.

    No hay duda que era Argentina el adversario que aparecía como más peligroso  y decidido, habiendo sondeado abiertamente algunos de sus mandos la  posibilidad de realizar algunos actos posesorios o a lo sumo una guerra a objetivo  limitado, sin reacción de parte nuestra. Hablaban de “una guerrita”.

    Por su parte Perú, como lo sostiene más de algún estudioso de la historia, ya  había pagado la factura en la Guerra del Pacífico, la que, a fin de cuentas, había  sido ganada por Argentina. Por lo demás, quizás le bastaba con recuperar Arica.

    Bolivia, que provocó la guerra en 1879, arrastrando a su aliado Perú, para  abandonarlo después de Tacna, era el adversario que hacía la apuesta más alta:  recuperar el litoral perdido. La paradoja es que era y sigue siendo el más débil  de los tres.

    Un supuesto nuestro era que, si Argentina lograba algún éxito inicial resonante,  ello incentivaría a los vecinos del norte a ingresar al conflicto. Por el contrario,  si era rechazada, se mantendrían a la expectativa. Esta opción, siendo  naturalmente muy conveniente, obligaba a mantener el despliegue de fuerzas  en presencia como principal elemento disuasivo.

    Solución de la crisis 

    Cuando el enfrentamiento naval que precedería a la invasión ya era inminente, como queda retratado en el libro “La Escuadra en acción”, el gobierno argentino  acepta finalmente la gestión mediadora de la Santa Sede. Podría decirse que, a  partir de ese momento, y salvo esporádicas situaciones de tensión que se  produjeron durante todo el período de la Mediación Papal, la crisis estuvo en vías  de solución.

    Durante 1981 se vivieron momentos de peligro y también en 1982. ¿Qué hubiera  ocurrido de triunfar Argentina en la Guerra de las Falkland?

    ¿Quién disuadió? 

    Podríamos sostener que, a nivel de opinión pública, existen dos escuelas de  pensamiento. Una, quizás mayoritaria, atribuye al Papa, el haber logrado que  Argentina desistiera de su inminente agresión y se aviniera a volver a la  búsqueda de una solución pacífica.

    Esta visión predomina por estar influenciada por los opositores internos y  externos del régimen militar chileno, los que, habitualmente, restan todo mérito  en la solución al General Pinochet, igualándolo en agresividad con el gobierno  argentino. En parte refuerza esa idea el que la mayor parte de las publicaciones  respecto a este conflicto, incluyendo la más reciente, del General Ernesto Videla,  se centran en la labor de nuestra diplomacia, en particular de quienes fueron  protagonistas de la Mediación Papal.

    La otra escuela de pensamiento, liderada principalmente por militares que  tuvieron altas responsabilidades en la conducción chilena, le asigna a la  preparación militar el principal efecto disuasivo. Ello junto a la inequívoca  decisión de resistir a toda costa una agresión, oponiendo al modelo de guerra a  objetivo limitado uno de guerra total que recurriría incluso a la guerrilla si los  invasores lograban ocupar alguna porción de nuestro territorio.

    En lo personal creo que fue nuestro Poder Nacional el que disuadió efectivamente  a Argentina, combinando los siguientes factores que nos otorgaban ventajas  comparativas.

    • Haber generado una capacidad militar que haría muy costoso e  improbable el triunfo de nuestros adversarios.
    • Contar con una conducción que unificaba todos los esfuerzos y que ejercía  un efectivo control sobre sus propias decisiones.
    • Haber demostrado la voluntad de usar decididamente los recursos de  fuerza, en caso de cualquier agresión.
    • Una inteligente conducción de las relaciones exteriores que permitió,  justamente, comprometer a la Santa Sede en la solución de la crisis.
    • Finalmente, la fuerza moral y el compromiso del Mediador.

    Solución del conflicto 

    Si la crisis se superó en 1979 y el peligro de guerra se alejó en 1982, después  de la derrota argentina, estimo que ni siquiera la firma del Tratado de Paz  Amistad, en 1985, puso término al conflicto.

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    Tanto es así que, dada la distante actitud de los gobiernos argentinos que  sucedieron al régimen militar y la mantención de un despliegue estratégico  prácticamente inalterado, hasta fines de los años 80 segumos por nuestra parte  manteniendo un alto grado de alistamiento en el extremo austral.

    Podría postular que la solución se produjo en forma paulatina, especialmente a  partir del gobierno del presidente Menem, cuando nuestros vecinos del Este  renunciaron, al parecer definitivamente, al ejercicio de algún tipo de hegemonía  en el cono Sur.

    Reflexiones finales 

    En 1978 nuestras previsiones fueron ampliamente superadas por los  acontecimientos. Hoy, especialmente en el plano militar, se vive con Argentina  un acercamiento notable, lo que se expresa fundamentalmente en las  Operaciones de Paz. No obstante, si miramos al norte, se aprecian nubarrones.

    Es de esperar que, en caso de tormenta, la hermandad chileno-argentina no  vuelva a trisarse.

    ¿Debemos olvidarnos definitivamente de la hipótesis vecinal máxima?

    Las opiniones en esta sección, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional.

     

    Edición del sitio Web de Cosur Chile y de su revista digital “Tres Espadas”  

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