UN BUEN PORTERO.
Eugenio Tironi.
El Mercurio, Columnistas, 03/01/2023.
Lo usual es que en estas primeras horas del nuevo año se formulen buenos deseos o se hagan pronósticos. Me rehúso. Los buenos deseos son vanos; y en cuanto a los pronósticos, luego de los sucesos que han venido ocurriendo en los últimos tiempos —pandemias, guerras, sesenta y dos por ciento, entre otros—, son absolutamente inservibles.
Me limitaré entonces a un ejercicio más modesto: volver sobre lo que pasó en el año que ha terminado, y examinar qué nos enseña; no sobre todo, pues sería a la vez pretencioso e imposible, sino sobre lo que, estimo, lo marcó a fuego: el plebiscito del 4-S.
Hay cosas que por obvias se pasan por alto. La jornada electoral de septiembre transcurrió sin incidentes. Los resultados se conocieron rápidamente. El oficialismo aceptó la derrota de inmediato. Nadie alegó fraude, engaño o corrupción. Los números hablaban por sí solos: una votación apabullante y transversal a favor del Rechazo.
Esa noche, y en los días que le siguieron, no hubo euforia ni angustia. No se produjo un estallido liberador; tampoco la ola de violencia que muchos temían en caso de que no triunfaran los abanderados del “estallido” de 2019.
En otras palabras ganó el Rechazo, pero no llegó la parusía ni tampoco murió el proceso constitucional; perdió el Apruebo, pero no se produjo la hecatombe.
”Que en el año que comienza retengamos lo que aprendimos en el que pasó…”.
Disparar sobre la Convención y los convencionales se ha transformado en los últimos meses en deporte nacional. Pero si miramos con más perspectiva, a pesar de fallas y excesos, lo vivido el 2022 fue una experiencia democrática excepcional.
Se canalizó con éxito el estallido social, se vinculó a las nuevas generaciones con la democracia, se llevaron a la escena institucional dolores y resentimientos sumergidos, se dio pie a una catarsis que a la larga ha sido reparadora, se cumplieron los procedimientos y los plazos, y se realizó un plebiscito ejemplar. La sociedad chilena mostró, una vez más, que ha aprendido —no sin dolor— a resolver pacíficamente sus crisis.
Es cierto que el texto que propuso la Convención fue rehusado. No en las calles, sino en una instancia democrática previamente establecida, el plebiscito de salida. Se lo ideó como garantía de que la nueva Constitución contaría con el consentimiento directo de la ciudadanía, y así funcionó. Fue un ejercicio formidable.
El hecho de tener ante nuestros ojos el texto emanado de la Convención fue una ocasión única para evaluar íntimamente qué realmente queríamos cambiar y qué, en el fondo, deseábamos conservar. Lo manifestamos ante la urna, sin coacción ni amenazas, con total autonomía. La conclusión fue fuerte y clara.
Ahora el país se encamina a clausurar el proceso constitucional bajo nuevas reglas concordadas transversalmente por los partidos políticos. Curioso. Ellos fueron rechazados rudamente por la ciudadanía en el plebiscito de entrada y en la elección de convencionales. Luego fueron excluidos implacablemente por la Convención, celosa de monopolizar para sí el “poder constituyente”. No obstante, tras el 4-S, los políticos profesionales volvieron en gloria y majestad a ejercer el protagonismo de la cuestión constitucional: en buena hora.
Chile seguirá un año más debatiendo intensamente sobre su orden deseado, ojalá esta vez sin esa ansiedad que conduce a la desmesura. El resultado no será jamás el esperado, y esto no tiene por qué ser negativo. Cualquiera sea, por lo demás, el mismo estará siempre abierto a los ajustes que empujan las nuevas mayorías, los nuevos consensos, el nuevo conocimiento.
Finalmente me voy a rendir a la costumbre y expresar un deseo, aunque sea ilusorio: que en el año que comienza retengamos lo que aprendimos en el que pasó. Esto nadie lo ha expresado mejor que Manuel Jabois, del diario El País, esa noche mágica en que Argentina derrotó a Francia en el Mundial de Qatar: “Todo se puede torcer en cualquier momento, que se tuerza tampoco tiene por qué ser malo, pero andá por la vida, bobo, con un buen portero”.
Un aporte del Director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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