¡MUJERES DEL MUNDO, UNÍOS! |
Lucía Santa Cruz
El Mercurio, Columnistas, 02/06/2023
“Las mujeres somos fuertes, luchadoras y resilientes, y tenemos un pasado que también nos puede orgullecer”.
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a victimización está de moda y la resiento. Ha surgido y prospera una cultura en la que individuos o grupos demandan toda suerte de tratamientos especiales y discriminatorios, privilegios y subsidios, basados en lo que estiman ha sido una historia de opresión; y de esa condición de víctimas esperan conseguir prestigio y poder.
Entre otras “identidades”, hay organizaciones de mujeres que se han sumado a este son y perciben su pasado histórico como humillante y endeble, lo cual las haría acreedoras a ese tratamiento excepcional.
No descarto que haya habido victimización y que puede haber afectado con más fuerza a ciertos sectores en distintas épocas históricas. De hecho, nuestro pasado está plagado de dolores, arbitrariedades e injusticias, pues la miseria y la opresión han sido la constante del devenir humano.
Mi objeción al auge de la cultura de la victimización radica en el firme convencimiento de que de personas víctimas no nacen seres humanos poderosos, pues, por definición, acarrean el peso de considerarse a sí mismas, y de ser percibidos por los otros, como inferiores.
Esta tendencia exime a los afectados de la responsabilidad personal por sus actos y circunstancias y mutila la capacidad para superar la adversidad. Más aún, nos aleja de lo que debería ser nuestro objetivo principal, que no es otro que alcanzar un tratamiento igual para todos los individuos, más allá de su sexo, clase, género, color o etnia.
Es cierto que el énfasis en la victimización de ciertos grupos puede contribuir positivamente a una mayor concientización acerca de las injusticias que experimentan y así suscitar mayor empatía por los sufrimientos inmerecidos de esas personas o grupos.
Sin embargo, esto se logra a un gran costo, pues debilita a los afectados y contribuye a perpetuar un círculo de desesperanza, incita al miedo y fomenta la sensación de impotencia frente a un destino que no podríamos controlar.
La percepción que tenemos de nosotros mismos importa, y si nos vemos exclusivamente como entes sometidos a la voluntad de otros, quedamos privados de nuestros recursos propios para superar las condiciones adversas.
Si nuestro futuro depende de fuerzas históricas o presentes que no podemos dominar, ello nos rinde impotentes y nos induce a pensar que solo podemos mejorar a través de compensaciones arbitrarias especiales, siempre en perjuicio de otros.
Esto aumenta el ciclo negativo de debilitamiento, pues solo en esa protección estaría la fuente del privilegio y el poder. Por el contrario, si la cultura promueve la responsabilidad personal, se estimulan la resiliencia y la autodeterminación.
Por otra parte, esta tendencia a la victimización es una simplificación de los factores y experiencias muy complejas que interactúan en la creación de las condiciones de vida de los seres humanos y, a mayor abundamiento, contribuye a la mantención y reforzamiento de estereotipos, que en el caso de las mujeres aparecen como entes débiles, vulnerables, incapaces de defenderse a sí mismas, emocionales, irracionales, sumisas, pasivas y dependientes.
Y sí. Eso sucede cuando una diputada, que debería ser un modelo de fortaleza y liderazgo, se derrite como copo de nieve, porque un ministro le alza la voz.
Por eso, mi llamado sería “mujeres del mundo, uníos” contra la autovictimización y abandonemos la bandera del “pobrecita de mí, yo tan débil y vulnerable”.
Las mujeres somos fuertes, luchadoras y resilientes, y tenemos un pasado que también nos puede orgullecer.
Nuestras características específicas, constatadas en diversos estudios, como la capacidad de adaptación, la mayor predisposición a resolver conflictos y un liderazgo más empático y colaborativo, nos capacitan para participar en igualdad de condiciones prácticamente en todas las tareas que queramos abordar.
Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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