UNA NOCHE CON LOS CAZADORES DE DRONES |
Javier Espinosa
El Mundo, Primera Edición, 31/05/2023
Rusia lanza 151 misiles y aviones no tripulados en 72 horas; Ucrania contraataca enviando sus drones sobre objetivos de Moscú
El sonido pasó muy cerca del automóvil. Recordaba al ronroneo de una motocicleta. La unidad móvil antiaérea también debió escucharlo porque de inmediato comenzaron a disparar ráfagas de su ametralladora.
Los surcos rojos de las balas trazadoras subían hacia el cielo. Minutos antes, otro dron se había empotrado contra un edificio cercano que ardía de forma virulenta.
Las llamas iluminaban la noche. El coche tuvo que superar los despojos del habitáculo arrancados por la deflagración, regados por el asfalto.
Los tres soldados tenían cruzado su todoterreno en mitad del puente. Con el arma apuntando hacia las alturas. Durante algunos segundos iluminaron la zona con un potente reflector.
Uno de ellos hizo un gesto conminatorio al solitario vehículo para que se marchara. El movimiento enérgico de las manos explicaba la tensión.
La incertidumbre se había generalizado. A pocos metros, cuando los viajeros se dirigían hacia la Plaza de Maidán, en el centro de la capital, un objeto en llamas se cruzó antes de impactar en un parque cercano generando una gran explosión.
Por las avenidas de una urbe casi desierta sólo circulaban coches de policía y los camiones que recogían la basura en medio del clímax bélico. A la altura del metro de Pecherska, grupos de civiles huían a la carrera hacia el subsuelo.
Algunos permanecían en las escaleras de acceso al subterráneo mirando al cielo. La aproximación de otro dron provocó una rápida desbandada acompañada de más tiroteos y estallidos.
Eran las 3:23 de la madrugada. Kiev asistía al enésimo capítulo de una guerra nocturna que recuerda –sin llegar a su intensidad– a los combates aéreos de lo que se denominó la batalla de Inglaterra, inmortalizada en tantas películas. La arremetida de otra oleada de aparatos no tripulados de origen iraní –los ya tristemente célebres Shaheed– dejó al menos un muerto, una docena de heridos y varios incendios. Las autoridades ucranianas indicaron que habían derribado 29 de los 31 drones.
“Hemos vuelto a los días de octubre, cuando cortaron la electricidad. Estaba viendo todo desde la ventana. Pensaba que nos faltan las palomitas: las explosiones, los disparos, las luces en el cielo.. Habíamos decidido que sólo vendríamos al Metro si las explosiones sonaban cerca y accionaban las alarmas de los coches. Y eso pasó, así que aquí estamos”.
Tatiana Glikman, de 36 años, se había guarecido en la entrada de Pecherska junto a su madre. La alarma aérea se decretó en Kiev a las 2:06 de la madrugada. En ese instante comenzó el goteo de vecinos que se dirigían hacia las instalaciones del tren subterráneo.
En las inmediaciones de la estación de Lva Tolstov, se podía asistir a un desfile de sombras calladas que salían de los portales de las viviendas cercanas portando esterillas de plástico, sillas y colchones inflables.
Oksana Omarova y sus dos hijas, Aida y Yariat, no estaban seguras de cuántas veces han tenido que pernoctar en este mismo lugar durante el mes de mayo. Más de una docena, dijo una de ellas.
Las arremetidas de madrugada se han convertido en algo tan recurrente que han decidido mantener siempre en su piso maletas con ropa y enseres personales. “Ayer bromeamos. Antes pensabas en qué ponerte para ir a trabajar y ahora en cómo nos vestiremos para pasar la noche en el Metro”, comentó Aida, de 24 años, entre sonrisas. “Hoy es la cuarta vez en menos de 24 horas que terminamos aquí”, agregó en referencia a la sucesión de asaltos aéreos en Kiev entre el lunes y el martes.
A su lado, una pareja con un pequeño que dormitaba en una silla de bebé intentaba instalarse en una de las esquinas junto a las escaleras mecánicas. “(Los rusos) están intentando debilitarnos psicológicamente”, opinó la muchacha de 32 años, que no quiso identificarse.
Al cabo de media hora ya se habían congregado varias decenas de civiles en el refugio improvisado. En el exterior resonaban las detonaciones.
La intensificación del uso de Shaheed y misiles contra Kiev –el de este martes marca el número 17 sólo en mayo– y la réplica ucraniana contra Moscú y otras ciudades rusas parecen marcar una nueva escalada en la guerra, que ha dejado de estar limitada principalmente al este de Ucrania.
Los rusos han lanzado hasta 151 misiles y drones contra el país en las últimas 72 horas. La intensificación de la ofensiva aérea rusa ha retrotraído psicológicamente la capital a los peores días del inicio del conflicto o las fechas en las que quedó sumida en la oscuridad a finales de 2022.
La aproximación de los Shaheed se puede seguir casi en tiempo real por las redes. Como ya viene siendo habitual, este martes las alarmas comenzaron a activarse a medianoche y fueron desplazándose a través de las regiones ucranianas conforme avanzaban los drones desde el sur, siguiendo el curso del río Dnipro, y desde la linde norteña.
El alcalde, el exboxeador Vitali Klitschko, se ha convertido en narrador que relata casi en vivo los sucesos que sacuden a su metrópoli. A las 2:33 ya estaba alertado sobre las explosiones que se escuchaban en Kiev y pedía “¡ir a los refugios!”, según se leía en sus mensajes en Telegram. A ese texto siguieron otros que indicaban la angustia que se había apoderado de la urbe: “tres coches ardiendo en el distrito de Pecherska”, “una casa en llamas en Darnytsia”, “incendio en un rascacielos en Holosiivskyii”…
Sin embargo, como ocurrió también durante la batalla de Inglaterra, la eficacia de los bombardeos rusos por el momento parece constreñirse al posible efecto en la moral de los ucranianos ya que la amplia mayoría de los drones y cohetes están siendo derribados.
Para Oleksiy Danilov, uno de los asesores de Zelenski, el empecinamiento de Moscú en estas acciones sólo es un reflejo de su “estupidez y obstinación”.
Kiev se ha rodeado de toda una panoplia de todoterrenos equipados con ametralladoras pesadas que vigilan las noches de la capital. El sistema defensivo se complementa con baterías de misiles como los Patriots estadounidenses o los heredados de la Unión Soviética, otros sistemas defensivos donados por Occidente y los grupos de caza-shaheeds que disponen de cohetes portátiles del tipo Stinger o Igla que están desplegados en torno a la urbe, formando un escudo difícil de superar.
El portavoz de la Fuerza Aérea, el coronel Yuriy Ignat explicó en una televisión local que los rusos intentan “agotar” las defensas aéreas ucranianas, algo que no están consiguiendo. “Se fortalecen cada día. Me gustaría tener más medios para conseguir un resultado del cien por cien (de derribos). Probablemente cuando recibamos los aviones F-16 podamos hacerlo mejor”, agregó.
Ignat estimó que en los últimos ataques las defensas aéreas han logrado interceptar cerca de un 90 % de los cohetes y aviones no tripulados.
Emplazados en las inmediaciones de Hostomel, un núcleo urbano sito a 30 kilómetros de Kiev, los uniformados de la Brigada Bureviy disponen de su propias unidades antiaéreas destinadas a la defensa de la capital.
Según informó el ejército local, uno de sus integrantes de 20 años que responde al apodo de Pokemon derribó este lunes un cohete ruso con uno de los citados Igla, un arma portátil que –ironías de la historia– fue una creación de la Unión Soviética.
“Ya había derribado otro el 9 de mayo. Hasta que comenzó la invasión sólo teníamos Igla. Ahora hemos recibido Stingers. Nos entrenamos con simuladores”, relató a este diario Pavlo Feduk, comandante de 21 años de una de estas agrupaciones antiaéreas.
Feduk aclaró que su función es interceptar a los Shaheeds antes de que lleguen a Kiev. Eso fue lo que hicieron el sábado pasado, cuando asegura que destruyeron dos de esos aparatos. “Siempre tenemos un equipo vigilando”, añadió.
A la pelea contra los Shaheeds se han sumado equipos de voluntarios civiles que lo mismo realizan recaudaciones de fondos para comprar equipos capaces de inutilizar esos aparatos que prueban sistemas de potentes focos para localizar a los drones, en otro guiño a la historia que se vivió en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, cuando estos haces de luz fueron un apoyo básico para los servidores de ametralladoras.
Horas antes de que Kiev sufriera el cuarto ataque, un grupo de jóvenes comandado por Valentin Nyzkovoloz medía la intensidad de varios de estos artilugios en un páramo situado a las afueras de la población.
Su iniciativa, la llamada Fundación Hurkit, pretende adquirir decenas de estos reflectores para entregárselos a las unidades móviles antiaéreas. El plan comenzó a ejecutarse en enero y reunió a personajes tan variopintos como el referido Valentin, un ingeniero, con una doctora como Oksana Skapa, de 35 años, o la editora de un medio de comunicación, Anastasia Hulko.
Equipada con una vestimenta muy similar a la que usan los recolectores de miel –en este caso para protegerse de la legión de mosquitos que acudían a la luz–, Oksana observaba desde una camioneta el efecto del haz sobre una réplica a la misma escala de un Shaheed que mantenía agarrado otro voluntario sobre el techo del vehículo.
Valentin se había colocado a 1,7 kilómetros equipado con varios juegos de focos diferentes para activarlos y medir su intensidad. “Ya hemos entregado siete (focos) pero se necesitan muchos más”, comentó Nyzkovoloz antes de accionar los artilugios.
“Los focos son vitales porque si los Shaheeds vuelan muy bajo (que es lo que suelen hacer) no pueden ser detectados por los radares y hay que identificarlos visualmente”, precisó Anastasia.
El primer reflector sólo llegó hasta la réplica con una intensidad tan débil que casi fue imperceptible. “¡No brilla!”, gritó a través del teléfono el expiloto Aleksander, un veterano de 69 años y más de 22.000 horas de vuelo, que también colabora con Hurkit.
El segundo sí surgió con fuerza, iluminando toda la carcasa del aparato. “¡Sí se ve, sí se ve!”, clamó Aleksander con entusiasmo.
La aportación de los grupos de voluntarios a la maquinaria bélica ucraniana fue un elemento determinante desde el inicio de la agresión promovida por Rusia en 2014 y lo siguió siendo tras la invasión del 2022.
“La gente tiene miedo y está agotada, pero seguimos resistiendo”, comentó Oksana antes de concluir la prueba. Era la misma premisa que se escuchaba de madrugada en boca de algunos de los viandantes ocultos en el Metro de Lva Tolstov. Su principal defensa era la resignación. En la calle, a pocos metros, alguien había colocado un enorme cartel con el lema: “Sé valiente, como los ucranianos”.
Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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