DENTRO DE DOUGHTY STREET, LA CASA EN LA QUE
DICKENS SE CONSAGRÓ COMO ESCRITOR
Celia Maza – Flipboard, Cultura, 05/02/202
Siempre salía de casa con un monedero plateado, sus pases para el teatro y la ópera y una pequeña cajita de plata con sus iniciales para guardar nuez moscada molida que añadía al ponche, su bebida favorita.
En el recibidor tenía también su elegante bastón. No porque lo necesitara para caminar, sino por pura coquetería. Al fin y al cabo, era todo un dandy.
Le gustaba vestir bien y tener la casa impoluta con coloridos papeles en las paredes. Es más, le decía a su esposa que esperara a su regreso cuando estaba de viaje antes de tomar cualquier decisión respecto a muebles o tapicería.
Con motivo del centenario de su apertura, la casa-museo inaugura una exposición con miles de objetos, algunos de ellos expuestos por primera vez, para conocer la faceta más personal del autor
Y no faltaba su maletín de piel, símbolo de esa clase alta que tanto le costó conseguir tras una infancia de calamidades trabajando en fábricas por las deudas de su padre.
Todos estos objetos están en la entrada del número 48 de Doughty Street, la casa en la que Charles Dickens (1812-1870) se consagró como escritor. Entró en ella en 1837 como un autor en ciernes. Y salió en 1839 convertido en una estrella internacional.
Sólo fueron dos años. Tiempo suficiente, sin embargo, para escribir Los papeles póstumos del Club Pickwick, Oliver Twist y Nicholas Nickleby. Las tres novelas alumbradas en la vivienda adosada de Bloomsbury Square habían puesto ya todo el foco en quien acabaría siendo uno de los maestros de la literatura inglesa.
Despegó su carrera. Pero creció también su ego y su familia. Se mudó con un hijo, salió con tres. En total fueron diez (sobrevivieron 9) los que tuvo fruto de su matrimonio con Catherine Hogarth a lo largo de dos décadas.
El 48 de Doughty Street es más que un museo. Es una casa que te transporta a la época victoriana donde uno deambula de habitación en habitación con la sensación de que Dickens ha salido a almorzar a Rules, su restaurante favorito en Covent Garden, y puede regresar en cualquier momento.
Su cepillo de pelo en el vestidor. Su pluma y tintero en el despacho. Su gran lupa para leer (era tan coqueto que no quería utilizar gafas). Se descubre no sólo al autor, sino también al hombre que gozó y padeció todo aquel éxito.
Con motivo del centenario de su apertura, la casa-museo inaugura este miércoles una exposición con miles de objetos, algunos de ellos expuestos por primera vez, entre ellos, el boceto en tiza y pastel de un joven Dickens durante la época en la que vivió en Doughty Street que se cree que es un dibujo original del tercer retrato “perdido” realizado por Samuel Laurence, del que se desconoce su paradero.
También está un ejemplar de David Copperfield que sobrevivió a la expedición del capitán Robert Falcon Scott a la Antártida en 1910. La tripulación de este barco -el Terra Nova- leyó un capítulo cada noche durante sesenta lunas mientras se encontraban varados en una cueva de hielo, lo que ennegreció el libro con manchas de sus huellas dactilares, probablemente debido al fuego de grasa de foca que calentaba la cueva.
“Es un microcosmos de la historia, en realidad”, asegura la curator Emma Harper. “El hecho de que los exploradores decidieran llevarse una obra de Dickens con ellos, en 1910, 40 años después de la muerte del escritor, demuestra hasta qué punto llega su legado”, apunta.
Cientos de personas se agolparon frente al número 48 de Doughty Street cuando la casa se salvó de la demolición 55 años después de la muerte de su residente más famoso. Dickens Fellowship, una asociación internacional dedicada al autor se hizo con la propiedad cuando estaba a punto de ser derruida estableciendo un lugar de peregrinación para conocer la faceta más personal del genio de Southampton.
La casa no está como Dickens la dejó ni mucho menos. A lo largo de su vida, el novelista y periodista vivió en diferentes lugares. Pero sus pertenencias -entre ellas el escritorio donde elaboró Grandes esperanzas o Nuestro amigo común– se han adaptado en cada estancia de manera sublime. Hasta el papel de las paredes se ha querido inspirar en los gustos del escritor.
El único traje que se conserva del novelista, un conjunto de tres piezas formado por una levita, un pantalón y una camisa con pajarita que utilizó en una recepción real en el Palacio de Buckingham, da una idea de su tamaño y su físico, como si se trajera a Dickens a la vida de nuevo.
En las salas donde está propiamente la exposición están los poemas que escribió como pretendiente a su primer amor, Maria Beadnell. “Algunos están bien, otros son bastante malos”, señala Harper. “Es muy curioso. Se trata básicamente de un adolescente escribiendo a la chica que le gusta. No necesariamente lo reconocerías como parte de la genialidad de la escritura victoriana”, matiza.
También hay manuscritos de su primera gira en 1842 por los Estados Unidos donde habló de su oposición a la esclavitud. Sus conferencias, que comenzaron en Virginia y terminaron en Missouri, tuvieron tanta asistencia que los revendedores de entradas se reunieron fuera de sus eventos.
“Se apiñan a mi alrededor como si fuera un ídolo”, se jactó el autor, conocido fanfarrón. El gran baile que se organizó en su honor en Nueva York se presentó como “Boz ball”, un guiño al seudónimo con el que firmó su primera obra Sketches.
El 19 de diciembre de 1843 publicó Un cuento de Navidad, una de sus obras más conocidas, que, al igual que otros títulos, fue concebido como una crítica social, para llamar la atención sobre las dificultades que enfrentaban las clases más pobres de Inglaterra.
Los lectores de Inglaterra y Estados Unidos se sintieron conmovidos por la profundidad emocional empática del libro; se dice que un empresario estadounidense les dio a sus empleados un día adicional de vacaciones después de leerlo.
“A pesar de su increíble éxito, los desacuerdos con el editor significaron que recibió relativamente pocas ganancias que se redujeron aún más cuando se vio obligado a emprender acciones legales contra los editores por realizar copias ilegales. Los derechos de autor en Estados Unidos funcionaban de otra manera. Y Dickens fue pionero a la hora de reivindicar esta cuestión”, matiza la experta.
Por otra parte, un vínculo directo con un momento infame en la vida de Dickens es un borrador de carta que escribió a la sirvienta de la familia, Ann Brown. Contiene los primeros párrafos de la Carta violada de 1858 donde expuso públicamente en su periódico, Household Words, el colapso de su matrimonio con Catherine. La retrata como una mujer fría y una madre desinteresada. Pero nada más lejos de la realidad.
Cartas descubiertas de un archivo y adquiridas por el museo evidencian que era una mujer entrañable y madre devota, aunque pasó por períodos de depresión, especialmente tras la muerte de su hija Dora.
El motivo del divorcio fue más bien el romance de Dickens con la jovencísima actriz Ellen Ternan (Nelly), a la que sacaba casi tres décadas, una relación que siempre quiso mantener oculta.
El novelista murió en 1870 a los 58 años. Su obra El misterio de Edwin Drood había comenzado su publicación por entregas. Nunca se terminó. Su deseo era ser enterrado en la catedral de Rochester, “de forma barata, sin ostentaciones y de forma estrictamente privada”.
Pero acabó enterrado con todos los honores en la llamada “esquina de los poetas” de la abadía de Westminster. “Fue un simpatizante del pobre, del miserable y del oprimido, y con su muerte el mundo ha perdido a uno de los mejores escritores ingleses”, rezaba el epitafio.
Un aporte del director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel