Frente a un problema cualquiera, no existe naturalmente una solución que deje satisfechos a todos los afectados, pero ello no debiera conducir a un inmovilismo que inhiba absolutamente a las autoridades respectivas.
La participación de nuestro país en el campeonato mundial de fútbol de Sudáfrica nos ha hecho unirnos.
Lo que no se logró plenamente con el reciente sismo del 27 de febrero, donde contrastó la solidaridad de muchos con las mutuas recriminaciones de autoridades salientes y quienes llegaban a reemplazarlas, parece haberse alcanzado en esta oportunidad, al margen de un inicio auspicioso.
Tanto quienes vibran con el “deporte de las multitudes”, como quienes no lo aprecian mayormente o incluso lo detestan debido a sus manifestaciones más negativas, han estado unidos detrás de la selección, apoyándola en el estadio o a la distancia, deseando que el triunfo la acompañe.
Bonito ejemplo.
¿No sería posible que algo similar ocurriera en aquellos grandes temas nacionales donde la unión es condición indispensable?
¿Porqué los esfuerzos por avanzar en distintos ámbitos se encuentran de inmediato con cerrada oposición, priorizándose habitualmente intereses de grupos que desean a toda costa mantener sus prebendas?
No estamos hablando del legítimo derecho a disentir sino al hecho de usar permanentemente el conflicto como herramienta de presión, incluso antes de intentar el diálogo.
Frente a un problema cualquiera, no existe naturalmente una solución que deje satisfechos a todos los afectados, pero ello no debiera conducir a un inmovilismo que inhiba absolutamente a las autoridades respectivas.
Nadie puede pretender que sus puntos de vista se impongan a rajatabla o sentirse dueño de la verdad. Ese es el camino a la intolerancia y a divisiones que aun persisten.
Es de esperar, entonces, que el ánimo de concordia que se palpa en lo deportivo, pueda extenderse a otros ámbitos donde también lo que interesa es participar sin ambicionar el triunfo a toda costa.
2010-06-19
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