EL DUEÑO DE LA CANCILLERÍA
Humberto Julio Reyes
¿Tiene “dueño” la Cancillería?
Una muy antigua costumbre nacional señalaría que la respuesta es positiva, toda vez que el gobierno de turno dispone a su amaño de los nombramientos para los distintos cargos, costumbre que, por lo demás, sería extensiva a toda la administración del Estado con escasas limitaciones.
Sin embargo, días atrás, una alta autoridad, con evidente molestia, hacía ver que determinadas personalidades, que no están en el gobierno, se pretenderían sus dueños al sugerir que debía apoyarse determinada candidatura a un importante organismo internacional y criticar cuando no fueron escuchados.
Yo opino que somos nosotros, los ciudadanos, los dueños de la administración del Estado en general y de la Cancillería en particular, ya que se supone que están para servirnos y que el gobierno de turno, justamente por su transitoriedad, debe escucharnos, especialmente cuando se expresan opiniones informadas por parte de personas que merecen respeto por su trayectoria.
Pero es el “deber ser” y no el “ser” o los porfiados hechos.
Contribuye a esta discrecionalidad la ausencia de un servicio civil donde se haga carrera y el mérito sea efectivamente respetado.
Nada se salva de la discrecionalidad, empezando justamente por la Cancillería, pese a que cuenta con una academia de prestigio en forma permanente, desde el gobierno del General Carlos Ibáñez del Campo y su ministro don Tobías Barros Ortiz.
No bastando los numerosos cargos “de confianza”, se desconoce a quienes han ingresado por concurso público a la alta dirección y se les cesa antes de cumplir el tiempo del contrato. Se prescinde de un par de asesores con experiencia y se contrata a una decena para reemplazarlos que sí serían “de confianza”, eufemismo para llamar a los del propio partido político.
Pero existiendo una carrera diplomática y una academia donde se forma y perfecciona a los funcionarios del servicio exterior, resulta curiosa la persistencia en incorporar para diferentes cargos, especialmente los más atractivos o de mayor responsabilidad, a personas ajenas a este servicio, asumiendo que sería un campo propicio para la inexperiencia y la improvisación.
Parece que siempre hay una justificación para prescindir de un diplomático cuando se debe nombrar un embajador que nos represente y que “hable por Chile”.
Ni qué decir del ministro de Relaciones Exteriores.
¿Quién recuerda al último diplomático que sirvió este cargo?
Fue el Embajador René Rojas Galdames, funcionario de prestigio y dilatada trayectoria en la Cancillería, nombrado durante el Gobierno Militar después de habernos representado como jefe de misión en importantes embajadas. No llegó de los organismos internacionales ni del ámbito académico ni de algún partido político.
Lo habitual es que justamente no sea alguien de la propia Cancillería pero que, una vez servido el cargo, pase a ser considerado “de carrera” para efectos de continuar representándonos en puestos diplomáticos si ello le resulta atractivo.
Los cargos de agregado, sea de prensa, culturales, laborales u otros, también han servido en ocasiones para “acomodar” algún adepto pero últimamente ya parecen no ser suficiente premio.
Así que, efectivamente, la Cancillería tiene dueño. Es el gobierno de turno.
El principal problema está en que estas personas pareciera que no han escuchado hablar del interés nacional durante su formación y experiencia previa, razón por la cual sus decisiones aparecen a menudo dictadas por mero capricho o pura ideología.
11 de ago. de 22
Las opiniones en esta sección, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional