De todos lados se escuchan voces clamando por “justicia” y que “se deje que las instituciones funcionen”… ¡Cínicos! ¡Descarados! ¡Sinvergüenzas! Eso es lo que la sociedad chilena debiera responder ante los lastimeros pedidos de justicia-justa provenientes de una casta de malos políticos que –acostumbrados a sacar provecho de su posición− no ha dudado en estimular y permitir los abusos jurídicos que se cometen a diario en contra de los militares chilenos. La rabia que produce el desenmascaramiento de la inmundicia política criolla no proviene de la descripción de sus actos ilegales, puesto que ellos eran de todos conocidos, si no en su detalle, al menos de su determinante efecto sobre cada proceso eleccionario vivido en el país.
La rabia aumenta al comparar la evolución esperada para este escándalo con la desgraciada e injusta campaña que los militares chilenos han debido soportar por años de parte de estos mismos descastados. Es hora de que la sociedad chilena comience a reaccionar del letargo culposo en que la ha sumergido la propaganda marxisto-gramsciana, reconociendo que ha sido engañada y que hay un segmento de ella que paga por culpas ajenas, difamado y expuesto a un trato inconstitucional.
Hoy, la cárcel de punta Peuco está repleta y se siguen emitiendo fallos que llevan a morir entre rejas a viejos nobles oficiales y leales suboficiales por hechos ocurridos hace más de cuarenta años, en los que participaron única y exclusivamente en cumplimiento de su Deber Militar y que –como si ello fuera poco− se encuentran debidamente prescritos y amnistiados. Mientras se discute si los sinvergüenzas del mundillo económico-político serán o no perseguidos judicialmente, nuevas encarcelaciones afectan a la Familia Militar, tocando incluso a familiares directos de algunos altos mandos actuales.
La sociedad, aturdida por los ruidos que genera la falta de honestidad y credibilidad de quienes dicen representarla, no demuestra el menor interés ni preocupación por el magnicidio que ocurre antes sus ojos, igual como lo hacía hasta que se destapó esta olla de corrupción.
Ese destape que hoy la horroriza es el que inevitablemente vendrá cuando no sea posible seguir enmascarando con falsos lienzos de justicia la aplicación inconstitucional de las leyes en contra del mundo militar, afectando cobardemente a aquellos que –aún estando en situación de retiro− son de los mismos que hoy ayudan al desamparado en el desastre del Norte, se sacrifican apagando incendios en el Sur o impusieron el orden vergonzosamente perdido después del terremoto del 27 F.
Cuando llegue esa hora, la sociedad chilena volverá a sentirse avergonzada por haber permitido que este tipo de abusos fuera cometido ante sus narices. Surgirán entonces nuevos paladines de la justicia-justa, promoviendo la persecución de otros culpables, seleccionados esta vez entre aquellos que hoy prevarican, estimulan o permiten la pérdida de la juricidad en Chile, bajo la disculpa de acoger usos y costumbres internacionales, no vigentes en nuestro territorio soberano como tampoco en muchos otros países occidentales y menos en las reconocidas tiranías de izquierda. Será entonces cuando se deberá asumir el daño inmenso cometido en contra de viejos defensores de la Patria y de sus familias, quienes no clamarán por bonos, becas ni salud gratuita, como lo han hecho con abuso y descaro los miles de beneficiados por las campañas de “reparación a las violaciones de los DD.HH.” Solo apelarán al reconocimiento tardío de la injusticia cometida en contra de sus familiares, exigiendo nada más que el respeto a su irrenunciable dignidad.
No imaginan estos descastados que hoy son denunciados por su actuar lo que han causado mientras robaban y engañaban. En tiempos medievales, donde el honor se defendía con la vida, serían ellos objeto de formas de reparación muy distintas a las actuales, desgraciando a sus propias familias con el resultado de su odiosidad y cobardía. No cabe duda que en esto está involucrado más que una sola vertiente políticoideológica. La izquierda, apoyada solamente por los pseudo-cristianos no podría haber llevado a cabo la masacre de los militares por sí misma, requiriéndose para ello de la complicidad de una derecha político-económica, revolcada en la misma inmundicia que la izquierda y temerosa de perder la posición que construyeron al alero del Gobierno Militar y que los hizo olvidar que sin el orden y la paz conquistada con la sangre de miles de soldados, marinos, aviadores y carabineros y la irreductible voluntad de su líder, ninguna idea –por brillante que hubiera sido− habría podido fructificar como lo hizo.
Hoy, muchos de aquellos que cambiaron su deber cívico hacia el bien común por el servicio a sus mezquinos intereses, tienen aún el descaro de unirse a los izquierdistas que provocaron la crisis del 73 para preguntarse cómo fue posible llegar a tanto odio. No comprenden o no quieren enterarse que son precisamente ellos, los malos políticos, quienes envenenan a la gente con su irresponsabilidad y arrogancia, generando deseos de revancha y de “pasar la cuenta” a los ladrones y pillos, como les está ocurriendo en estos momentos. Cuando menos lo esperábamos, la estructura de la pillería comienza a desmoronarse, anunciando la inevitabilidad del derrumbe del siguiente entramado, aquel que usaron en derroche cada vez para tapar sus actos de corrupción y que –por abuso− ya no les sirve.
Aquel que tanto lucro les generó en la forma de indemnizaciones, bonos, franquicias, etc. Aquel en que sacrificaron el honor y la imagen pública de fieles y leales servidores públicos, justamente aquellos que en su momento no requirieron de la plata ni de favores para hacer las cosas bien, si no del simple sentido del deber. Desde la injusta soledad de sus celdas, los presos políticos militares pueden tener fé en que el día de la Justicia-Justa para ellos tendrá que venir. Ojalá que cuando ello ocurra, no sea demasiado tarde para muchos de estos nobles soldados, marinos, aviadores y carabineros.
16 de Abril de 2015
Patricio Quilhot Palma