La preservación del patrimonio cultural constituye una acción crucial para los pueblos, por ser una forma de mantener su legado y reconocer su pasado histórico como aporte a su propia identidad.
De allí los significativos esfuerzos desplegados por los estados y los organismos internacionales para procurar la mantención de obras arquitectónicas y expresiones artísticas permitiendo a las nuevas generaciones, conocer, apreciar y valorar el mundo pretérito.
Ello explica el cuidado patrimonial que asumen quienes tienen responsabilidades políticas y el reproche global que surge ante la destrucción deliberada, por parte de grupos extremistas radicalizados, de obras irrecuperables, como los casos emblemáticos de Palmira, en Siria; las estatuas de Buda, en Afganistán o los templos de Tombuctú, en Mali, privando no solo a la humanidad, sino a cada una de esas naciones, del testimonio de su pasado.
Esta valoración patrimonial parece seriamente afectada en nuestro país al evidenciarse la repetitiva práctica de dañar y destruir obras de alto sentido simbólico. Alrededor de 230 monumentos, iglesias, esculturas, y edificios han sido incendiados, destruidos o vandalizados; entre ellos, el monumento al general Baquedano, en Santiago, convertido en un símbolo.
Ubicada al centro de la plaza que lleva su nombre -el que se ha propuesto cambiar-, la figura conformada por el jinete y el caballo ha resistido, incluso, intentos de ser derribada, en una acción que denota no solo el desconocimiento de su relevancia histórica, sino también el rechazo a cualquier simbolismo histórico.
Las esculturas que la acompañan, como aquella que representa al soldado desconocido, han debido ser retiradas y lo mismo se hará con los bajorrelieves conmemorativos de las batallas de Chorrillos y Miraflores.
La estatua, aparentemente bien anclada, quedará en su lugar, según reciente acuerdo del Consejo de Monumentos Nacionales, manteniendo la importancia de quién fuera determinante en la historia de Chile.
La lentitud en abordar el grave deterioro patrimonial ha costado al organismo, sin embargo, críticas y la demanda de prontas acciones de resguardo y reparación.
No parece aceptable tolerar el estado en que se encuentra la escultura, cubierta de pintura, banderas y otros elementos, así como su entorno.
Convertido en el punto de confluencia de las manifestaciones y las protestas, sus alrededores han sido afectados por acciones de vandalismo y destrucción, alterando gravemente la cotidianidad de quienes viven o transitan por el lugar.
La percepción de abandono debido a los grafitis, letreros y escasez de luminarias y semáforos se agrava con el armado de carpas, el comercio ambulante y diversas instalaciones de muy disímil sentido estético.
Recuperar los espacios urbanos para la ciudadanía es una tarea prioritaria, y ello implica rescatar el valor de las obras que enriquecen y dan significado al acervo cultural de cada ciudad.
La alta demanda por mayor calidad de vida conlleva un ambiente urbano no solo seguro, sino también con capacidad para acoger las necesidades de esparcimiento, circulación, vida cultural y convivencia de sus habitantes. Ello es, en definitiva, una expresión concreta de dignidad.
Las opiniones en esta sección son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión.