LA ESPADA JAMÁS RENDIDA
Un día frío y soleado de ese invierno, una caravana de autos y furgones salió de la Escuela Naval con rumbo a Santiago, la delegación la conformaban oficiales, brigadieres, cadetes y por supuesto quien escribe. Acompañaba además a esta delegación un pequeño grupo de seguridad designado por la Comandancia en Jefe en consideración al valor inestimable de nuestra carga de regreso. Alrededor de las 11 de la mañana tocábamos la puerta de la casa de doña Elena Walker de Prat en un plácido barrio de Las Condes.
Arturo Prat Chacón y Carmela Carvajal, como se sabe, tuvieron tres hijos; Carmela de la Concepción nacida en 1874, quien falleció a los nueve meses, Blanca Estela nacida en 1876 y Arturo, quien llegó a la familia en 1878. A la muerte de Carmela Carvajal en 1931, la espada de Arturo Prat, que se encontraba en su poder, pasó a manos de su hijo Arturo Prat Carvajal quien contrajo matrimonio con doña Blanca Echaurren, de esa unión nacieron sus hijos Arturo, Guillermo, Jorge, Carlos y Roberto. A la muerte de Arturo Prat Carvajal la espada fue heredada por su hijo primogénito, Arturo Prat Echaurren, quién contrajo matrimonio con doña Elena Walker Vial. De este matrimonio nació su única hija, María Elena Esmeralda. Arturo falleció en 1988 quedando la espada en custodia de su viuda Elena.
Una vez en el interior de la casa, Doña Elena me pidió que la acompañara con algunos oficiales a otra sala un poco más pequeña, la que resultó ser la oficina de su difunto esposo. Más pinturas y recuerdos de esos días de Iquique. Un antiguo óleo en donde está la figura de Prat saltando al abordaje. Carmela y sus hijos en una foto color sepia ya gastada por el tiempo, cartas enmarcadas y muchos otros recuerdos que hacía de esa sala un altar de historia íntima de una familia orgullosa de su ascendencia. Sentí en mi piel y en mi corazón que Arturo Prat, el gran capitán, estaba ahí.
En un costado de uno de los muros de color ocre había una concavidad que se encontraba cubierta con un vidrio, en su interior se encontraba una caja de madera labrada con su cubierta de cristal biselado. Dentro de esa caja se encontraba una espada. La observamos en silencio, la señora Elena levantó la cubierta de vidrio para sacar la caja de madera, sin que me lo pidiera le ayudé a hacerlo.
.- ¨Esta caja de madera la mandó a hacer Carmela para guardar la espada de su Arturo. Jamás se desprendía de ella. Cuando se le incendió su casa en Valparaíso lo único que ella atinó a salvar fue esta caja con la espada¨.
Al terminar esa breve historia me quedó mirando y me entregó su tesoro. Con la ayuda de un oficial abrí la tapa y tomé la espada. Tomé la empuñadura con delicadeza. Emocionado pensé en el gran Comandante aferrado a ella en el momento de su muerte. Miré a doña Elena, le dije gracias y volví a colocar la espada en la caja de madera.
Ese 21 de julio de 1990, el Patio del Buque estaba colmado de público. Todos los estandartes de la Armada encabezaban la impecable formación de la Escuela Naval frente a la tribuna.
Yo me encontraba junto a mi señora sentada al lado del Ministro de Defensa, un poco más allá, Esmeralda, la bisnieta de Arturo Prat, Doña Blanca, y el hijo de Esmeralda, Nicolás de poco mas de 10 años. Hacia la otra ala de la primera fila de la tribuna, el Presidente de la República, el Comandante en Jefe de la Armada, el Presidente del Senado y otras autoridades.
Los discursos fueron pronunciados como estaba previsto. En primer lugar, la viuda de Prat Echaurren quien, con su suave y débil voz conmovió a los asistentes al expresar con la dulzura que da la edad, los sentimientos que invadían su admiración por el héroe:
¨Con profunda emoción mi hija Esmeralda, mi nieto Nicolás y yo, cumplimos con el deseo de mi esposo Arturo Prat Echaurren, de entregar la espada de Arturo Prat a la Escuela Naval
Nicolás, el hijo adolescente de Esmeralda, salió de la tribuna, tomó el almohadón azul y dorado con la espada y se lo depositó en los brazos a un joven oficial quien a su vez se lo entregó a un joven cadete de primer año. A los sones de una hermosa marcha naval, el cadete con la espada cruzó el patio de honor y se detuvo frente a la última compañía de la Escuela.
Ese cadete erguido y orgulloso con la espada sobre sus brazos, unía en el tiempo el alma de la Escuela Naval con el alma de Prat esa gloriosa mañana de mayo. Ese joven era la mayor semejanza que podía existir con el cadete Prat cuando, al igual que él, recién siendo un niño, había ingresado al viejo plantel para servir a su patria. Ese joven cadete era Arturo Prat.
El silencio de pronto se rompe con el Himno de la Escuela Naval. Todos cantan y entonando los versos sagrados, el cadete y la espada comienzan, con paso firme, a recorrer la senda de compromiso frente a la formación de cadetes.
Los cadetes navales chilenos por la Patria juramos morir
Las miradas siguen el brillo que irradia el filo de la espada, brillo que a cada cadete le señala el camino de honor y de gloria, el camino de vencer o morir.
La escena de ese cadete desfilando con la espada frente a la formación de cadetes ha sido lo más emotivo y significativo que he presenciado. Fue una mañana plena de simbolismo y tradición.
Pienso que al final, fue una síntesis de lo que es nuestra vocación naval.
Tomás Schlack C
Ex Director de la Escuela Naval Arturo Prat