Como pocos saben, ya que la verdad se encuentra enterrada bajo montañas de mentiras, en Chile la izquierda marxista cultivó sistemática y deliberadamente el odio y la violencia como instrumento de acción política. Desde años antes de la Unidad Popular ya se había tomado la decisión de imponer el marxismo “por las buenas o por las malas”, como ahora repite el operador de la retroexcavadora.
El diagnóstico de Eduardo Frei –el padre- en agosto de 1973, es elocuente: “Nada puedo hacer yo, ni el Congreso ni ningún civil. Desgraciadamente, este problema sólo se arregla con fusiles”; y también las que pronunció con posterioridad al pronunciamiento militar: “los militares han salvado a Chile” y “los militares nos salvaron la vida y de una degollina”. Raúl Silva Enríquez, el obispo democrático, tampoco se abstuvo: le contestó a William Thayer Arteaga cuando este le preguntó: Dígame, Eminencia, ¿no cree usted que si no es por los militares, a muchos de nosotros nos habrían asesinado? “No solo a ustedes, sino que a mi también. A todos nosotros”.
Lamentablemente para salvar a la nación fue necesario usar los fusiles de los que hablaba Eduardo Frei y cuando las rodillas les dejaron de temblar y se sacaron los pañales mojados, marxistas y fronda, hermanados en el odio a los militares, hicieron que lo que para Chile fue una bendición, para los militares fuera una tragedia.
Las amenazas de los terroristas que asustaron a Frei, Aylwin, Silva Henríquez y demases, fueron creadas con la técnica propagandística nazi –marxista ya empleada en Alemania y Rusia: proferir amenazas horribles e imprecisas, crear una sensación de inevitabilidad, simular ser mayoría, actuar con violencia en las personas e instituciones, usar la prepotencia sin límites … y lo consiguieron. Hasta las FFAA llegaron a creer que los Partidos Comunista, Socialista, Mapu Izquierda Cristiana y otros grupos, contaban con capacidad de combate real, que eran organizaciones entrenadas y mandadas por líderes capaces.
Así, el 11 de septiembre y meses siguientes, las FFAA salieron al combate. Como lo hacen los combatientes, con decisión y fuerza y con sus mando al frente. Los primeros días fueron un caos, el enemigo había capturado los medios de comunicación, las empresas, los ministerios, las universidades, controlaban todo. Como no usaban uniformes ni distintivos, cualquier persona podía ser uno de sus combatientes.
Algunos –pocos- pelearon. En general fueron estudiantes y trabajadores que también se habían comprado el cuento.
Los líderes –cobardes en grado máximo- escaparon a refugiarse en embajadas y recintos con inmunidad. De ahí al extranjero a “seguir la lucha”. Algunas a Alemania Oriental, a vivir la época mas feliz de sus vidas.
A fines de septiembre de 1973, un teniente de la Armada –Infante de Marina- fue trasbordado al Ministerio de Defensa. Su misión, transportar personas sospechosas desde los lugares en que trabajaban o se encontraban hasta el Ministerio de Defensa, para ser interrogadas.
Esto es lo que, según la causa sustentada por un funcionario judicial que no me atrevo a denominar juez, consignó después de años de investigación, presiones, arrestos sorpresivos e infundados y trato displicente y prepotente:
“el día 5 de octubre de 1973, una patrulla militar al mando del teniente de la Armada Jorge Osses Novoa, concurrió al Centro Latinoamericano de Demografía (CELADE), organismo dependiente de las Naciones Unidas, lugar donde trabajaba Fernando Olivares Mori, … para conducirlo en calidad de detenido a las dependencias del Ministerio de Defensa Nacional, manifestando que era requerido en ese lugar para prestar declaraciones y que luego quedaría en libertad, para lo cual la encargada del CELADE envió a un funcionario para velar por la seguridad de Olivares Mori”. … “una vez que llegaron a las dependencias del Ministerio de Defensa, Olivares Mori fue llevado a una oficina, perdiéndose su rastro y, en los días siguientes, ante las repetidas consultas hechas respecto de su paradero por quien lo acompañó a aquellas dependencias, además de la propia CELADE, se informó, en un principio, que estaba detenido en el Estadio Nacional, sin embargo, las autoridades militares de la época negaron que se encontrara en tal calidad en alguna de las dependencias del Ministerio de Defensa o en los otros lugares que en la época se habilitaron para ello, sin que hasta el momento haya podido establecerse lo acontecido con posterioridad a su detención” … “en el Ministerio de Defensa se encontraban, en parte de sus dependencias, las oficinas de Inteligencia de la Armada de Chile, lugar en que se llevaba e interrogaba a los detenidos, disponiéndose del destino de los mismos, desde el 11 de septiembre de 1973 hasta una fecha muy posterior al mes de octubre del mismo año (…) no resulta verosímil que un oficial de la Armada de Chile, partícipe en un golpe de Estado, pretenda minimizar su responsabilidad alegando ignorancia de lo que ocurría en la época en que él, precisamente, se desempeñaba en el Ministerio de Defensa Nacional, epicentro de la toma de decisiones y organización de operaciones” … “el condenado, aunque muy joven, era oficial de la Armada, es decir, no se trataba de un marinero haciendo su servicio militar. Se trataba de un engranaje de la institución naval” … “señalar que su participación se limitó a trasladar al detenido, hoy desaparecido, desde el lugar en que ese trabajaba hasta el Ministerio de Defensa, y desde ahí no haber sabido nada más de él” … “es una excusa inaceptable para un oficial, más aun cuando denota un desprecio absoluto por el destino de un ser humano“.
Lo condenó a cinco años y un día de prisión efectivos y se encuentra en el Campo de Prisioneros de Punta Peuco como “autor del delito de secuestro de una persona que fue retenida contra su voluntad desde el 5 de Octubre de 1973 hasta el día de hoy”
Un breve análisis de esta sentencia insulta al sentido común y muestra en toda su magnitud una verdad incontrovertible: el Funcionario debía condenar y encarcelar al Acusado – fuera o no culpable- de hecho, estaba condenado desde que fue inculpado, desde antes que el “juicio” comenzara: igual que las víctimas de Roland Freisler en Alemania.
El Funcionario Judicial reconoce que Osses entregó al detenido a otra persona (actualmente muerta); que el funcionario de CELADE no pudo ubicarlo en esa oficina y que “las autoridades militares de la época” negaron que se encontrara en ese lugar.
El alegato del acusador de que un teniente que “participaba en un golpe de estado pretenda minimizar su responsabilidad alegando ignorancia de lo que ocurría en la época en que él, precisamente se desempeñaba en el Ministerio de Defensa Nacional, epicentro de la toma de decisiones y organización de operaciones” confirma que tiene una curiosa idea de cómo funcionan las organizaciones estatales, en las que, al igual que en su Juzgado, la toma de decisiones y la organización de las operaciones no se hacen en “asambleas ampliadas”. Son procesos verticales y compartimentados, ¿o es que el consulta su parecer a los gendarmes y policías que traen a los acusados?, ¿o les informa de sus decisiones durante el proceso?. O visita a las personas que manda a la cárcel, para hacer su seguimiento y verificar como están?.
Alegar que “el condenado, aunque muy joven, era Oficial de la Armada, es decir no se trataba de un marinero haciendo su servicio militar, se trataba de un engranaje de la institución naval”, es pura retórica para agregar peso a una acusación liviana y sin substancia, y el párrafo exquisito en su simpleza y mala leche es en el que lo acusa de que “señalar que su participación se limitó a trasladar al detenido, hoy desaparecido … es una excusa inaceptable para un oficial, mas un desprecio absoluto por el destino de un ser humano”. El Funcionario parece saber –y tener en alta estima- lo que es aceptable o no para un oficial naval y que para demostrar su preocupación por los seres humanos, -en el caos que había-, debió hacer el seguimiento de todas y cada una de las personas que trasladó de un lugar a otro.
En síntesis, como los que recibieron y se hicieron cargo de Fernando Olivares Mori están muertos y enterrados desde hace años y no hay como interrogarlos, el teniente Osses “tenía” que ser culpable, “había” que condenarlo y así se hizo, igual que Freisler.
Cundo transcurra el tiempo y regrese la imparcialidad y algo de decencia, todas estas condenas se revisarán y los funcionarios que las dictaron recibirán condenas por sus abusos “y desprecio absoluto por el destino de un ser humano”, igual que Freisler.