CHILE, ¿UN CAMPO DE PRUEBAS?
El Mercurio, Editorial, 28/10/2022
En economía existen tendencias y hasta modas. Algunas logran mostrar fundamentos conceptuales sólidos y resultan validadas por la evidencia. Estas son las que terminan transformando el conocimiento económico.
Se trata de innovaciones de la ciencia social que permiten generar crecimiento y aumentar el bienestar de la población. Sin embargo, hay muchas otras menos exitosas que representan altos riesgos para aquellas sociedades que ingenuamente las abrazan.
Un caso reciente de moda económica desacreditada es el movimiento conocido como la Teoría Monetaria Moderna. Sus promotores, aprovechando la década de baja inflación y bajas tasas de interés, impulsaron la idea de que los gobiernos debían imprimir dinero casi sin restricciones, impulsando así la expansión de las economías.
Los costos de inflación, se argumentó, podrían ser controlados por la vía de mayores impuestos a los privados. Estas ideas se hicieron populares en libros que alcanzaron circulación masiva pero cuyos contenidos no habían pasado por el exigente filtro académico. Alertas técnicas y la acumulación de evidencia terminaron por echar abajo su influencia.
No se puede descartar que algunas de las ideas que motivan la agenda económica de la nueva izquierda latinoamericana tengan similar destino.
Abrazar una moda económica con escaso sustento en la evidencia es un riesgo letal para nuestras posibilidades de desarrollo. |
Una de ellas es la del Estado emprendedor. En esencia, ella revive la añeja aspiración (y errada estrategia) de la izquierda de las décadas de 1960 y 70, en cuanto a apostar por un mucho mayor protagonismo del aparato público en distintos ámbitos de la economía.
Sus promotores —uno de ellos, Mariana Mazzucato, por estos días de visita en el país— han construido un hábil relato en torno a las supuestas virtudes de este enfoque, pero sin ofrecer evidencia robusta que lo sustente. Esto explica la falta de publicaciones académicas de primer nivel de algunos de sus inspiradores, más conocidos por sus textos de difusión masiva que por haber desarrollado investigación de punta.
Así, la facilidad con que sus ideas son abrazadas sin reparos por una parte de nuestro mundo académico habla más de las debilidades de este que de la fortaleza de aquellos planteamientos.
Por cierto, una clave de la popularidad de estas modas pasa por su atractivo para dirigencias políticas que buscan suplir su falta de nuevas ideas. Así, por ejemplo, la posibilidad de un “Estado emprendedor” puede resultar un mensaje atractivo que confirma sus sesgos contrarios a la iniciativa privada y ofrece una fórmula aparentemente fácil para salir de la mediocridad económica, a partir de la acción de burócratas o agencias gubernamentales a los que repentinamente se atribuye la condición de innovadores y visionarios. La añoranza ideológica o la simple ignorancia de la historia pueden contribuir a bloquear la capacidad crítica frente a la falta de evidencia.
Existe otra arista de esta moda que representa también una gran amenaza. Como ha sido discutido en la literatura, la popularidad de la idea de un Estado emprendedor se explica por su compatibilidad con las motivaciones de grupos de interés ya establecidos, los que pueden aprovechar una débil institucionalidad para impulsar por esa vía sus agendas.
Son precisamente estos grupos —tanto públicos como privados y económicos como políticos— los que suelen captar los flujos de recursos fiscales destinados a promover el desarrollo de actividades identificadas desde el Estado como “prioritarias”.
Esto explica que gran parte de estos esfuerzos terminen con mínimos impactos sociales y altos costos económicos para los países. Ello es el resultado de la falta de incentivos adecuados, de la selección arbitraria de supuestos “ganadores” por parte del Estado y de recursos públicos que pueden ser gastados sin los riesgos personales que enfrenta un privado al invertir su capital.
Por supuesto, existen contados casos de resultados más positivos, selectivamente explotados por los promotores de la idea e ingenuamente adaptados por sus seguidores, pero son la excepción y no la regla.
La innovación que promueve el crecimiento y desarrollo en un país depende de una institucionalidad clara y estable que incluya el aseguramiento de los derechos de propiedad, acceso libre y abierto a mercados, un sistema monetario estable y reglas que favorezcan la competencia y emprendimiento.
Tomar seriamente cualquier moda que no nazca de estas condiciones e impulsada por personas sin responsabilidades materiales en sus relatos representa un experimento —o experiencia— letal, no para el neoliberalismo, sino para cualquier sociedad que busca progresar.
Un aporte del Director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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