CHINA GLOBAL |
El Mercurio, Editorial, 16/03/2023
C
hina se adjudicó un sorpresivo éxito en su política exterior y en su afán por mostrarse como un actor global que puede contribuir a la paz, al mediar entre Irán y Arabia Saudita para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas bilaterales.
Riyad y Teherán tienen una enconada disputa por ejercer el liderazgo regional en el Medio Oriente, que se ha reflejado en los conflictos de Irak, Siria, Líbano y Yemen, donde se enfrentan las facciones religiosas sunitas y chiitas.
Para Beijing, conseguir apaciguar la confrontación entre sauditas e iraníes conviene a sus intereses económicos y estratégicos. Los sauditas son uno de los principales proveedores de petróleo de China, mientras Irán le vende, a precio reducido, el 30 por ciento de su producción, y de otros bienes exportables.
Además, tiene un convenio por el cual China, que no cumple las sanciones internacionales que pesan sobre Teherán, invertirá 400 mil millones de dólares en 25 años, en el sector energético, petroquímico, de infraestructura terrestre y portuaria, de tecnología nuclear y cooperación militar.
Para Irán y Arabia Saudita, reducir las tensiones era imprescindible. Hace meses que Riyad enviaba señales para mejorar las relaciones, rotas en 2016 después de que manifestantes asaltaran la embajada saudita en Teherán, luego de que Riyad ejecutara a un clérigo chiita.
En 2019, un ataque masivo a instalaciones petroleras sauditas elevó el nivel de tensiones, a pesar de que Irán niega responsabilidad en el incidente.
Las negociaciones cobraron impulso cuando el Presidente iraní visitó Beijing, en febrero. Si bien probablemente este acuerdo no consiga despejar todos los conflictos, ayudará a manejar mejor las relaciones y evitar confrontaciones directas.
Es en el plano estratégico donde China sacó mayor provecho del acuerdo saudita-iraní, pues es conocida su ambición por adquirir influencia en el ámbito internacional y, en particular, proyectarse como una potencia capaz de igualar a Estados unidos en todos los ámbitos.
Beijing aprovechó el aparente deseo de EE. UU. de replegarse del Medio Oriente.
Beijing aprovechó el aparente deseo de Washington de replegarse del Medio Oriente, para llenar un supuesto vacío que habría dejado. La cautelosa reacción de la Casa Blanca —que apoya “cualquier esfuerzo por desescalar tensiones, pero hay que ver si Irán cumple sus obligaciones”— confirma que no está satisfecha con haber quedado fuera de la solución.
Recién asumido, y fortalecido, en su tercer mandato, el Presidente chino, Xi Jinping, jugará a fondo sus cartas en el nuevo escenario para avanzar en su objetivo de cambiar la gobernanza global, la que no considera esté adecuada a los tiempos, dado que se implantó en una época en que China no era la potencia económica y militar que es hoy.
Probablemente aumentarán las desafiantes declaraciones suyas y de personeros recién nombrados, como el canciller Qin Gang, quien hace unos días señaló que “ni la contención ni la supresión detendrán el rejuvenecimiento de China”, y que “si EE.UU. no pone freno… nada detendrá el descarrilamiento y se llegará a un conflicto y confrontación”.
La gran prueba para Xi como actor de influencia global será en la búsqueda de solución para la guerra de Ucrania, en la que ha jugado un papel determinante a favor de Rusia, con la que mantiene una “amistad sin límites”.
En ese rol, es improbable que pueda ayudar a encontrar una paz justa.
Un aporte del Director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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