¿DE DÓNDE VIENE LA ARROGANCIA OFICIALISTA?
El Líbero, Opinión, 10/10/2022
Causa azoro que buena parte del oficialismo siga ignorando el mensaje y varapalo que le encajó la ciudadanía en el plebiscito del cuatro de setiembre pasado. Salvo excepciones de aliados de centro izquierda, el oficialismo sigue hablando desde su convicción de que el pueblo fue a votar engañado y sus propios anhelos programáticos continúan vigentes a la espera de una coyuntura favorable que permita imponerlos.
Es la actitud tozuda y arrogante que mucha crítica le ha significado, por cierto, a La Moneda.
Sin embargo, la tozudez y la arrogancia no deben sorprendernos, no son fruto del carácter personal de quienes las exhiben sino de los presupuestos ideológicos de que ellos se nutren. Es una característica estructural, propia de los movimientos revolucionarios con una visión integral, redentora y supuestamente infalible de la realidad, y que en este caso vienen del marxismo y algunas variaciones académicas que éste ha sufrido desde 1970 en importantes campus de artes liberales estadounidenses y europeos.
Mientras no se recuerde el sustrato de esa actitud refundacional, difícil será entender la lógica, la táctica y la estrategia de la neoizquierda (integrada por FA, PC, identitarios, etno-guerrilla y anarquistas) en nuestro Chile.
Sin conocerlos se vuelve arduo criticarla, encauzarla y alcanzar acuerdos con ella. Y no es un detalle menor puesto que fue capaz de contagiar, arrinconar y eclipsar a la centroizquierda durante el gobierno anterior, proceso del cual recién parece estar recuperándose.
Conviene repasar cinco de sus características, aunque hay varias más:
En primer lugar, el neomarxismo es de origen académico, constituye una suerte de verdad revelada a una elite ilustrada, un dogma que carece no sólo de modelos aplicados con éxito (a menos que consideren exitosos los de Maduro, Evo y Ortega) sino también de la praxis que se acumula desde la esfera de la producción o del ejercicio del poder político.
Al menos los partidos comunistas en el poder durante la Guerra Fría basaban su visión en la teoría de Karl Marx y Vladimir Ilich Lenin, y asimismo en la práctica totalitaria que ejercían en sus estados, lo que a su vez les otorgaba cierta solidez teórico-práctica que transmitían a sus partidos satélites y que en Occidente apartó entonces a varios PC de aventuras guerrilleras.
Aunque suene paradójico porque el neomarxismo interpreta supuestamente los anhelos populares, él se nutre hoy sólo de intelectuales dedicados a la teoría, enseñanza y difusión de estudios culturales en conspicuos campus universitarios de los países capitalistas más prósperos, no de China, Cuba, Vietnam o Corea del Norte.
Y en Chile los limita el hecho de que, al carecer de una praxis, cabalgan por el mundo interpretándolo de forma quijotesca, es decir, a través de libros añejos como la novela de caballerías en la época de Miguel de Cervantes. Nada lo ilustra mejor que el repudio que sufrió el plurinacionalismo en las zonas con mayor presencia de pueblos indígenas.
En segundo lugar, el neomarxismo se basa en la convicción de Marx de que la historia se desarrolla en forma ascendente y tiene un destino final preestablecido y dictado por “leyes” sociales. Marx creía que la historia de la humanidad partió con el comunismo primitivo, pasó por la esclavitud, continuó con el feudalismo y desembocó en el capitalismo, y que la sacan de éste la clase obrera y su partido de vanguardia (comunista) mediante la dictadura del proletariado, la que les permite construir el socialismo y su fase superior, el comunismo, en la que la humanidad alcanza plena realización.
Los neomarxistas no creen hoy cien por ciento en eso -salvo los comunistas con su visión laico-religiosa de la realidad-, pero sí en que la historia tiene un desarrollo que va de menos a más y desemboca en un estado parmenidiano plenamente igualitario.
La historia es un ascenso a un Everest coronado por un paraíso, al que unos llegarán antes y otros después, ascenso durante el cual el líder, como lo sugirió el Presidente Boric, no puede dejar atrás al pueblo, porque quedará solo en la vanguardia. La tarea del líder y su partido es la del buen pastor que conduce al rebaño al mejor pastizal que las ovejas no saben dónde está.
La creencia en un saber exclusivo para escogidos, en una supuesta verdad revelada, explica parte de la tozudez y arrogancia del neomarxismo, heredado del marxismo-leninismo.
El hecho de creer que una minoría iluminada por un dogma conoce el destino de los pueblos que ni estos mismos imaginan, genera políticos intolerantes que ven a quien no comparte su dogma como absolutamente equivocado o, conociendo las leyes de la historia, como un negacionista que perjudica conscientemente al pueblo. Esa visión del adversario lleva a su descalificación, funa, cancelación, y en Venezuela, Nicaragua o Cuba a la prisión o el exilio.
No son fruto del carácter personal de quienes las exhiben sino de los presupuestos ideológicos de que ellos se nutren. Mientras no se recuerde el sustrato de esa actitud refundacional, difícil será entender la lógica, la táctica y la estrategia de la neoizquierda en nuestro Chile. |
La tercera característica radica en que los partidos y movimientos neomarxistas en Chile está fundamentalmente en manos de una elite joven (nada tengo contra los jóvenes porque de allá vengo, ni de los viejos, porque por ahí ando) que se encontró con el poder político sin haberse titulado algunos, recién titulados otros, o sin haber conocido la vida laboral del Chile profundo.
Vale decir, parte esencial de esta elite (salvo excepciones) pasó de la mesada de los padres o las becas estatales a las bien dotadas dietas del congreso y de allí a La Moneda, a asesorías, ministerios o embajadas.
Quizás los únicos que mantenían un vínculo con sectores populares y nexos políticos internacionales eran los comunistas debido al origen social de su militancia primigenia y a su dependencia de la URSS, sus satélites y partidos hermanos en el mundo.
Y esto nos conduce a la cuarta característica de la neoizquierda: carece del sujeto histórico portador de lo revolucionario. En el marxismo del siglo XIX, el sujeto lo constituía la clase obrera, la que en la sociedad de la información dejó de ser hegemónica y decisiva. Ante esto el neomarxismo del XX y XXI se dio a la tarea de buscar otro sujeto portador de las transformaciones profundas y aglutinador de las masas revolucionarias, pero tardó en hallarlo. Sin embargo, siguió buscando porque ¿qué futuro tiene una revolución sin una masa que la anhele, qué es una utopía que nadie desea?
A través de la lectura de Laclau y Mouffe, que a su vez bebían de ideas de Guattari y Deleuze- y de la experiencia callejera de Unidas Podemos en España y aportes de García Linera, la neoizquierda chilena logró articular el nuevo sujeto histórico, un menú de “moléculas” que integran la masa revolucionaria variopinta de descontentos con el sistema “neoliberal”.
Fue capaz de construir la suma de las moléculas del desencanto, el malestar y las frustraciones, la que funcionó magníficamente en la calle como estructura recolectora de moléculas que exigían derechos, pero que resultó un fracaso como instrumento para un programa de gobierno desde La Moneda. Lo que funcionó como rechazo en la calle, no funcionó en Palacio.
Hay un quinto rasgo que caracteriza a nuestra neoizquierda y explica su descompaginado rumbo: la ausencia del líder. La neoizquierda se ha impuesto en la región siguiendo siempre a líderes carismáticos y autoritarios: Chávez y Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua, Correa en Ecuador, Evo en Bolivia, incluso podríamos mencionar a Fidel Castro en Cuba.
En Chile, sin embargo, al poco andar quedó de manifiesto que Boric no era el líder que muchos creyeron fervorosamente que era.
Tal vez por su retórica desconectada de la sensibilidad popular, o su falta de experiencia de vida, o bien por los errores que cometió, o por quedar limitado ad ovo al ser electo para evitar que ganara otro (José Antonio Kast), o porque la institucionalidad chilena aún resiste, el caso es que Boric no es el líder que hasta hoy ha sido premisa para la neoizquierda en la región para instalarse en el poder e iniciar sus “transformaciones profundas”, concepto con el cual, se elude el empleo de un concepto caído en descrédito, el de revolución.
Con un líder como los mencionados arriba, tal vez otro gallo nos hubiera cantado y estaríamos sufriendo la tozudez y la arrogancia neomarxista en toda su plenitud.
[1]Roberto Ampuero es escritor, excanciller, ex ministro de Cultura y ex embajador de Chile en España y México. Profesor Visitante de la Universidad Finis Terrae.
Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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