Las opiniones en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no representa necesariamente el pensamiento de UNOFAR
A veces se van los mejores, mientras nosotros seguimos aquí. Lo digo pensando en Alfonso Márquez de la Plata, que iba a visitar a los presos políticos militares a Punta Peuco y les prestaba ayuda, mientras tantos de nosotros no los visitamos ni les mandamos nada.
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Como el duopolio se ríe de n…
Usted, se supone, es un cerebro lavado y debe pensar sólo las cosas que le permita el lavador, que es el Duopolio formado por la Nueva Mayoría y la Alianza. A usted le han dicho que el sistema binominal, para emplear las palabras de Michelle Bachelet anoche, “es una espina clavada por la dictadura en nuestra democracia”. Entonces ella anuncia que va a extraer esa espina y envía un proyecto para sustituir el binominal. Usted aplaude, porque lo han condicionado para eso durante los cinco gobiernos de la Concertación (pues el último también lo fue, aplicó las ideas de la Concertación, subió los impuestos según lo propiciaba la Concertación y crucificó a los militares en los términos en que lo hacía la Concertación).
Pero si usted lee el proyecto de Michelle Bachelet, que a la hora en que escribo no ha aparecido en los diarios sino sólo en resúmenes escuetos, se dará cuenta de que en materia de senadores él deja la mitad de “la espina de la dictadura” adentro, porque en siete de las catorce regiones continuará habiendo binominal y eligiéndose a dos “padres conscriptos”. En materia de diputados se introduce mayor proporcionalidad, pues se elegirá 3, 4, 5 y hasta 8 en algunos distritos. La Cámara será muy distinta del Senado, entonces. En el fondo el problema del Duopolio es que tiene demasiados caciques deseosos de acceder a la dieta de ocho millones y tanto y las asignaciones de doce millones mensuales para los diputados y todavía más para los senadores, entonces lo que se hace es aumentar de 38 a 50 estos últimos y de 120 a 155 los primeros, porque ya la presión de los caciques, que tienen pocos indios pero muchas aspiraciones, era insoportable en cada elección y quedaban demasiados muertos en el camino. Y suelen ser muertos que hablan cosas incómodas, como Camilo Escalona.
Pero lo que el Duopolio nunca, jamás, va a permitir es que exista verdadera competencia electoral. Para que la hubiera bastarían dos reformas que él nunca propondrá ni aprobará: la primera, que sea elegido el candidato que tenga más votos propios; y la segunda, que los requisitos para presentar candidaturas sean iguales para todos. Pues el Duopolio tiene reglas según las cuales puede presentar candidatos sin necesidad de reunir firmas, y en cambio a sus competidores les exige muchos miles de ellas y ante Notario, y si advierte cualquier irregularidad en algunas firmas se querella contra los que se hubieren prestado para desafiarlo. Y, además, a la hora de contarse los votos el Duopolio hace valer todos los que obtengan en conjunto sus candidatos (votos de lista), mientras los independientes no pueden formar listas ni hacer pactos entre ellos y deben competir con sus solos votos personales. Entonces el Duopolio reúne su “cifra repartidora” y así derrota a cualquiera que haya osado competir con él. Todo eso, por supuesto, es inconstitucional, porque la Carta asegura que los partidos políticos no tendrán ventaja alguna sobre los independientes en las elecciones, pero esto es letra muerta porque la interpretación oficial de la Constitución y las leyes la hacen los gobiernos, los parlamentarios y los jueces del Duopolio (aunque en el caso de estos últimos el control corre por cuenta de la Nueva Mayoría, pero con la tácita complicidad, o “complicidad pasiva”, si usted prefiere, de la Alianza).
Entonces, distinguido y amable cerebro lavado, usted aplaude porque por fin se termina el binominal que era una espina clavada en nuestra democracia, pero si no tuviera el cerebro cuidadosamente lavado debería llorar, porque nuestra democracia no es tal sino un mecanismo para asegurar a un Cartel de gente poderosa, el Duopolio, los cargos y los dineros públicos; y usted nunca va a tener real posibilidad de desafiar su poder ni de competir con ellos y va a tener que seguir gritando como autómata, periódicamente, tal como lo anticipó “1984”, de Orwell, los improperios contra Pinochet que le dicte el Duopolio, y aplaudiendo a los representantes de éste por sacar la espina que aquél le dejó clavada a la democracia, aunque en la mitad del Senado la espina siga adentro; y por favor no pida explicaciones por eso porque usted está para aplaudir y no otra cosa, y para eso le dan un bono de vez en cuando, así es que no venga con preguntas odiosas. Por Hermógenes Pérez de Arce
DEGRADACIÓN DE LA CLASE POLITICA CHILENA Una historia repetida, Patricio Quilhoy Palma
Cuando vemos las noticias de nuestro país, no nos queda duda acerca de la degradación progresiva de la clase política nacional. Las encuestas –hasta donde se pueda creer en ellas− dejan sentir el rechazo que los políticos provocan en la población, en especial aquellos que ocupan cargos en el Congreso Nacional. Como signo de los tiempos, una vez más parece que la historia se repite, observándose señales preocupantes de encontrarnos en los prolegómanos de una nueva crisis política, similar a las de épocas pasadas.
Las generaciones presentes tendemos a mirar todo bajo el prisma de lo que hemos experimentado en persona o –como máximo− lo que nos han contado nuestros padres. Viendo con preocupación la creciente la similitud que comienza a observarse en la situación actual con la triste época de Allende y su Unidad Popular, la búsqueda de referencias históricas nos lleva hacia la Guerra Civil de 1891, cuyo corolario fue –entre otros efectos políticos− la consolidación de una clase política oligárquica, al decir de la Real Academia de la Lengua Española: aquella que detenta “una forma de gobierno en la cual el poder es ejercido por un reducido grupo de personas que pertenecen a una misma clase social”.
En los años posteriores a la caída de Balmaceda, la clase política, fuertemente dominante por la imposición del parlamentarismo sobre el rol presidencial, fue abandonando progresivamente su responsabilidad respecto de la búsqueda del bien común, sustituyéndola por la defensa a ultranza de sus propios intereses. Así, el primer experimento chileno cercano al modelo parlamentarista culminó con un empoderamiento de la clase política que no dejaba espacio a las iniciativas que no estuvieran relacionadas con sus intereses personales, familiares o de grupo, hasta culminar en la vergonzosa situación conocida como el “ruido de sables”, ocurrida durante el gobierno de Arturo Alessandri Palma.
En aquella época y a raíz de la detención del trámite parlamentario de todas las leyes enviadas por el presidente al Congreso −incluida la que mejoraba el equipamiento y los sueldos al Ejército y a la Marina− el día 3 de Septiembre de 1924 y en conocimiento de que los parlamentarios votarían una ley en que se auto-otorgarían una suculenta “dieta”, un grupo de oficiales del Ejército se hicieron presentes de uniforme en la sesión del Senado, golpeando sus sables −que en aquella época formaban parte de su tenida de calle− contra el piso y los muros.
Los diligentes parlamentarios, acusando recibo del mensaje militar, demoraron tan solo dos días para aprobar una enorme cantidad de leyes que dormían el sueño de los justos en el Congreso, desde hacía varios años. Entre otros cuerpos legales, aprobaron la que regía los contratos de trabajo, la organización de los sindicatos profesionales, la indemnización por accidentes del trabajo, el seguro obrero obligatorio, cajas de previsión, el derecho a huelga, etc., o sea, una serie de leyes de alto contenido social.
Vemos hoy en el Congreso una nueva versión de este tipo de malos políticos, donde se sabe de leyes que llevan 10 años en espera de ser discutidas, al no tener trato de “suma urgencia”.
Hemos visto a parlamentarios que abandonan sus partidos por no haberse incluido a su hijo como candidato en las elecciones recién pasadas, otros que se ufanan del legado familiar que dejan al país al ver instalado a su primogénito en la Cámara de Diputados, etc.
Somos indeseados testigos de los malabares que los políticos realizan para hacer parecer que reforman el difamado sistema binominal, mientras en realidad lo seguirán usando para fortalecer la posición de unos pocos partidos y grupos políticos.
Parodiando el episodio de la dieta de 1924, hemos llegado al colmo de ver cómo se pretende aumentar la cantidad de parlamentarios, a un altísimo costo para el país, mientras la solución a los problemas reales de los chilenos sigue sin ser afrontada por quienes se supone que nos representan precisamente para ello. ¿Será que el repudio público no basta a los malos políticos para darse cuenta que tienen que abandonar su estilo desvergonzado y cínico? ¿Será que tendrá que llegar un “ruido de sables” para que de una vez por todas dejen de hacer lo que se les antoja y realicen el trabajo para el cual se les eligió? Por supuesto que el ruido aquel jamás provendrá de las filas uniformadas actuales, ya que la clase política –de izquierda y derecha− se ha encargado muy bien de alejar toda posibilidad de que ello ocurra una vez más en Chile, persiguiéndolos los unos y traicionándolos los otros.
La modernidad ha traído otras formas de expresión de los “ruidos de sables”, entre las cuales se observa la protesta incómoda y singularmente violenta de los grupos estudiantiles.
Esta vez, eso sí, poniéndose peligrosamente al servicio de una ideología claramente anárquica. La otra, la de los sables de hierro, ha quedado en el pasado histórico, acorralada por la persecución ignominiosa hacia sus portadores del ayer que −habiendo cumplido su deber militar y colaborado lealmente a la tarea de refundación de un estado destruido por los malos manejos políticos− han llegado al final de sus vidas recibiendo el pago de Chile.
Después del episodio de los sables, en 1924, la situación derivó en una inestabilidad política que se mantuvo por varios años, hasta que la razón volvió a morigerar las pasiones y se logró una estabilidad temporal que fue destruida por la porfiada y violenta aventura marxista, hasta que fuera contenida en forma efectiva en 1973. Hoy no sabemos hacia dónde vamos, hacia donde nos llevará la soberbia de una clase política cada vez más desvergonzada y que ahora expone a nuestro país al patíbulo político de una Asamblea Constituyente. Todo ello, mientras se aumentan los sueldos y los cupos para los mismos de siempre, al más puro estilo de la oligarquía de principios del Siglo XX.
Quiera Dios que la razón llegue a tiempo para evitar que el “nunca más” −tan aplaudido justamente por quienes debieron ser desalojados de sus sitiales de poder mal usados− no vuelva a ser superado por la necesidad de supervivencia de un pueblo que agobiado por una tiranía política inconsecuente y desvergonzada se vuelque a las calles a exigir su desalojo.
Está claro que si ello llegase a ocurrir, la vía resultante será muy distinta a aquella en que las 4 espadas se unieron para salvar a los chilenos de una nueva guerra civil, refundando una patria en ruinas para dejarla en condiciones de alcanzar la posición que hoy disfruta.
26 de Abril de 2014
Patricio Quilhot Palma
Los Miserables por Hermógenes Pérez de Arce
A veces se van los mejores, mientras nosotros seguimos aquí. Lo digo pensando en Alfonso Márquez de la Plata, que iba a visitar a los presos políticos militares a Punta Peuco y les prestaba ayuda, mientras tantos de nosotros no los visitamos ni les mandamos nada.
También Alfonso escribía y publicaba libros en defensa de la verdad histórica que ninguna otra editorial se interesa por publicar y (casi tan meritorio) obtenía una ganancia, porque hay una opinión pública silenciosa, si bien minoritaria, que se interesa por la verdad y compra esos libros. Distribuyó algunos de los míos y periódicamente me mandaba un cheque. Hubo un tiempo en que estuvo enojado conmigo porque yo llamaba a no votar por Piñera, pues no se le podía creer e iba a destruir a la derecha. Pero después no sólo me perdonó, sino que el año pasado me dijo textualmente: “Tenías toda la razón”, en particular tras la mayor traición del señalado sujeto, cuando trasladó a un decena de los presos políticos militares a un penal peor, sólo para ganar el apoyo de la izquierda más odiosa en las encuestas, siendo que antes, siendo candidato y para ganarse los votos de la familia militar, le había prometido a ésta velar por un debido proceso y por la aplicación de la prescripción a los uniformados procesados y presos.
Pero el Gulag de Punta Peuco, donde están los militares, sigue peor. El otro día me escribió el hijo de un general preso, que fue a ver a su padre octogenario y enfermo. Almorzó con él la vianda del penal, que les fue servida por un anciano brigadier, porque Gendarmería no cumple esa tarea. Y si los oficiales presos políticos no hicieran también el aseo de las celdas y las letrinas, nadie lo haría. Son ellos, personas honorables que en su vida civil jamás han cometido un delito, que están presos por haber prestado oídos a los políticos (“¡esto se arregla sólo con fusiles!”) y combatido a los terroristas en una guerra declarada por éstos, no por aquéllos, para tomarse el poder por las armas y someternos a todos a una dictadura indefinida y totalitaria.
Como buenos chilenos, les hemos pagado metiéndolos presos, no sólo contra la ley, sino a veces contra la verdad de los hechos. Hay algunos oficiales purgando prisión perpetua por haber ordenado matar a un grupo de terroristas entrenados en Cuba. Uno de ellos niega siquiera haber dado la orden de matarlos. Uno se pregunta en qué mundo vive cuando lee en el diario y en la revista “Time” que los “drones” norteamericanos mataron días atrás a 40 terroristas de Al Quaeda en Yemen del sur, sin forma de juicio y, claro, con algún daño colateral, como el de haber dado muerte a varias mujeres y niños. Pero el mundo aplaude y le da el Premio Nobel de la Paz a Barack Obama mientras renueva sus periódicas imprecaciones contra Augusto Pinochet, el culpable de haber acudido al salvataje de Chile ante la invocación de los demócratas y haberlo transformado en una sociedad pacífica y próspera.
Un brigadier anciano, indiferente y con la cabeza gacha sirvió las viandas al general y su hijo. Pues si aquél saluda o conversa pierde el derecho a los beneficios penitenciarios que el reglamento reconoce a los que prestan servicios de aseo y alimentación. Gendarmes flojos y barrigones están vigilantes de que altos oficiales hagan bien el aseo y sirvan las viandas sin conversar con los demás presos, so pena de perder puntos para una posible salida dominical. Caballeros que nunca transgredieron la ley se someten cumplidamente en el presidio a las mayores indignidades impuestas por burócratas de izquierda y sus “cómplices pasivos”. En cambio ahora mismo un sujeto que cometió incendios terroristas en el sur está optando al indulto de Michelle Bachelet, porque padece de una enfermedad. Los presos políticos militares enfermos mueren, en cambio, en la cárcel. ¡Qué país miserable!
Los periodistas que publican el diario digital “Chile Informa”, Bernardita Huerta y Fernando Martínez, les llevan a los condenados del Gulag chileno algunas menestras y ayudas para mitigar sus carencias. En la última edición relatan cómo, en una celda de dos por tres metros donde cumplen condena dos oficiales, que duermen en una litera de hierro con una cama arriba y otra abajo, conversaron con ellos en el reducido espacio. Si no fuera por la ayuda de personas de buena voluntad, carecerían de elementos esenciales para la existencia y hasta de abrigo cuando arrecia el frío. Cuatro años, cinco años y un día, diez años y cadena perpetua, sin derecho a la garantía de las eximentes legales de responsabilidad ni a la cosa juzgada, la presunción de inocencia, la verdad de los hechos, el principio de legalidad y demás instituciones básicas del derecho penal inmemorial, porque un abogado comunista dictaminó “¡lesa humanidad!”, delito establecido en Chile en 2009 y cuya tipificación ni siquiera se ajusta a los hechos; o “¡secuestro permanente!”, según el cual los condignos ministros de las cortes superiores de justicia sostienen que los militares presos tienen todavía privados ilegalmente de libertad en sus celdas de dos por tres a extremistas que habrían detenido en 1973, ardid constitutivo de una “verdad judicial” que la sabia opinión pública chilena, la gran “prensa libre” del país y tanta persona dotada de algún “ascendiente moral” presume de compartir expresa o tácitamente. Es que “la justicia ha hablado”, dicen. ¡Qué país miserable!
Pero, por lo menos, la estatua de Juan Pablo II ha sido indultada. La Universidad San Sebastián la mandó confeccionar a alto costo, para instalarla ante su frontis, en Bellavista. Pero entonces el Consejo de Monumentos Nacionales, donde dominan izquierdistas ateos furiosos por la caída del Muro de Berlín, dictaminó que no podía estar ahí: era demasiado grande y no condecía con el entorno. Pero el mismo Consejo no había objetado un gigantesco letrero instalado a pocos metros y desde hacía años. Es que la izquierda jamás perdonará el papel fundamental que jugó Juan Pablo II en la caída de los totalitarismos socialistas. Ni siquiera un asesino venido desde detrás de la Cortina de Hierro pudo silenciarlo. Afortunadamente, los vecinos pobres de Bajos de Mena se han beneficiado y hoy están orgullosos de que entre ellos se erija la monumental estatua. No temen que “contamine su entorno”, como el Consejo de Monumentos Nacionales. ¡Qué país miserable!
Entretanto, generales, brigadieres, coroneles y mayores siguen con la cabeza gacha limpiando letrinas, sirviendo y retirando viandas, para luego lavar escrupulosamente los recipientes en que vendrán las del turno siguiente, y luego se recluyen en sus celdas de dos por tres metros, bajo la mirada vigilante de gendarmes dotados de barriga prominente.
Esos militares presos salvaron a un país miserable. Tal vez bien merecido se lo tienen.
La Demanda Artificiosa por Axel Buchheister
Evo Morales presentó personalmente la memoria demanda de Bolivia en la Corte Internacional de Justicia, diciendo que no tenía nada contra el Tratado de 1904, sino que buscaba obligar a Chile a negociar pronto y de manera efectiva una salida soberana al mar. Una “tinterillada” (demanda artificiosa, como dijo más diplomáticamente nuestro Canciller), porque el objetivo de la demanda es saltarse ese tratado, lo que no puede reconocer, ya que los diferendos que surjan en torno a él están sometidos a un arbitraje, y cuando además la corte carece de autoridad para alterar fronteras establecidas en un tratado.
Chile enfrenta dos opciones: interponer una excepción de incompetencia de la corte o entrar a una defensa de fondo. El mismo dilema que encaró ante Perú. Los especialistas recomendaron en esa oportunidad desechar el primer camino, porque era algo que no se estila, que podía caer mal en el tribunal. El resultado de no haber enviado una señal clara de inmediato, está a la vista: la corte consideró que no tenía que apegarse al derecho, sino que podía ponerse dadivosa. En efecto, nos dio toda la razón y parte del mar al Perú. Lo entregó leyendo “80 millas” en los documentos que dicen “200 millas”, los mismos que tuvo en vista para encontrarnos la razón.
Entonces, hay que cambiar la estrategia. Chile adhirió a la Corte de La Haya fundado en su vocación jurídica y para obtener una solución pacífica de las controversias, pero siempre conforme a derecho. La demanda de Bolivia constituye un pretexto para obtener un cambio de fronteras y obtener territorio soberano por secretaría, lo que determina la incompetencia de la corte. Para que eso se reconozca, existe un trámite de pronunciamiento previo y nuestro país tiene derecho que así se declare; y el tribunal no puede respingar la nariz si se invoca.
Hay quienes dicen que es mejor ir al fondo del litigio, ya que sin duda ganaremos y la pretensión boliviana quedará definitivamente derrotada. Pero ganar de entrada es una victoria más intensa aún y hay que considerar que en la medida que se extienda el juicio, existe más riesgo que al final se le otorgue algo a Bolivia, aunque sea una declaración a la pasada que nos complique. En cambio, si Bolivia pierde, nunca lo considerará como una sepultación de su pretensión, pues igual seguirá reclamando por su enclaustramiento y buscando solidaridad internacional por otros derroteros.
Pero no sólo eso. Nuestro país debe agregar a la interposición de la excepción de incompetencia un mensaje político claro: si no es acogida, se retirará del Pacto de Bogotá y, por ende, de la competencia de la Corte, aunque sólo tenga efecto para futuros litigios. La Corte de la Haya se nutre de países serios que estén dispuestos a litigar ante ella, por considerarla un referente confiable. Si ya se retiró Colombia por el regalo que le dio a Nicaragua y luego se sumara Chile, países prestigiados en el contexto sudamericano, para la Corte eso no podría ser indiferente.
Los que acusen una posición extremista en lo anterior, sería bueno que expliquen de qué sirvieron las delicadezas en el litigio con Perú. Simplemente no podemos seguir admitiendo que la Corte Internacional nos tenga de “caseros” en sus devaneos justicieros.