¿qué pasará con nuestros ideales de bien común, con los proyectos de servicio, con el clima moral y cultural para emprenderlos, con la institucionalidad que debe amparar la libertad y favorecer la responsabilidad?
No será posible desconectarse por completo estas vacaciones.
Habría sido conveniente -como está muy recomendado- pero esa turbulencia que se asoma en el horizonte, esa nubecita negra que avanza hacia el 11 de marzo, está ahí, como un dato que pesa. Usted tiene algo, señor, le dicen al paciente: habrá que ver qué tan grave es, pero siento decirle que no está sano.
Los “aquí no pasará nada” pueden ser gratos al momento de ponerse el traje de baño, pero en cuanto -por allá por abril próximo- el ruido ambiente nacional se ponga estridente, el frívolo bañista habrá preferido haber sido también un veraneante reflexivo.
Piense diez minutos al día, le recomendó Ortega a Marías.
¿En qué?
Primero, en cómo me afectará a mí, sí a cada uno en su personal individualidad, el próximo gobierno: la reforma tributaria (perdón por partir desde los cochinos pesos), la inseguridad en la vía pública, la inestabilidad laboral y las restricciones a la propia capacidad emprendedora.
A continuación, en las consecuencias que tendrá la reforma educacional para la familia: en los hermanos, los hijos, los nietos, según sean los casos; y cómo desde diversos organismos se impulsarán nuevas políticas sobre matrimonio, droga, salud y vida, decisiones todas que afectarán las realidades de los nuestros, no de los zulúes.
Y para terminar, ¿qué pasará con nuestros ideales de bien común, con los proyectos de servicio, con el clima moral y cultural para emprenderlos, con la institucionalidad que debe amparar la libertad y favorecer la responsabilidad?
De nuevo, con Ortega: piense en usted y en sus circunstancias, mire que no serán las mismas del verano pasado. Piense, tome notas, converse, discuta por la mañana o a la caída del sol. No intente hacer un paréntesis tan grande que en marzo se le vengan encima sus dos corchetes y lo aplasten.