Vergüenza y asombro son los primeros sentimientos que vinieron a nuestro encuentro cuando nos enteramos que el Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior había “conseguido” finalmente que se citara a declarar en el proceso por la muerte de Víctor Jara, ni más ni menos que al Subsecretario de Defensa, General ( R ) Oscar Izurieta Ferrer. Vergüenza , al confirmarse el tremendo desaguisado del Ministerio del Interior, que ahora aparece persiguiendo judicialmente a uno de los más selectos integrantes del gabinete, gracias a la encomiable diligencia de uno de los abogados de una oficina de su dependencia y con una jefa designada por el régimen que ni siquiera se enteró de ello. Asombro, ante la inesperada falta de control del gobierno sobre los actos de sus subordinados, permitiendo que desde sus propias filas se atente contra la imagen de un Presidente que ha puesto su empeño en seleccionar al mejor equipo.
Ambos sentimientos se enmarcan en un cuadro de confusión generalizada que ronda entre los partidarios del gobierno, al no conseguir comprender la porfiada demora en designar a los ocupantes de los cargos que configuran el ejercicio del poder político para la conducción del estado. Más aún, cuando después de dos meses, las nuevas autoridades insisten en compartir dicho poder con conspicuos agentes del antiguo régimen, quienes pueden ejercitar libremente su acción de “quinta columna”, para minar paso a paso la imagen de un cambio que no llega.
En pocas palabras, la operación política montada en los días finales del gobierno anterior obtiene hasta ahora una clara victoria sobre los nuevos ocupantes de La Moneda, sumando la actuación soterrada de los infiltrados en la administración pública a un coro de voces agoreras que denuncian “despidos injustificados” o “por razones políticas”, mientras claman por los derechos de prístinos y eficientes trabajadores fiscales, aún cuando se trate muchas veces de simples y vulgares operadores políticos, sin otra justificación para seguir en sus cargos que la inmoral extensión de su contrato, realizada pocos días antes de entregar el gobierno.
Los gritos son tan fuertes como sincronizados en tiempo y espacio, consiguiendo apabullar cualquier asomo de reacción en las flamantes autoridades, cuya formación ética y moral les coarta las posibilidades de imponer su voluntad, haciéndolos retroceder cada vez que hay riesgo de ser acusados de cometer algo injusto o indebido.
Es pintoresco ver que justamente quienes han amparado o participado en los actos de mayor inmoralidad hoy rasgan vestiduras y acusan a ministros, subsecretarios e intendentes de estar “abusando del poder” o “desarrollando campañas de persecución política” sobre inocentes funcionarios. En un gesto de descaro increíble, connotados sinvergüenzas hoy abogan por la “ética” y la “probidad”, olvidando la corrupción en que nadaban hace apenas unos meses.
No es posible que la calidad profesional de las nuevas autoridades sea debilitada por rasgos de ingenuidad que facilitan la acción disociadora de sus adversarios políticos, al auto-restringirse para llevar a cabo la renovación de cargos a que tiene derecho cualquier gobierno, en cualquier país del mundo, sin necesidad de pedir la anuencia de nadie y menos de sus opositores, a quienes por algo derrotaron limpiamente en la urnas.
El ejemplo de la citación a Izurieta demuestra como un organismo ajeno a los intereses del gobierno actual, creado en 1997 para continuar la investigación sobre la ubicación de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos, como también las circunstancias de su desaparición o muerte y con vigencia sólo por un año, ha sobre-extendido ilegalmente su funcionamiento,transformándose en una suerte de fiscalía especializada en la persecución de militares, imponiendo su agenda aún a costa de crear problemas mayúsculos al gobierno de quien supuestamente depende. Así estuvo a punto de conseguirlo cuando su jefa insistió vehementemente en reabrir el caso Soria, so pena que se le viniera encima una avalancha de reapertura de casos completamente cerrados y ejecutoriados. Así ocurre hoy, cuando llevan ante la justicia a un Subsecretario de la misma administración. ¿Quién podría encontrar una explicación racional para que ello ocurra en el gobierno actual?
Para quienes votaron por la Alianza no es grato observar como la opinión pública comienza a criticar a un gobierno que – habiendo manejado en forma impecable la reacción ante el terremoto – duda en ocupar los espacios de poder que legítimamente le corresponden, sometiéndose a los reclamos de una oposición derrotada en todos los frentes y con graves problemas internos. En vez de aprovechar la oportunidad estratégica ofrecida por la debilidad de su adversario, el gobierno pareciera estar esperando que éste se fortalezca.
La reconocida fragilidad del apoyo ciudadano debiera llamar la atención del gobernante hacia el resultado de las primeras encuestas, donde comienza a hacerse evidente un prematuro grado de desencanto. ¿Podrá éste ser solamente atribuible a los problemas relacionados con el terremoto o tendrá elementos referidos a la falta de ejercicio de la autoridad?
Hay sin embargo un sector de la sociedad que no resultó sorprendido con la actuación del abogado del Ministerio del Interior. Se trata de la Familia Militar, quien ha sufrido por años la más injusta persecución política, sostenida por quienes no desean que el pasado siga su rumbo natural hacia el olvido y buscan mantener los beneficios y prebendas conseguidas al amparo de su condición de “víctimas de violaciones a los derechos humanos”.
Así, mientras los terroristas o delincuentes subversivos del ayer gozan de la amnistía, prescripción y toda clase de beneficios, los uniformados siguen encarcelados o perseguidos en interminables procesos judiciales, donde se les aplica una forma de justicia exclusiva, muy distinta a la del resto de los chilenos. Por si fuera poco, mientras los militares condenados por hechos ocurridos hace más de 30 años jamás han sido acusados de volver a presentar conductas reprochables, la sociedad conoce cada cierto tiempo de casos de terroristas amnistiados o indultados que han seguido involucrados en el mundo criminal, tanto en Chile como en el extranjero, habiendo concitado a pesar de ello, la compasión y simpatía de los gobiernos de la concertación.
En el proceso eleccionario recién pasado, la familia militar, al igual que la mayor parte de la población, optó por un camino que ofrecía la posibilidad de terminar de una vez por todas con las odiosidades del pasado, confiando en lo ofrecido por el candidato vencedor. Lamentablemente, hoy debe ver con tristeza que el cambio parece quedarse solo en un sueño.
Ojala el gobierno de la Alianza, deje de lado el temor a producir el cambio que ofreció y que lo llevó a triunfar, asumiendo que es mejor dejar que los perros ladren a seguir durmiendo con el enemigo.
Patricio Quilhot P.