Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR
Tiene toda la razón el articulista. Al respecto me atrevería a decir que los alumnos, en su gran mayoría, no atienden en clases –si es que asisten– no estudian ni hacen las tareas, y carecen de motivación por aprender, por ser más –lo que requiere esfuerzo y perseverancia–; solo quieren tener más, pero sin mayores sacrificios. Quieren educación de calidad, en circunstancias que ellos, como alumnos, son de la peor calidad.
Tiene toda la razón el articulista. Al respecto me atrevería a decir que los alumnos, en su gran mayoría, no atienden en clases –si es que asisten– no estudian ni hacen las tareas, y carecen de motivación por aprender, por ser más –lo que requiere esfuerzo y perseverancia–; solo quieren tener más, pero sin mayores sacrificios. Quieren educación de calidad, en circunstancias que ellos, como alumnos, son de la peor calidad.
Yo les decía a mis compañeros de la universidad cuando estudié derecho: “este es un país de mediocres, de modo que basta que uno se preocupe un poco para que inmediatamente se destaque”.
Educación, pero no demasiada por favor
Federico García Larraín
VivaChile.org, 22 Agosto de 2011
Cuando les pregunté a mis alumnos cómo era la educación en Chile, respondieron que mala. Cuando les pregunté si su actitud contribuía a mejorar la situación, guardaron silencio. Se quejaban por la extensión de un texto que les mandé a leer, poco más de cincuenta páginas.
La educación de calidad requiere del esfuerzo de todos: de los estudiantes menos facebook, televisión y twitter, más lectura y estudio. Porque la educación no entra por osmosis, y como casi todo lo que vale, no es algo que inicialmente resulte agradable, fácil, ni breve.
Pero en la educación se va más allá todavía: no se trata de obtener algo, sino de llegar a ser algo o alguien distinto de lo que se era. Se trata de un cambio personal profundo, y si todos los cambios cuestan y asustan un poco, mucho más un cambio que toca lo más íntimo de cada persona: ideas fundamentales, ideales éticos y estéticos, visiones del mundo y de la historia. Es más fácil y cómodo tratar de obtener los efectos de una educación pero sin entregarse a ella. Eso es imposible, en todo caso, y una muestra de mediocridad.
Por eso, es fácil darse cuenta de que lo que hoy piden los estudiantes no es educación de calidad. Lo que en realidad quieren son los resultados de una educación de calidad, pero sin los esfuerzos ni cambios personales necesarios para recibirla. En definitiva, quieren lucrar con la educación pero sin invertir en ella.
De los estudiantes adherentes al paro conozco algunos que apenas ven la sección deportiva del diario. ¿Libros? Hace años que no leen más que los obligatorios. Podría abundar sobre la cantidad horas que se pierden frente a todo tipo de pantallas, sobre la cantidad de horas que se duermen en clases (si es que asisten a ellas), pero no creo que haga falta. Lo que se echa en falta es verdadero afán de conocimiento y descubrimiento intelectual, y no una obsesión por eliminar el lucro del lugar dónde se estudia para conseguirlo más adelante en el lugar de trabajo.
Un profesor de ingeniería me contaba que cada vez que los alumnos vienen a rogarle que les suba una nota, les muestra unas fotos del colapsado edificio Alto Río, “eso es lo que pasa cuando se pasa un ramo sin saber la materia”. La respuesta es, como la que recibía yo de mis alumnos al enfrentarlos con el reto de recibir una educación, el silencio.
Es deber de muchos, por supuesto, hacer lo posible para que los alumnos se dispongan a recibir una buena educación.
Pero no es fácil cuando lo que en realidad quieren no es educación, sino un título para conseguir un empleo. El que no me crea, que intente educar de verdad y verá la reacción de la mayoría los estudiantes cuando realmente se les ofrece educación de calidad.
GENTILEZA DE NUESTRO SOCIO DON: Adolfo Paúl
“Ya no soy tan joven como para saberlo todo”
Sergio Melnick
Diario La Segunda, 4 de Agosto de 2011
Qué sabia es esta frase de Mark Twain. Los jóvenes y niños colegiales son aún aprendices, pero quieren dar las pautas a los maestros y adultos. Es bueno ser joven y entusiasta, y querer cambiar todas las cosas. Los felicito por eso. Pero las cosas tienen un límite y es también irresponsable que los líderes no asuman sus propios deberes, escondiéndose tras la juventud y sus impericias naturales. ¿Le pasaría Ud. una locomotora a un niño?
Los jóvenes y niños proponen cosas muy generales, a veces irreales, y en este caso además abiertamente ideológicas. En palabras de ellos, siempre han demostrado todos sus argumentos, lo que sólo denota su falta de preparación.
Veamos algunas preguntas básicas que no han respondido y que los hacen reprobar.
Hablan de educación estatal gratuita y proponen la desmunicipalización. Es curioso, porque los municipios sí son estatales y gratuitos. No parecen entender entonces la diferencia entre el Estado y el Gobierno, y aun así quieren mandar. No han dicho una palabra de cómo es que quieren desmunicipalizar. ¿Pasarían todos los colegios a depender del Ministerio de Educación? Dios nos libre. ¿Se expropiarán los subvencionados pagados y pasarán a dominio estatal? ¿Cómo? ¿Cuánto cuesta eso? El ministro ha propuesto un avance paulatino para no cometer errores como el Transantiago. Los niños dicen que no, pero tampoco sabemos exactamente qué proponen.
Hablan de la educación de calidad, pero curiosamente con los mismos profesores que han perdido todo decoro y marchan juntos por las calles, siendo los mayores responsables. ¿Cómo se renuevan estos profesores? ¿Cómo se miden los estándares de calidad? Nada concreto han propuesto, porque no tienen idea. La calidad es una bonita palabra, pero el cómo hacerlo es muy complejo. ¿O acaso creen que los líderes no quieren la calidad? El representante de los profesores, el señor Gajardo, que ahora sabemos que es además racista, busca renovar con otro nombre la idea de la Escuela Nacional Unificada, donde ellos podrían adoctrinar en vez de educar, como ocurre en los países socialistas que admira. Como profesor, no es una luminaria que digamos, y sin embargo es su representante, su guía, su ejemplo.
Hablan del fin del lucro, pero es curioso constatar que la gran mayoría de las universidades privadas son mejores que muchas de las estatales, y no han requerido un solo peso de inversión pública. Muchos buenos estudiantes prefieren hoy las privadas antes que las públicas, pudiendo ir a éstas. Sostienen que hay fines de lucro en universidades privadas, pero no han aportado un solo documento que lo pruebe ni han puesto un solo recurso legal en los tribunales. La gran revolución de oportunidades en Chile la ha ofrecido en la práctica el sistema postsecundario privado. Son cientos de miles de estudiantes que han tenido acceso a la educación superior, lo que no sería posible con las tradicionales.
Más aún, suponen absurdamente que, por el solo expediente de ser entidades estatales, los recursos están bien administrados. La evidencia no parece indicarlo. La Universidad de Chile se niega a hacer transparentes sus remuneraciones, empresas y otras formas legales a través de las que se lucra abiertamente. En el pasado incluso vimos prácticas de lavado de recursos estatales canalizados a través de esa universidad (caso MOP-Gate). Es más probable y frecuente que los recursos sean peor administrados en las entidades estatales que en las privadas. Esto quiere decir que, aun si lucraran, el rendimiento de los recursos en términos educativos sería mucho mejor en las privadas. Lo que hay que mirar es el resultado educativo, no la forma de administración. Ahí se vuelven a equivocar los jóvenes y niños que sólo repiten consignas ideológicas. Así, hablan también de nacionalizar el cobre. Pero, ¿cómo se hace eso? ¿Cuánto cuesta? ¿Qué beneficios tiene? Hablan de cambios a la Constitución, pero no han propuesto exactamente cómo. No hay propuestas concretas, y si el Gobierno les dice “bueno, lo haremos”, entonces contestan “es que no era eso lo que queríamos”, y sigue la protesta ideológica. Las leyes en Chile las aprueba el Congreso, con el que tampoco quieren conversar.
La clase política está fallando, y una minoría, escondida tras jóvenes y niños, está imponiendo una agenda para destruir una institucionalidad que ha costado mucho dolor consolidar. Los países que no aprenden de su historia están condenados a repetirla.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Segunda.