Carlos Peña – El Mercurio, Columnistas, 25/11/2024
La presencia de Francisco Orrego fue, en los hechos, una suerte de prueba o de ensayo de la derecha que se había dejado convencer, por sus sectores iliberales y más autoritarios, de que la competencia política forma parte de una batalla cultural, en medio de cuyo fragor habría que acentuar las ideas hasta el extremo de la caricatura, etiquetar al adversario y mantener una actitud de franca oposición.
“Todo esto importa una grave lección para Evelyn Matthei, quien, luego de abrazar y apoyar y promover a Francisco Orrego, hasta erigirlo luego de la primera vuelta en un símbolo, debiera comprender que esa actitud que subraya las creencias políticas y la actitud agresiva para defenderlas está destinada al fracaso”. |
Y esa prueba o ensayo (no exactamente el individuo F. Orrego, pero sí la prueba que él representaba) acaba de fracasar.
Se trata de toda una lección para la derecha en su conjunto, cuyos sectores liberales y de centro se mantuvieron distantes en esta elección a la espera de saber qué ocurriría con este candidato socialmente distante de lo que en la derecha fue tradicional y con una actitud agresiva, tanto en el tipo de creencias políticas que manifestaba (lo que suele llamarse polarización ideológica) como en la actitud a la hora de defenderlas (polarización subjetiva).
La derecha este último tiempo se ha visto tentada de ensayar el tipo de actitud que Francisco Orrego ejercitó, esa actitud a la que se sienten tentados quienes miran a Milei o incluso a Trump con inconfesada y muda admiración.
Se trata de la idea de que la competencia política es parte de una guerra o refriega cultural en medio de cuyo fragor habría que acentuar las ideas hasta el extremo de la caricatura, etiquetar al adversario y mantener una actitud de franca oposición.
Es difícil saber qué hubiera ocurrido con un candidato que, puesto enfrente de él, hubiera mantenido la misma actitud; pero opuesta. Lo que es claro es que Claudio Orrego al rehuir toda forma de polarización (ideológica y subjetiva) despojó de significado en buena parte a ese discurso y a esa actitud.
Todo esto importa una grave lección para Evelyn Matthei, quien, luego de abrazar y apoyar y promover al primero, hasta erigirlo luego de la primera vuelta en un símbolo, debiera comprender que esa actitud que subraya las creencias políticas y la actitud agresiva para defenderlas está destinada al fracaso.
Lo anterior es especialmente relevante si se tiene en cuenta que la ciudadanía (cuando se toma nota del total de votos) está virtualmente dividida o separada en dos mitades, de manera que la diferencia quizá dependa en el futuro de la capacidad de los candidatos para acompasarse con una ciudadanía que, al revés de la actitud que ensayó la derecha con Francisco Orrego, no está dividida por sus creencias y menos por la actitud que está dispuesta a adoptar para defenderlas.
Es verdad que el caso de la Región Metropolitana no es más que uno, pero, cabría insistir, su carácter de ensayo muestra que la derecha deberá reconfigurar su diseño discursivo y actitudinal a la hora de concitar la adhesión de la ciudadanía —especialmente esa parte de la ciudadanía que apoyó a la derecha en alcaldes, pero ahora rehusó el apoyo— y abandonar la idea de que la competencia electoral es en realidad una guerra cultural.
Y la izquierda, desde luego, acaba de darse cuenta de que no es verdad que todo está perdido y que en ella hay todavía imaginación y sensatez para ganar la adhesión de la gente.
Y lo que todos deben haber recordado —pero especialmente la derecha que ejecutó este ensayo— es que el éxito en política depende en parte importante de dónde se traza la línea que define la posición propia e indica la del adversario, y que esa línea no puede estar dibujada exagerando las creencias que se tienen y las actitudes con que se las defiende, sino buscando aquella que hace sentido a la ciudadanía.
Y que todo esto fue un ensayo lo prueba más que nadie el propio Francisco Orrego, quien en el discurso algo dulzón e ingenuo con que reconoció la derrota no se despojó de la guayabera, pero sí del personaje, como quien empieza, poco a poco, con algo de desgano, y una vez terminada la función, y mientras suenan aplausos tibios, a sacarse el disfraz.