EL IDIOLECTO
Carlos Peña
El Mercurio, Columnistas, 22/0172023
Desde aquella ocasión memorable en que un joven Giorgio Jackson (quien por un pelo no fue destituido esta semana) juró ante las cámaras que donaba la mitad de su dieta (lo hizo ante el requerimiento enfurecido de E. Bonvallet), su figura se ha ido estropeando poco a poco.
Lo que entonces ocurrió fue que lo que él llamaba donación era, en realidad, un ahorro colectivo en el que participaba para financiar su propia actividad política. En otras palabras, él llamaba donación a un acto autointeresado, en beneficio propio y carente de todo altruismo.
Y lo notable del incidente es que muestra —como en un ejemplo— un rasgo de la generación a la que él y el Presidente Gabriel Boric pertenecen.
¿En qué consiste ese rasgo?
Consiste en el extraño significado que asignan a los conceptos y a los enunciados que construyen con ellos. Esos conceptos que a veces utilizan y que forman parte de la identidad ideológica que han construido, no tienen una exacta contrapartida en la realidad.
Y al igual que la donación que mes a mes decía practicar Giorgio Jackson, entre los conceptos que utilizan y la realidad a la que aparentan referirse, hay apenas un pálido parentesco, tan sutil y ligero como el que mediaba entre ese ahorro al que el diputado llamaba donación, y la genuina donación que nada o muy poco tenía que ver con ese ahorro colectivo con fines partidarios y autointeresado.
“Cuando el Presidente declara su propósito de perseguir por cielo, mar y tierra a quien atenta contra la vida de un policía, no está diciendo lo que cualquier persona entendería. Se parece a la donación del ministro Jackson, quien juró donar cuando en realidad ahorraba”.
En otras palabras, se trata de una generación para la cual el significado de los conceptos que emplean o de las declaraciones que formulan se distancia del que poseen ordinariamente.
Algunos ejemplos lo muestran.
Perseguir por cielo, mar y tierra a los asesinos de un detective —el propósito que el Presidente Boric acaba de declarar—, no significa en realidad que él esté dispuesto a castigar con severidad a quienes atenten contra la vida de un policía, puesto que poco antes de esa declaración había procedido a ejecutar un acto que relativizaba su significado: indultó a un sujeto que había sido condenado por homicidio frustrado de una detective.
Así entonces, el rigor obliga a aceptar que declarar el propósito de perseguir a quien atenta contra la vida de un policía y hacerlo por cielo, mar y tierra, no significa lo que aparenta. Se parece a la donación de Jackson.
De la misma forma que la donación de Jackson no era donación sino un ahorro para sí mismo, el propósito de perseguir a quien atente contra la vida de la policía no es exactamente ese puesto que, a la luz de los actos del Presidente, cuenta con excepciones calificadas que indican que habrá ocasiones en que en vez de perseguirlo se le perdonará (y no precisamente en el sentido evangélico de este término).
¿Otro ejemplo de este idiolecto generacional? El Gobierno, desde el inicio, se ha declarado ecologista y el Comité de Ministros, homenajeando ese rasgo suyo, ha rechazado el proyecto Dominga. ¿Qué otra cosa podría haber hecho un gobierno declaradamente ecologista y atento al destino del planeta?
Pero la declaración de ser un gobierno ecologista, preocupado de conservar el medio ambiente y atento a evitar que se le ensucie y se le estropee, tampoco significa exactamente lo que cualquier lector confiado de buena fe en el significado del español entendería, puesto que, según se supo, el Gobierno destinó una ingente cantidad de recursos —más de dos mil millones de dólares el año 2022— a subsidiar, es decir, a transferir recursos obtenidos con impuestos a quienes usan combustibles fósiles.
Así entonces, la expresión gobierno ecologista habrá de entenderse, como la donación del entonces diputado Jackson, atendiendo a su significado idiosincrásico, y concluir, desmintiendo al diccionario, que proteger el medio ambiente incluye alentar (no otra cosa es un subsidio) el empleo de combustibles fósiles.
Es probable que este rasgo generacional sea infeccioso a juzgar por la conducta del ministro Mario Marcel, quien parece haber aprendido rápidamente el idiolecto generacional, como lo prueba el hecho de que concurrió a rechazar el proyecto Dominga y, a la vez, no parece haber chistado para subsidiar, o sea transferir rentas generales, a quienes usan combustibles fósiles.
No se trata de eso —se dirá—, es que es la realidad la que relativiza lo que se declara. Jackson podría argüir que él quería donar, pero la realidad partidaria le obligaba a hacer este aporte torcido que él llamaba donación, y el Presidente Gabriel Boric podría decir que él en realidad quiere perseguir a quien atente contra la vida de un policía, pero que la necesidad de mantener su coalición lo obligó a indultar a uno que lo hizo.
Bien; pero en tal caso, ello significaría reconocer que en política la voluntad tiene límites y se hace lo que se puede dentro de lo que se debe, que es justamente lo que tanto y por tanto tiempo criticaron, ¿verdad?
Cuando se escucha un idiolecto en boca de los jóvenes es posible sorprenderse y hasta emocionarse por la plasticidad del lenguaje; pero cuando es un político quien inventa un idiolecto y sigue usándolo con frecuencia, y sin pudor, y sin arrugarse, la verdad es que ya se acerca peligrosamente a erigirse en motivo de indignación.
Y es de esperar que el diputado que ayer llamaba donación a lo que era ahorro en beneficio propio, se seque el sudor de esta semana y aconseje a su coalición, una vez que pasó el miedo, a abandonar el idiolecto y ponerse a hablar en serio.
Un aporte del director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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