Si lo del General Cheyre sigue adelante, los políticos pueden frotarse las manos porque habrán abierto la puerta a todos los extremistas y carroñeros profesionales que existen en Chile para que terminen de destruir la lealtad y la confianza que debe existir entre los uniformados y el cuerpo de la nación.
¡HASTA CUÁNDO!¡HASTA DÓNDE!
Durante la campaña electoral de la Concertación a fines de 1989, centré mi discurso en la absoluta necesidad de denunciar y castigar las violaciones de los derechos humanos ocurridas durante la dictadura de Augusto Pinochet. Aplaudí y me congratulé de los castigos que alcanzaron a infringírseles a algunos de los culpables de esos crímenes y lamenté que las condiciones políticas de entonces, o las desapariciones naturales, impidieran el castigo de la mayoría de ellos. Mi actitud entonces fue impulsada por un obvio y apasionado imperativo ético y por una serena preocupación por la consolidación de la nueva democracia, que habría sido imposible sin la catarsis de esa profunda herida a través de la exposición y el castigo.
Es la actitud de entonces, que se sumó a las denuncias y protestas que me fueron dificultosamente posibles durante la propia dictadura, lo que cimenta la autoridad moral conque hoy puedo expresar mi más profundo rechazo y mi más categórica denuncia por el injusto, repugnante y peligroso sainete en que, casi un cuarto de siglo después, se ha convertido el procesamiento de militares que eran subalternos absolutos en los tiempos en que sus supuestos crímenes eran cometidos por superiores que abusaron de la rígida “obediencia debida”, que es la espina dorsal de todos los ejércitos del mundo.
Los fanáticos políticos que alientan y orquestan este destructivo sainete porque creen que obtienen de él dividendos de corto plazo, son los mismos que se lanzaron como lobos a sacarle provecho al caso Penta y ahora no encuentran cómo parar el verdadero agujero negro que crearon y que se ha devorado a toda la clase política y hasta a la propia Moneda. Es bueno que sepan que será insignificante al lado del abismo que han creado entre la civilidad y los uniformados y que, si no nos ponemos de cabeza a solucionarlo, el día menos pensado se va a tragar algo más que a los partidos políticos. Y lo que sería hasta divertido si no fuera patético es que, cuando estalla la cacofonía prejudicial que estos casos conllevan, creen que engañan a alguien con la seria cara con que enfrentan las cámaras de televisión para, hasta impostando la voz, soltar esas frases tan manidas e hipócritas como “hay que dejar que la justicia haga su trabajo”. Y la justicia que no le aplica a los militares el derecho que les corresponde, es la misma que les negó justicia a las victimas cuando los crímenes se cometieron y sus culpables estaban a su alcance.
Pero, si el sainete era solo injusto y repugnante hasta anunciarse el procesamiento del General Cheyre, con él se ha convertido en letal. Según lo que se ha informado, el general será procesado como cómplice y encubridor porque, siendo teniente, servía en un regimiento cuando allí se produjo la ejecución de quince personas. El cargo, es de suponer, se justifica porque supo momento a momento lo que ocurría y no hizo nada para evitarlo o denunciarlo. Dejando de lado el hecho de que, si lo hubiera hecho, probablemente habría sido el decimosexto ejecutado, ese cargo evidencia un argumento de complicidad y encubrimiento que se podría esgrimir para todo el regimiento, para no hablar de los propios conscriptos que tuvieron que pasar por el horror de empuñar los fusiles de la muerte.
Si lo del General Cheyre sigue adelante, los políticos pueden frotarse las manos porque habrán abierto la puerta a todos los extremistas y carroñeros profesionales que existen en Chile para que terminen de destruir la lealtad y la confianza que debe existir entre los uniformados y el cuerpo de la nación.
Es de esperar que todavía queden en Chile políticos y estadistas que reconozcan la hora de poner coto al abuso público de las tragedias ocurrida hace casi medio siglo. Hoy hay que legislar para terminar con el “¡hasta cuándo!¡hasta dónde!” porque en ello va el destino de la democracia chilena.
Orlando Sáenz R.