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El 21 de mayo de 1880, primer aniversario de la epopeya de Iquique, “El Mercurio” publicó un hermoso homenaje en su honor y un sorprendente relato de un testigo que vivió todo el combate a bordo de la Esmeralda: se trata del joven ingeniero Agustín Cabrera Gazitúa, que había sido encomendado por el gobierno para interceptar o cortar el cable submarino que les servía de óptimo medio de comunicación a las fuerzas peruanas.
La guerra del Pacifico nos depara una que otra curiosidad como esta donde un Civil se convierte sin esperarlo en un Inmortal
El 21 de mayo de 1880, primer aniversario de la epopeya de Iquique, “El Mercurio” publicó un hermoso homenaje en su honor y un sorprendente relato de un testigo que vivió todo el combate a bordo de la Esmeralda: se trata del joven ingeniero Agustín Cabrera Gazitúa, que había sido encomendado por el gobierno para interceptar o cortar el cable submarino que les servía de óptimo medio de comunicación a las fuerzas peruanas.
Recordemos que las aguas del mar de Iquique, en esa época, todavía no eran chilenas. El joven Cabrera alojaba en el transporte Lamar, al ancla en la bahía, buque que había sido facilitado por la Compañía Sudamericana de Vapores para el bloqueo del puerto enemigo. El ingeniero acudía diariamente a la Esmeralda, a cuyo bordo había constituido su central de operaciones, e informaba al comandante Prat de la marcha de sus labores, que no eran fáciles por la carencia de herramientas adecuadas. A insinuación de algunos tripulantes de la nave chilena, Agustín Cabrera fabricó un dispositivo bélico consistente en un bote con explosivos, que se manejaba a control remoto y podía hacerse estallar a la distancia. Estos experimentos hicieron creer a los jefes peruanos que la Esmeralda estaba protegida por una cortina de torpedos, y atrasó el espolonazo.
El día 20 de mayo, y cumpliendo la orden escrita de su superior, el almirante Williams Rebolledo dejó al capitán de fragata Arturo Prat, comandante de la Esmeralda, a cargo del bloqueo, junto a la Covadonga de Carlos Condell. Sobre las órdenes que mencionábamos, el almirante, en una de ellas, señaló que el sobre debía abrirse únicamente el 20 de mayo. Sin duda, el jefe de la Escuadra habría calculado que en esa fecha sus buques estarían a horas de batirse con la flota peruana. Llegada la fecha ordenada, Prat abrió el sobre. Después de enterarse de su contenido, llamó a reunión a todos los oficiales de la Esmeralda y la Covadonga. Entre ellos, también convocó a Cabrera Gazitúa. Prat leyó la orden en voz alta. En el documento, el almirante le expresaba que hoy, 20 de mayo, él con su escuadra estaría llegando al Callao, y esperando disparar el primer cañonazo mañana 21 de mayo, al amanecer.
Prat, visiblemente emocionado y guardando la carta, dijo en voz alta:
“Señores, mañana será un día de gloria para Chile”.
Esa noche, Agustín Cabrera alojó en la Esmeralda. Y llegamos al 21 de mayo. El vigía de la Covadonga, buque que estaba de ronda, al amanecer vio unas extrañas estelas que cruzaron frente a Iquique, viniendo del norte. Después se supo que eran el Huáscar y la Independencia que navegaban hacia Antofagasta, esperando que amaneciera. Cuando hubo luz volvieron a Iquique. Como en la antigua Grecia, estaban el lugar, la hora, los motivos y los seres que ponían sus vidas al servicio de la gloria y de la muerte.
Sonó el primer cañonazo. Se arengó a la gente: los agonistas de la tragedia. Era imposible trasladar a Cabrera al transporte Lamar. El ingeniero quedó en el corazón del combate. Queriendo servir en algo, se acercó a Prat pidiendo órdenes. El comandante sabía que toda labor de combate lo haría morir a él o a quien tratara de ayudar. Le dio una misión útil: “Lleve por escrito una lista con los nombres de los que están muriendo”. El ingeniero vio morir a Prat y a Serrano, vio caer moribundo al sargento Aldea, y cuando recién había pasado el mediodía, el espolón del Huáscar perforó las entrañas de la Esmeralda, provocando un crujido desgarrador. Eran las 12 horas y 10 minutos del miércoles 21 de mayo de 1879. La Esmeralda entró en combate con 200 hombres; murieron 143. Los restantes fueron hechos prisioneros. Durante un largo tiempo los sobrevivientes se mantuvieron en el mar, flotando entre los despojos de su buque. A los peruanos les costó conseguirse botes. Si bien los disparos de la Esmeralda rebotaban en la coraza del Huáscar, no ocurría lo mismo con los botes de madera de la nave peruana, que fueron despedazados durante el combate. Esa fue la razón del atraso en el salvamento de los náufragos. Embarcados los prisioneros a bordo del monitor peruano, se les proporcionó ropa -la mayoría estaban desnudos-, comida caliente, mientras oficiales de inteligencia identificaban a los prisioneros: Nombre, rango, misión en la Esmeralda.
Cuando entrevistaron al ingeniero Cabrera, éste dio su nombre y agrego que él estaba en la Esmeralda de “puro cantor”. Los oficiales tomaron nota. Cuando días después las autoridades peruanas entregaron la lista con los nombres y especialidad de cada prisionero a los organismos internacionales, se leía: “Agustín Cabrera Gazitúa, músico”