JUEGO DE NIÑOS por nuestro Pas Presidente Humberto Julio Reyes
Días atrás circuló profusamente en redes sociales y muy poco en noticiarios de televisión un video que mostraba a unos alumnos del INBA (Internado Nacional Barros Arana) apedreando la guardia de una repartición militar vecina mientras el personal militar intentaba repelerlos usando una manguera contra incendios.
Entrevistado el Jefe de Estado Mayor de dicha repartición manifestó que ya contabilizaban trece ataques similares y que habían efectuado las correspondientes denuncias.
Habitualmente evito deliberadamente referirme a las actuaciones de nuestras Fuerzas Armadas, especialmente si mi opinión pudiera parecer una crítica abierta o encubierta, toda vez que creo firmemente en que otra cosa es con guitarra, es decir cuando se tiene la responsabilidad.
Tampoco lo haré en esta oportunidad, asumiendo que se hizo lo que los protocolos y las circunstancias imponen ya que, en el mundo en que vivimos, resulta impensable usar el armamento de las guardias ante una agresión como la que hemos presenciado, por repetitiva que sea.
Por lo demás la persistencia del más destacado y empapado lanzador de piedras deja la impresión que actuaba a sabiendas que su ataque no sería contestado ni siguiera con fuerza proporcional, como se estila imponer en las discutidas reglas de uso de la fuerza.
Una pedrada bien dirigida puede causar grave daño, incluso dar muerte. Por algo en la antigüedad diversos ejércitos usaban honderos entre sus tropas, peltastas en la Grecia antigua, justamente por su capacidad de causar grave daño físico al adversario.
En oposición, una manguera contra incendios, salvo haga resbalar a quien reciba su chorro y le provoque una fatal caída, no parece una respuesta proporcional o equivalente que haga desistir al porfiado atacante.
Devolver las pedradas sí podría hacerlo pero imagínese estimado lector si, por desgracia, buena puntería o ambas, el militar sí le causa grave daño al niño que sólo se divertía para poder sobrellevar la pesada carga de sus estudios, como más de algún comentarista señalaría.
Las penas del infierno para el militar y la victimización del niño que debería ser compensado generosamente por el Estado junto con su familia y futuras generaciones de la misma. Quizás incluso un cargo de representación popular desde donde podrá causar más daño a la convivencia sin jamás reconocer su responsabilidad en lo sucedido.
Uso la expresión niño ya que si los violentos anarquistas son considerados jóvenes manifestantes, un alumno que aprovecha su recreo, si es que tiene clases, para apedrear a los vecinos, sólo estaría jugando.
El problema es que a medida que crezca este niño puede acostumbrarse a juegos cada vez más peligrosos toda vez que, salvo un remojón, nada arriesga.
He escuchado sí más de alguna crítica pero, ¿qué se podría hacer?
¿Disparar al aire para “asustar” al niño, siempre que no haya edificios de altura en la vecindad?
¿Y si no se asusta y persiste?
¿Usar lo que entiendo llaman “perifonear” con un mensaje apropiado?: por favor, deje de tirarnos piedras.
¿Y si, imitando a los overoles blancos, el niñito ahora empieza a lanzar molotovs o sus piedras hieren a algún militar?
¿No habrá algún fiscal que pueda actuar de oficio antes que se produzca una desgracia que es lo que seguramente buscan quienes estimulan estos incivilizados comportamientos?
30 de jul. de 22
Las opiniones en esta columna, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional