En un día como hoy, 28 de enero del año 1823, nuestro Capitán General y Director Supremo del Estado de Chile, don Bernardo OHiggins Riquelme, fue forzado por la oligarquía a abdicar del mando supremo, lo que es una negra página para nosotros los ohigginianos.
Comparto con ustedes esta Perla OHigginiana de mi autoría en que relato tan aciago suceso.
Cordiales saludos para todas y todos.
Era un caluroso 28 de enero, en que la canícula caía a plomo sobre la chata ciudad a orillas del Mapocho.
Coetáneamente, el calor de las pasiones y el ardor revolucionario estremecían las vísceras de la naciente república.
Un proceso de corrupción que abatía al régimen se manifestaba en los más diversos sectores, y todo presagiaba un desenlace violento, sangriento, capaz de destruir la unidad del joven estado.
Los rumores corrían desatados, los odios y pasiones ardían, síntomas perturbadores de un quiebre irremediable, voces que pedían la salida del Director Supremo, que parecía intentar eternizarse en el mando con la Constitución de 1822, obra del Ministro Rodríguez Aldea, ampliamente repudiado por los sectores oligarcas.
A fines de noviembre de 1822, el general Freire, antiguo compañero de armas y fiel amigo del Director, había levantado las banderas de la insurrección, hastiado de ver desatendidas las justas reclamaciones del Ejército que mandaba, postergado y humillado por Rodríguez Aldea, que cegaba al Director con sus manipulaciones siniestras.
El 2 de diciembre, Coquimbo y Concepción estaban completamente insurreccionadas, y sus reclutas comenzaban a movilizarse hacia Santiago.
El 7 de enero de 1823, el Libertador abría sus ojos a la realidad y despedía de su cargo a Rodríguez Aldea, pero esta decisión tardía no bastaba para sofocar la violencia desatada en contra de su persona.
Ese 28 de enero de 1823, en la calurosa jornada, la revolución civil, sin armas, se asomó en el Tribunal del Consulado, repletado por una nutrida concurrencia que sumaba muchos ciudadanos de las clases más elevadas de la población.
Los enfervorizados concurrentes acordaron formar una Junta encargada de obtener la renuncia del Director, y se designó en ella a don José María Guzmán, a don Fernando Errázuriz y a don Mariano Egaña.
El Director, enterado de los sucesos, recorrió los cuarteles, comprobando con dolor que la férrea unidad del Ejército en su persona ya no existía, vio apuntar la insurrección en sus más cercanos, debió deponer del mando al coronel Merlo, nada menos que comandante de la Escolta Directorial, y al coronel don Luis Pereira, comandante de la Guardia de Honor, atendido que ambos hacían causa común con Freire. El Libertador entendió que se quedaba solo.
Ante el riesgo de un sangriento choque para deponer la insurrección, y escuchando a los emisarios que le enviaban los reunidos en el Consulado, se presentó en la repleta sala, a las 6 de la tarde.
La historia nos ha preservado la escena de los violentos diálogos del Director con sus acusadores, reflejo de la lucha que se libraba en su corazón tan patriota, hasta ceder y entregar el mando, ofreciendo su pecho si en algo había ofendido a alguien.
El Libertador y Padre de la Patria había triunfado sobre el Director Supremo, el héroe sobre el dictador, el patriota sobre el detentador del poder total.
Ese día, el Libertador nos mostró, una vez más, su desinterés, su amor a Chile, su deseo de no desenvainar la espada contra sus compatriotas, sino de servir a la gran causa de la libertad.
En cada nuevo aniversario de la abdicación, rendimos un tributo de admiración y gratitud al Libertador, ejemplo de virtudes republicanas que aún mantienen entera vigencia y valor.
Un aporte del Presidente del CAC de la Unión, Brig. Gustavo Basso Cancino