Esta es una notable columna de Fernando Villegas en la edición del Domingo 10 de Julio de 2005 en LA TERCERA, que casualmente, se empalma perfectamente con lo que estabamos discutiendo. Ya vendrá una opinión original, sólo dejen terminar el semestre. Y si la paciencia no alcanza, pues manden sus propias ideas.
Puede usted viajar por todo el mundo y jamás encontrará un monumento que conmemore los trabajos de una comisión. Es lógico: rara vez han logrado algo que valga la pena. No nacieron para desfacer entuertos, desenterrar verdades o resolver problemas, sino para posponer, distorsionar, enredar y sepultar. Las excepciones sólo confirman la regla. La comisión de Verdad y Reconcilición, que hizo estimable tarea, no modifica el hecho de las cientos que han nacido y perecido sin pena ni gloria en los parlamentos o reparticones públicas. Lo mismo casi segurmente sucederá con la creada en el Congresopara investigar los contratos que ligan a parientes presidenciales con la gran Teta Fiscal. Todo así lo augura. No por nada los intercambios de insultos que los honorables protagonizaron en un principio han mutado, dice la prensa, en casi amables “ironías”. Como sucedía en la Guerra Fría, donde ambos bandos estaban dispuestos a urticar y picanear al otro, pero no a escalar el conflicto hasta las últimas consecuencias, lo cual entrañaba una “destruccuón mutua asegurada”, así también y de súbito los señores políticos se percataron que de llegarse a los extremos saldrían a relucir paños muy sucios, involucrándolos a todos.
SINECURAS
Sinecura es la palabra que proviene de la expresión latina Sine cura, que significa “sin trabajo o cuidado, sin esfuerzo”. Es casi exactamente como se define término en cualquier diccionario de español: cargo retribuido que ocaciona poco o ningún trabajo. Los beneficiados por las sinecuras son a la administración de todo Estado lo que los vagonetas e ineptos son a casi cualquier familia, a saber, un lastre inevitable, un peso muerto que no puede ser amputado así como así. El Estado está tan atado a ellos como la familia al inútil que le ha tocado y por parecidas razones. En el caso de la familia es el lazo consanguíneo. En el del Estado los hay también de camaradería, amistad, complicidad, necesidad, conveniencia, pago de servicios, coimas disfrazadas, etc.
La sinecura es un analgésico político-financiero de uso diario para los temporalmente desconectados de “la cosa pública” pero a los que se necesita tener a mano, disponibles y en todo caso bien dispustos. En la vieja Inglaterra se hablaba de la “lista civil”. Estaba constituida, en efecto, por una lista de inútiles mantenidos abiertamente por la munificencia del monarca. Ahora, concorde con estos tiempos más sofisticados, se habla de asesorías. En cualquier caso es gente a la cual no se la puede dejar librada a la suerte de la olla. Primero, por sus eventuales servicios electorales el día de mañana; segundo, porque tácticamente sus actuales benefactores establecen con ellos un trato del tipo “hoy por ti, mañana por mí”.
¿Se han ustedes preguntado cómo se las baten los prohombres de la nación una vez abandonados o perdidos sus escaños?.
¿De qué viven entre una nominación y la siguiente?
Ciertamente no de una inmediata reinserción en el ámbito privado común y corriente. Eso puede suceder a veces, pero no es la regla ni tampoco sucede en el acto. Mientras tanto hay que comer, mantener un nivel de vida “digno” e ir cascando a la espera de mejores tiempos. Para eso están los pitutos. Hablamos de directorios en empresas autónomas, invitaciones de colectividades políticas extranjeras, estudios encargados como tarea para la casa, informes, asesorías, etc.
LA HIDRA
Aquí es donde entra a tallar la Hidra. La Hidra es un animal mitológico que consta de muchas cabezas y que, además, restituye las que pierde creando de inmediato otras nuevas. Esas muchas cabezas pertenecen a un solo cuerpo, a un solo monstruo. Se agitan diversamente y quizás hasta hablen y disputen entre sí, pero sus cuellos se funden en un solo tronco y el intrés conjunto de todas es mantener con vida el cuerpo común que las nutre. Tal sucede con la clase política de cualquier sociedad sana, esto es, no dividida en facciones irreconciliables. Es una Hidra donde cada cabeza representa distintos pareceres y hasta contrariados interéses, pero hay un tronco común, un interés común de seguir siendo cabezas de dicha Hidra, de conservar las condiciones de existencias de la Hidra, el prado donde pace y engorda la Hidra. Son, dicho de otro modo, una corporación de derecho privado dedicada a la cosa pública.
Los unen, a sus miembros, toda clase de lazos y no sólo a los que militan en el mismo bando. Tienen una profesión común, se han topado en cientos de ocasiones, se conocen personal y profesionalmente, respetan, aceptan o al menos reconocen las reglas del mismo juego, disfrutan por igual de variados privilegios, han ocupado o pueden ocupar las mismas posiciones, son conspicuos y notorios, celebridades, actores frecuentes del teledrama diario. La misma ley, la misma Constución, la misma estructura política los sostiene, legitima y promociona.
En fin, son seres humanos por igual, esto es, comparten en similar grado la inclinación de homo sapiens por agarrar lo que se pueda donde se pueda, la codicia, el afán de riquezas, de fama y de provecho. Y estando como están en posiciones de privilegio, comparten por igual el hacer uso de ellas pra dar libre curso a esas tendencias, aprovecharse de su posición para asegurar su futuro económico o su bienestar actual. Salvo excepciones, no es entonces arriesgado afirmar que apenas existe político que en un grado u otro no sea o haya sido un animal rapaz o como mínimo una bestia carroñera.
LA GRAN CONCENTRACIÓN
De ahí entonces la necesidad, la inevitabilidad de qu más allá de las diferencias y las amenazas, de los proyectos de ley anunciados a favor de transparencia y la probidad, de los ataques y las denuncias mutuas, a la larga y en el trasfondo se observe la acción de una poderosa y táctica Gran Concentración maniobrando por no permitir que la sangre llegue al río y mantener así las sinecura como institución permanente de la república. Eso refleja, sinmple y afortunadamente, la existencia de una fronda política más menos coherente y estable capaz de arreglarse los bigotes conforme a la ley y sin deshacer el país durante y después de la repartición del botín. La lucha de verdad contra la sinecura, cuando la hay, es llamamiento y convocatoria de facciones polñiticas alineadas del consenso y dispuestas a todo. Es de temerse por lo tanto que en política las limpiezas “a fondo” van de la mano con la antorcha, el revólver, el ajusticiamiento y hasta el genocidio. La frase “limpiar el Estado de elementos pequeño-buergueses” fue acompañada, en la Rusia bolchevique, por matanzas en masa. La eliminación de la parasitaria corte de los monarcas, en Francia se llevó a cabo con un bosque de guillotinas. La historia romana está también repleta de ejemplos.
En fin, al parecer la sociedad política oscila entre dos extremos: o paz y estabilidad social con un grado de corrupción y favoritismo o limpieza y espartana honestidad a toda prueba usando sangre como detergente.
Esperemos -no hay otra cosa razonable por esperar- que Chile se ubique entre ambos extremos: paz y estabilidad al precio de una limpieza, probidad y transparencia a medias, a la chilena, a la virulí, la que veremos, la que ya vemos y oímos.