LA PLEGARIA DEL BUQUE DE GUERRA
Tripulantes que servís a mi bordo:
¡Sed cuidadosos conmigo! Amo mis bronces relucientes, mis pinturas aseadas, mis cubiertas limpias y suaves como un raso, mi maniobra ordenada, mis cañones que se muevan fáciles y a un débil impulso, mis máquinas sin un quejido que las golpee, mis calderas resistentes, y que sean sus departamentos el aseado salón donde brilla la llama del hogar en las estufas. Cuida mi casco que sumido en el agua siente el escozor de los moluscos que lo muerden y que tornan en fatigosas y lentas mis carreras.
¡Cúidame! Recuerda que soy un pedazo de tu patria a flote; un trozo de tu hogar distante. Si son fríos mis aceros, ellos te protegerán un día: ¡Cúidalos!
Coloca en mi toda tu confianza, todos tus bríos y todas tus ternuras. Soy tu corcel del mar, capaz de conducirte a los más apartados rincones del mundo, sin una queja mía! Pero para ésto es preciso que me cuides solícitamente.
Puedo ser también tu pedestal de glorias. Calcula el regocijo tuyo y el regocijo mío si desde nuestra tumba submarina presenciamos detenerse en torno nuestro a toda la Escuadra de tu patria y vemos abatirse nuestra bandera y escuchamos los clarines que nos rinden honores y que alguien nos dice:
“Marinos de Chile!… Descubrirse! — Aquí se hundió un buque chileno con su bandera al tope. Lleguen hasta esta gloriosa sepultura los hurras nuestros!
Hacedme, si el caso llega, acreedor a estos honores que a una hermana mía, hundida en Iquique, se le tributan, y cuyo nombre es el de una piedra preciosa engarzada en laureles! Quiero también para mí tales honores, si el destino así lo exige.
Recuerda que obedezco pasivamente tus órdenes. Si eres cobarde, huyo; si eres valiente, tus energías se comunican a mis aceros y arrastrado por tus impulsos te sigo adonde me lleves: sea a la muerte o al triunfo. En tus manos está mi baldón o mi honra.
En la paz conviérteme en el templo del orden y del respeto a las leyes que nos gobiernan. No admitas a mi bordo a los que conducen el fuego de sus odios sociales. ¡Te ultimarán, tripulante mío! Buscarán tu apoyo para después lanzarte a la miseria o a la esclavitud de ellos mismos! Recházalos! No los quiero a mi bordo!
Y óyeme ahora bien: quiero que en el combate sepas conducirme al triunfo. No te arredren los fuegos enemigos. Pídeme cuanto quieras y te obedeceré al momento. No te compadezca mi casco acribillado; no te intimiden mis fierros que se trituran y que se derrumban con estallidos. Pídeme que siga adelante a toda fuerza y te obedeceré en seguida. Si las metrallas barren mi cubierta y mis blancos rasos se han transformado en púrpura con la sangre que los riega, pídeme siempre adelante a toda fuerza, aunque vaya hundiéndome!!…
Si agonizo, clava en mis topes la bandera de Chile. No me abandones en esta agonía mía. No me entregues! Recuerda que fuí tu más leal compañero y amigo. ¡Húndete conmigo!
Y al morir, quiero tener el final de un paladín de leyenda que al caer derribado y agónico, agita en alto el oriflama de la dama de sus amores… ¡Al más alto mástil mi bandera, este oriflama de mis amores!… ¡Que al hundirme semeje este alto mástil un brazo mío que se alarga desde las profundidades y que agita, desde su tumba, en despedida, su bandera!
Para ésto cúidame en la paz, tripulante mío! Y cúidate a ti mismo, y busca en la ciencia el mejor modo de conducirme sin peligros, y busca en la historia de tu patria la resuelta decisión de morir conmigo!
Transcrita por Adolfo Paúl Latorre del libro de Pierre Chili (Carlos Bowen Ochsenius) titulado MAR Y TIERRA NUESTRA. Cuentos y crónicas, imprenta Victoria, Valparaíso, 1945, segunda edición aumentada.
Viña del Mar, 25 de diciembre de 2011.