Lo que somos en términos profesionales condiciona también de alguna forma la percepción que se tiene sobre nosotros, atribuyéndoles similares características a todos los militares, policías, sacerdotes, o representantes de otras actividades humanas.
Dicen los expertos que la percepción, es la forma en que nuestro cerebro interpreta las sensaciones de su entorno al recibirlas por medio de los sentidos, formándose a base de ella un impresión inconsciente o consciente de la realidad física de su entorno.
Pero todos sabemos que al hablar de percepciones, no referimos también a la forma en que interpretamos las acciones o la forma de ser de los demás seres humanos, en especial cuando no los conocemos, o solo lo conocemos parcialmente.
Es evidente que muchas veces las percepciones sobre otras personas, resultan más benévolas que la realidad, ya que es posible que nos equivoquemos, atribuyéndoles cualidades que no tienen y que con el paso del tiempo, descubrimos que en realidad eran defectos.
Pero ello no es tan grave, por cuanto es preferible equivocarse positivamente, que negativamente sobre los demás, ya que en el primer caso no originamos ningún daño.
A la inversa es más complicado. De hecho todos hemos sentido a lo menos una vez, que existe por parte de otras personas una animosidad hacia nosotros, sin que podamos descubrir la causa.
Peor aún, si llegamos a conocer el motivo y este no necesariamente coincide con la realidad, es probable que aunque nos expliquemos ante quien nos interpretó de una forma determinada, continuemos siendo percibidos negativamente por él.
Cuando se une una percepción negativa con la intolerancia, las consecuencias son aún más graves, ya que corremos en riesgo que se nos juzgue negativamente, sin existir motivos para ello.
Por otra parte, lo que somos en términos profesionales condiciona también de alguna forma la percepción que se tiene sobre nosotros, atribuyéndoles similares características a todos los militares, policías, sacerdotes, o representantes de otras actividades humanas.
Debo manifestar que en ningún caso mi ánimo al escribir estas líneas es negativo, solo es realista, impulsado o influenciado tal vez, por lo que veo a diario en mi entorno, donde percibo que muchas personas son estigmatizadas solo por el hecho de ser o pensar diferente.
La pregunta es obvia, ¿que evita cargar con injustas percepciones?, a mi juicio la transparencia en nuestras acciones por una parte, y por otra, la predisposición de quien nos juzga. Si a esos dos factores le agregamos el conocimiento mutuo, aún mejor sin duda.
Si nada de lo anterior resulta, recuerde que lo más importante no es el juicio de sus semejantes, sino el que le otorga su propia y recta conciencia.
Estimado lector, percibo que usted tiene seguramente, otras respuestas más acertadas que las mías.
ANTONIO YAKCICH FURCHE
Historiador
Lo que somos en términos profesionales condiciona también de alguna forma la percepción que se tiene sobre nosotros, atribuyéndoles similares características a todos los militares, policías, sacerdotes, o representantes de otras actividades humanas.
Dicen los expertos que la percepción, es la forma en que nuestro cerebro interpreta las sensaciones de su entorno al recibirlas por medio de los sentidos, formándose a base de ella un impresión inconsciente o consciente de la realidad física de su entorno.
Pero todos sabemos que al hablar de percepciones, no referimos también a la forma en que interpretamos las acciones o la forma de ser de los demás seres humanos, en especial cuando no los conocemos, o solo lo conocemos parcialmente.
Es evidente que muchas veces las percepciones sobre otras personas, resultan más benévolas que la realidad, ya que es posible que nos equivoquemos, atribuyéndoles cualidades que no tienen y que con el paso del tiempo, descubrimos que en realidad eran defectos.
Pero ello no es tan grave, por cuanto es preferible equivocarse positivamente, que negativamente sobre los demás, ya que en el primer caso no originamos ningún daño.
A la inversa es más complicado. De hecho todos hemos sentido a lo menos una vez, que existe por parte de otras personas una animosidad hacia nosotros, sin que podamos descubrir la causa.
Peor aún, si llegamos a conocer el motivo y este no necesariamente coincide con la realidad, es probable que aunque nos expliquemos ante quien nos interpretó de una forma determinada, continuemos siendo percibidos negativamente por él.
Cuando se une una percepción negativa con la intolerancia, las consecuencias son aún más graves, ya que corremos en riesgo que se nos juzgue negativamente, sin existir motivos para ello.
Por otra parte, lo que somos en términos profesionales condiciona también de alguna forma la percepción que se tiene sobre nosotros, atribuyéndoles similares características a todos los militares, policías, sacerdotes, o representantes de otras actividades humanas.
Debo manifestar que en ningún caso mi ánimo al escribir estas líneas es negativo, solo es realista, impulsado o influenciado tal vez, por lo que veo a diario en mi entorno, donde percibo que muchas personas son estigmatizadas solo por el hecho de ser o pensar diferente.
La pregunta es obvia, ¿que evita cargar con injustas percepciones?, a mi juicio la transparencia en nuestras acciones por una parte, y por otra, la predisposición de quien nos juzga. Si a esos dos factores le agregamos el conocimiento mutuo, aún mejor sin duda.
Si nada de lo anterior resulta, recuerde que lo más importante no es el juicio de sus semejantes, sino el que le otorga su propia y recta conciencia.
Estimado lector, percibo que usted tiene seguramente, otras respuestas más acertadas que las mías.
ANTONIO YAKCICH FURCHE
Historiador