El diputado Guillermo Teillier fue jefe militar del Partido Comunista y, por tanto, supervisaba las acciones del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Una especie de ministro de Defensa de una fuerza subversiva que en los años 80, entre muchas otras operaciones que pretendían desestabilizar el régimen militar, ejecutó el atentado a Pinochet y la internación de arsenales por Carrizal Bajo.
LOS AÑOS CLANDESTINOS DE TEILLER
Juan Cristóbal Peña, La Tercera, 31/03/2013
En los 80, el diputado comunista fue jefe militar de su partido y encargado de las relaciones con el FPMR, que dependía de esta colectividad. Vivía de casa en casa, cambiando de identidad y apariencia, y no vio a sus hijos en varios años. En esta entrevista, el hombre que entonces se hacía llamar Sebastián Larraín, recuerda esa vida y sus funciones como jefe del grupo subversivo que adoptó la lucha armada y los atentados para combatir al régimen de Pinochet.
-¿Autorizó usted el atentado a Pinochet?
-Sí, por supuesto. Fue una decisión del partido.
-¿Y sabía cuándo y cómo ocurriría exactamente?
-No. Saber cosas operativas en detalle era complejo. Por seguridad, no se podía saber todo. Sí tenía la idea de que ocurriría en esos días. Me enteré por televisión, como la mayoría de los chilenos.
-¿Dónde se encontraba usted esa tarde?
-En un departamento de Las Condes, solo, a dos o tres cuadras de la casa de Pinochet.
El diputado Guillermo Teillier fue jefe militar del Partido Comunista y, por tanto, supervisaba las acciones del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Una especie de ministro de Defensa de una fuerza subversiva que en los años 80, entre muchas otras operaciones que pretendían desestabilizar el régimen militar, ejecutó el atentado a Pinochet y la internación de arsenales por Carrizal Bajo.
Vivía casi siempre solo, de preferencia en el barrio alto de la capital, con una identidad falsa y ocupaciones y apariencias que iban variando. Un tiempo era médico, luego empresario, profesor o académico. Cualquier cosa menos lo que era: el hombre que coordinaba y daba el visto bueno a las acciones subversivas más connotadas de esos años.
Ese hombre está sentado ahora en la oficina desde la que dirige el Partido Comunista. Hunde una galleta en el café que tiene enfrente y dice que más difícil que hablar de lo que hizo o no hizo en esos años, es hablar de la relación con sus tres hijos, a quienes abandonó para entregarse a una vida clandestina. Prácticamente, no los vio crecer. Sus tareas como jefe militar eran tan delicadas y riesgosas, que “tenía que llevar una vida clandestina hasta dentro de mi propio partido”.
-Nadie podía saber en lo que yo andaba –dice.
A mediados de 1974, mientras participaba de una reunión política en Santiago, fue detenido por agentes de la SIFA, el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. Estuvo dos años preso y los primeros seis meses los pasó esposado y vendado, bajo tormentos permanentes, en los sótanos de la Academia de Guerra de la Aviación. Años más tarde, en un libro testimonial escrito en tercera persona, él narró lo ocurrido en esos primeros días, que fue la tónica de los que siguieron; el recuerdo de esas sesiones de tortura, en las que le ponían electricidad en los tobillos, pantorrillas, tetillas, genitales y manos, y en las que sentía como si miles de agujas lo atravesaran.
Al recuperar la libertad, no quiso salir del país. Trabajó en una empresa constructora, se relacionó con la madre de su tercer hijo y retomó vínculos políticos. Eran los últimos días de 1977. Los dirigentes de la tercera directiva en la clandestinidad del Partido Comunista habían sido detenidos y hechos desaparecer. Las cosas no podían estar peor, cuando le pidieron formar parte de una nueva directiva. El previno que mejor buscaran a otro, porque había estado preso y lo tenían identificado. De vuelta le dijeron que eso era una ventaja. Nadie sospecharía de él.
Tiempo después, el partido decretó la política de Rebelión Popular de Masas, que consideraba “todas las formas de lucha, incluso las más agudas”. El diseño apostaba a la caída del régimen mediante una fuerte presión social, empujada por acciones armadas. Era 1980. Aún faltaban tres años para que surgiera oficialmente el FPMR y Guillermo Teillier, que entonces tenía 36 años y había entrado por completo a la clandestinidad, era designado jefe de la comisión militar del partido.
-¿Por qué lo eligen a usted?
-Siempre en el partido se hacen consultas, nunca se impone una cosa, los dirigentes tratan de encontrar un acuerdo y resulté elegido por la mayoría. Me dijeron: “Tienes que hacerte cargo”. Y, bueno, me hice cargo.
-¿Tuvo instrucción militar en Cuba?
-No, yo nunca fui a Cuba a hacer instrucción militar. Nunca, ni de seguridad ni de chequeo. Curiosamente, uno podría pensar que sí. Yo estuve varias veces en Cuba, pero no para eso.
-¿No lo necesitaba como jefe militar?
-No, si me hubiera tocado combatir, me hubiera servido. Pero todo eso, como decía Lenin, en el curso de la batalla tiene que aprenderse. La dirección que hacía yo era política y mi trabajo era político, no operativo. Ahora, lo que sí estudié mucho es el tema de la estrategia, táctica, insurrección. En la Unión Soviética recibí algunas charlas, pero de gente del partido nuestro que, a su vez, había tenido charlas allá. Cosas de recuperación de experiencias de la vida clandestina, de saber si uno estaba vigilado o no, de conocer los sistemas de interferencias telefónicas. Fue algo completamente informal, no algo riguroso, donde estuviera encerrado por semanas. Más aprendí acá.
-¿Andaba armado en esos años, diputado?
-No, jamás. ¿Quién sabía que yo era el encargado militar del partido? Si hubiera tenido un arma, habrían dicho: “Este está metido”. No me servía de nada un arma.
El mismo día del golpe de Estado pasó por primera vez a la clandestinidad. Vivía en Valdivia, donde era dirigente juvenil, y los militares lo buscaban con avisos en los diarios y los postes. Por su bien, por el de su familia y el de sus compañeros de partido, no podía aparecer por su casa y arriesgarse a ser detenido.
En esos primeros años no vio a su familia más que un par de veces. En prisión estuvo aislado. Y, poco después de ser liberado, volvió a desaparecer de la vida pública. Sus dos primeros hijos, un hombre y una mujer, bordeaban los 10 años. Su tercer hijo recién había nacido.
-Separarse de la familia, de los hijos, es complejo, más complejo que cualquier otra cosa -dice Teillier-. Pero si usted es un dirigente responsable, si le piden hacer un sacrificio de esa naturaleza, claro que lo va a hacer, porque sabe que está retribuyendo a otros que perdieron la vida.
Vivir en la clandestinidad significa renunciar por completo a la vida real para adoptar una nueva que, en esencia, es ficticia. Significa inventarse una profesión, una apariencia y un nombre. En el caso de Teillier, a veces usó su verdadera identidad y otras una falsa, suplantada de un simpatizante del partido sin figuración o derechamente inventada. Lo importante era cambiarla con frecuencia.
Al comienzo fue José, Roberto y Fernando. Luego, Carlos y, más tarde, Sebastián. Sebastián Larraín.
Este último nombre surgió de manera fortuita. Un día de mediados de los 80 llegó a pedir hora con un médico, y cuando le preguntaron su nombre, él, que usaba cualquier otro menos el de Guillermo Teillier, lo olvidó. Entonces, sobre la marcha, tuvo la ocurrencia de inventarse el de Sebastián Larraín.
El nombre le abrió puertas y en alguna oportunidad lo salvó de algún control de tránsito. También le dio alegrías. No sólo a Sebastián. Cuenta Teillier que mientras se refugiaba en casa de una mujer mayor del partido, ésta, que lo conocía por otro nombre, lo sorprendió con una torta y vecinos del barrio que le cantaron el Cumpleaños Feliz.
En su oficina del Partido Comunista, Guillermo León Teillier del Valle, 69 años, sonríe y dice:
-Es cierto, yo tenía varios cumpleaños al año.
-¿Cuáles eran sus funciones como jefe militar del partido?
-Yo era una especie de coordinador.
-¿Las principales acciones del FPMR pasaban por su aprobación?
-El problema que teníamos ahí era de seguridad. Ellos hacían una planificación general, pero no podían dar a conocer las acciones. En ese sentido, era bien difícil y compleja esa relación. No es que ellos anduvieran por la libre, no, pero tenían cierta autonomía dentro de un marco general. Por ejemplo, si venía una protesta, ahí nos reuníamos para ver qué podíamos hacer.
-¿Hubo acciones del FPMR que el partido no autorizó?
-De repente surgían situaciones que nos pillaban de sorpresa.
-¿Y el secuestro del hijo de Manuel Cruzat? (Gonzalo Cruzat tenía 11 años cuando lo capturó el FPMR, en abril de 1984, lo retuvieron cuatro días y lo liberaron luego de que su padre pagara un millonario rescate).
-Fueron cuestiones complicadas. Rápidamente, eso lo desechamos de nuestra forma de actuar… Ellos (en el FPMR) sabían que tenían que apegarse estrictamente a una disciplina, tenían que hacer cosas medidas, viendo el efecto que podían causar. La mayoría de las cosas eran propagandísticas.
-¿Y los asaltos a bancos y financieras también eran aprobados por el partido?
-Nosotros no hicimos asaltos a bancos, que yo recuerde. A armerías sí, eso era aceptado. Ese tipo de cosas son de cajón que las tenían que hacer. Evidente. También, asaltos a camiones con pollos que se repartían en poblaciones. Ahora, yo le quiero decir que el Frente actuaba con bastante responsabilidad. Lo que pasa es que acciones de este tipo traen consecuencias. Hay pérdidas de vidas, riesgos, los que estaban metidos en eso sabían en lo que estaban.
-¿A qué se refiere con que actuaban con responsabilidad?
-Que ellos no se excedían. Cómo le dijera yo… no hacían cuestiones desmedidas. El Frente llegó a ser muy popular, si ellos le hubieran hecho daño a la población, hubiera sido lo mismo que hacían los milicos, que entraban a las poblaciones y le sacaban la cresta a la gente. Sí, es cierto que al Frente le dieron duro, le mataron mucha gente, y el Frente respondió.
Si Guillermo Teillier jamás cayó detenido en los 80 fue porque siguió rigurosamente las normas de clandestinidad. Iba de una casa a otra, cambiando de identidad y apariencia, sin salir más que lo justo y necesario. Usaba bigotes, barba y hasta bisoñé. Luego se rasuraba por completo. El ahora diputado hacía todo eso y lo más importante: jamás volvió de visita a la casa de su familia. Su primera esposa había muerto de cáncer en 1978 y los dos hijos de ese matrimonio quedaron viviendo con la madre del diputado.
Sólo una vez se reunió con su madre y su hija, en uno de los andenes de la Estación Central. Fue un encuentro breve y no se dijeron mucho. Y si se dijeron, Teillier no lo recuerda.
-Una de las cosas que se aprende en la clandestinidad es a olvidar. Usted sabe, por seguridad -dice. Olvidar direcciones, teléfonos, nombres. Cuando se está en lo que estaba el diputado, cualquier dato puede resultar comprometedor, en caso de caer en manos de la policía política.
La clandestinidad puede parecerse a la vida de retiro de un monje. Claro que Teillier no estaba dedicado a rezar. Leía documentos internos, escribía artículos y proclamas y salía a reuniones con altos dirigentes del partido, acompañado siempre por un chofer o enlace. Además, “al menos una vez al mes”, se reunía con Raúl Pellegrin.
El jefe máximo del FPMR ejercía un fuerte liderazgo en la agrupación subversiva. Pellegrin, que pasó su juventud en Cuba y allá recibió entrenamiento militar, fue el encargado de organizar las acciones operativas. Su primer atentado fue un apagón nacional, luego siguieron los asaltos armados y algunos secuestros. Con los años, su capacidad operativa aumentó. La internación de armas en Carrizal Bajo y la Operación Siglo XX, cuyo objetivo era matar a Pinochet, fueron sus acciones de mayor relevancia en 1986. El fracaso de éstas llevó a un proceso de revisión por parte del PC y el intento de intervenir al FPMR. Pellegrin se opuso y logró que La Habana les mantuviera el apoyo. Ya escindido del PC, el Frente Autónomo continuó por su cuenta. Raúl Pellegrin murió en Los Queñes, tras un asalto a la comisaría del lugar fue capturado, junto a Cecilia Magni. Sus cuerpos aparecieron flotando en un río, con huellas de tortura, en octubre de 1988. El FPMR terminó disolviéndose en los 90, tras asesinar al senador Jaime Guzmán y secuestrar a Cristián Edwards.
En los años en que Teillier vivía en la clandestinidad, la dirección del partido era lo más parecido a lo que se puede llamar una familia, cuenta Teillier.
-¿Se deprimía, diputado?
-Yo no soy mucho de deprimirme. Afortunadamente, sé cómo superar eso. Claro, de repente venía la nostalgia, pero yo estaba obligado a tener la moral en alto, la desmoralización es el peor enemigo de un ejército, de los políticos. Si uno está en una dirección, no va a visitar con debilidad a un compañero.
-¿En esos años tuvo pareja?
-No.
-¿Y vivía con temor a ser detenido?
-Yo sabía que podía caer, pero nunca andaba pensando en eso. Yo sabía que tenía que cuidarme rigurosamente para no caer. Además, tenía bastante confianza en el sistema de seguridad que habíamos creado después de todas las caídas.
-Pero la gente del FPMR caía frecuentemente, y no poca gente del partido.
-El Frente era más operativo, y usted sabe que a los partidos los destruyen cuando echan abajo su dirección. Y aquí, pucha que nos echaron abajo compañeros de dirección. Si usted lee la cantidad que tenemos ahí -apunta a un afiche que cuelga en la antesala de su oficina-, son como 400. Entonces, el atentado a Pinochet es una réplica de lo que ellos hicieron con nuestras direcciones. No es nada más que eso. Ellos atentaron contra la dirección del partido. Bueno, entonces nosotros hacemos un atentado contra la persona que ordenó esos atentados. Hay que ponerse en la lógica que primaba en ese momento para entender todos los actos que se hicieron. Si usted los saca del marco, no se entiende.
-¿Justifica la violencia?
-Yo creo que la violencia es condenable porque conlleva muertes. Pero el tema está en que cuando se aplica violencia contra usted, no le queda otro camino que responder. Y a nosotros, en dictadura nos pasó eso. O sea, nos dieron, nos dieron, nos dieron. Hasta que dijimos basta.
Es martes al mediodía y el diputado Teillier está sentado tras el escritorio de su oficina del Congreso Nacional. Muchas cosas han cambiado para él desde los días en que vivía sumergido en la clandestinidad. Volvió a reencontrarse con sus hijos, un proceso que “costó mucho, porque van quedando cosas dentro sin resolver”. Volvió a establecer una relación de pareja y, en definitiva, volvió a ser el que había sido hasta antes de 1973. Después de tres intentos, fue elegido diputado. Y en estos días negocia con la Concertación los cupos al Congreso de la próxima elección, además de un muy probable apoyo a la candidatura de Bachelet, a cambio de participación en un eventual gobierno. El hecho es inédito.
La histórica distancia de la Concertación con el Partido Comunista obedece, en gran parte, a la política militar emprendida por esta agrupación en los 80. Las diferencias se agudizaron con la internación de los arsenales de Carrizal Bajo, en un hecho en que el diputado reconoce participación directa, tanto en la compra como en el traslado de varias toneladas de armas.
-Yo salí a pedir ayuda para desestabilizar definitivamente a la dictadura -dice ahora.
Y dice que lejos de considerarlo un error, siquiera una derrota definitiva de la política militar del partido, la internación de los arsenales y el atentado a Pinochet “dejaron al descubierto las debilidades de la dictadura” y “ayudaron a dar una salida política”.
-Usted escucha a Ricardo Lagos, que dice que aquí derrotamos a la dictadura con un lápiz y un papel. Mentira. Si no hubiera existido todo este sacrificio del pueblo, de lucha, no habría sido posible.
-¿Ha habido cinismo de la Concertación al respecto?
-Es que, por una parte, nos criticaban, pero en las conversaciones con nosotros alentaban a que siguiéramos adelante. Ofrecían su colaboración porque sabían que les convenía a su política. Yo podría relatar conversaciones de la época, que no voy a relatar por compromisos, que dejarían a muchas personas en vergüenza…