Antonio Yakcich Furche, Presidente del Instituto O´Higginiano de Rancagua
La batalla del uno y dos de octubre de1814 llegaba a su fin en Rancagua. Bernardo O´Higgins se convertía en héroe, al romper el cerco pese a las difíciles circunstancias, llevando en sus manos la llama de la libertad, acompañado de un grupo de valientes que, pasados los años, vengarían junto a su jefe la derrota, con el triunfo en la cuesta de Chacabuco.
Mientras ello ocurría, por la trinchera sur entraban a la plaza los Talaveras y el resto de las tropas realistas, dando muerte a los últimos defensores, que heridos, como el abanderado Ibieta, oponían una postrera y ya inútil resistencia.
San Bruno, recorriendo las ensangrentadas esquinas de las calles en cruz que acceden a la Plaza, no podía comprender como un ejército profesional como el realista, había tenido tantas dificultades en vencer a un grupo de patriotas, que sin mayor preparación militar, se negaron a rendirse pese a la fuerza de los hechos.
A pocas calles de dicho lugar, en la actual Casa de la Cultura de Rancagua, en donde instaló su Cuartel General, Mariano Osorio no podía ocultar su malestar, sus tropas, seleccionadas en Lima bajo supervisión directa del Virrey, habían sufrido innumerables bajas, haciendo que el sabor de la victoria tuviera un amargo gusto.
San Bruno y los demás jefes militares llegaron solícitamente a tratar de calmar el malhumorado talante de su jefe, ofreciéndole como paliativo a su disgusto, cinco estandartes patriotas capturados cuando ingresaron a la plaza heroica.
Dos eran del Batallón de Infantería Granaderos de Chile, uno del Batallón de Auxiliares Nº 3, una Bandera de Guerra y una Bandera Negra.
Decidió al recibirlos enviarlos a Lima al Virrey Abascal, para ser colocados en la Iglesia de Santo Domingo, en el altar de la Virgen del Rosario, en señal de agradecimiento por el triunfo en Rancagua, el que consideraba definitivo.
Además, el presente que enviaba serviría a su juicio, para calmar en parte, el impacto que recibiría la limeña autoridad por las elevadas bajas sufridas por el Ejército del Rey, al enfrentar un grupo de insurgentes sin valer militar.
Abascal cumplió con lo propuesto por Osorio, siendo desde entonces los estandartes, además de una ofrenda a la Virgen, el testimonio del triunfo monárquico en este confinado rincón del mundo, el que por siglos habían tratado de dominar.
Pasaron los años, la rueda del destino continuó su incesante rodar, la suerte y los resultados cambiaron de bando, desde Chacabuco en adelante serían los patriotas, liderados por el unánimemente designado Director Supremo O’Higgins, los que gradualmente someterían, derrota tras derrota, a las orgullosas fuerzas españolas.
Pero la visión de estadista de nuestro Padre de la Patria, iría mucho más allá que la expulsión del territorio nacional de las fuerzas realistas, al asumir por decisión propia, la preparación envío al Perú de una expedición libertadora, que consolidara la independencia nacional y latinoamericana.
Bajo su visión y dirección política estratégica, entró a Lima en 1821 el Ejército Libertador, encontrando sus integrantes los estandartes en la iglesia en que habían sido dejados.
Entonces, fueron enviados por San Martín a Santiago, para ser entregados a O´Higgins, por estimar que nadie mejor que él podría apreciarlos en su real dimensión.
Nuestro Padre de la Patria al recibirlos, decidió enviarlos en custodia a Rancagua, por considerar que debían permanecer en el lugar en el cual flamearon durante la batalla.
Reforzó lo anterior con un decreto que manifestaba; “Declaro que la villa titulada Santa Cruz de Triana, Capital del Partido de Rancagua, en premio de los expresados sacrificios y méritos contraídos, puede y debe, de hoy en adelante, titularse la Muy Leal y Nacional Ciudad de Santa Cruz, Capital del Partido de Rancagua”, diseñándole además un escudo de armas con la leyenda; “Rancagua renace de sus cenizas porque su patriotismo la inmortalizó”.
Continuaría el tiempo su paso inexorable y en 1869 se concretaría una aspiración respaldada por el clamor ciudadano, la repatriación de los restos del ya inmortal chillanejo desde Lima, en donde habían sido sepultados a su muerte, reparando, a lo menos en parte, la injusticia cometida por décadas, por los habitantes de la Patria que él como nadie, había forjado desde sus inicios.
La comisión encargada de la repatriación de los restos, resolvió llevar desde Rancagua a Santiago los cinco estandartes, para ser colocados detrás del catafalco del héroe, durante su recorrido por las calles de la capital.
Con ello, su épica acción militar estaría de alguna forma presente, recordándole a todos los que se consideraran patriotas, que la llama de la libertad, tal como había sucedido en Rancagua, no podía, ni debía apagarse jamás.
Pero algo ocurrió, finalizadas las celebraciones, llevadas a cabo con el recogimiento propio de la ocasión, mezclada con la alegría de haber recibido nuevamente en tierra patria a su más selecto hijo, los gloriosos estandartes patriotas desaparecieron, no volviendo a ser encontrados, perdiéndose definitivamente su rastro, pese a un enorme esfuerzo de búsqueda llevado a cabo en diversas épocas por distinguidos historiadores.
No hubo lugar que no fuera revisado, incluyendo las bodegas de organizaciones públicas y de museos, amén de otras muchísimas pistas que se exploraron, no lográndose resultados positivos.
El Instituto O´Higginiano de Rancagua, tras de más de dos años de investigación, logró establecer la forma y características de los cinco estandartes, confeccionando con dichos antecedentes sus réplicas históricas.
Con ello, si bien no se obtuvieron los originales, se pudo contar con un registro físico que permitieran a las generaciones actuales y futuras, visualizar parte de nuestra historia patria, tal vez, uno de sus más importantes episodios.
Entonces, en una emotiva ceremonia pública, en la misma heroica plaza que cobijó la defensa O´Higginiana y luego de dos siglos de la inmortal batalla, el Instituto los restituyó a la ciudad de Rancagua y a sus habitantes.
Desde entonces, anualmente, cada vez que se cumple un nuevo aniversario de los hechos ocurridos el primero y dos de octubre de 1814, se renueva el compromiso de la muy leal y nacional ciudad, traspasándose los estandartes a una nueva generación de jóvenes, previo su egreso de la enseñanza media, entregándoles la responsabilidad de custodiarlos y proyectar su significado hacia el futuro.
En la Iglesia de la Merced, mudo testigo de los hechos heroicos ocurridos hace más de doscientos años, situada en la trinchera norte de la batalla, la misma que vio como O´Higgins desde su torre contemplaba la retirada de la Tercera División y asombro, que había sido junto a su tropa abandonado a su propia suerte y desde la cual bajó convertido en héroe para disponer la ruptura del cerco, pueden en la actualidad ser vistos y apreciados las réplicas de los estandartes perdidos de Rancagua.