Martes 06 de Septiembre de 2011
María Ester Roblero Cum
Periodista y magíster en Literatura
Periodista y magíster en Literatura
Ante el trágico accidente que nos tiene a todos conmovidos, muchas personas y medios de comunicación han constatado la precariedad de las instalaciones del archipiélago Juan Fernández y su necesidad de ayuda. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en las más de 3 mil islas que constituyen ese pedazo del Chile Insular, además de otros 2 mil islotes. Todos ellos juntos suman aproximadamente el 14% de nuestro territorio, pero aunque esa cifra es alta, el dato relevante es que muchas de estas islas están habitadas.
A pesar de ello, en nuestro país no existe un plan estratégico insular ni en salud ni educación o vivienda… Y a eso me refiero con “mis impresiones”.
Es impresionante comprobar cómo en Quenac, isla de Chiloé, muchas generaciones han quedado marcadas por un incendio que destruyó gran parte de la isla. No fue posible apagarlo, por falta de medios. En Caguach, como en muchas otras islas, no hay luz eléctrica. Los recursos asignados por la municipalidad para la escuela no alcanzan para comprar combustible para el generador, y son los propios profesores quienes deben aportar de su bolsillo para poder alumbrar la escuela el resto del tiempo. Lo impresionante es que cada cierto tiempo les llega de regalo desde el Ministerio de Educación “material audiovisual interactivo”, como si ellos sí tuviesen energía a la mano…
En muchas de nuestras islas de Chile las escuelas no tienen enseñanza media y los niños que quieren seguir estudiando deben irse internos al continente. Pero suele pasar que las niñas son mejores alumnas, o que los niños deben o prefieren quedarse trabajando la tierra o en el mar. Y así la isla queda sin mujeres, los adolescentes se convierten en hombres sin formar pareja, sin verse a sí mismos como futuros padres. Sin luz ni entretención al atardecer. El alcohol se convierte en el pasatiempo. No conozco la tasa de suicidio de jóvenes en las islas del sur, pero sí me ha tocado impresionarme al conocer varios casos, y conversar con los carabineros de la zona, para quienes este drama es demasiado frecuente.
En nuestras islas los profesores y carabineros son vistos en forma diferente por la comunidad. Los carabineros no son los pacos que vienen con el guanaco. Son el cable con el continente, enviados para suplir lo que falta en demasía. Qué decir de médicos y paramédicos. Al igual que ellos, los profesores son héroes, se van “internos” en la semana a las islas, viviendo muchas veces en albergues creados por los lugareños. Y conocen a los niños: saben que en Isla de Pascua los niños se desconcentran más y que en Chiloé son muy tímidos.
Qué decir cuando alguien muere en el mar. Las patrullas de la Armada buscan, y a veces encuentran. Muchas veces encuentran en la isla del frente, otras veces no. He estado en velorios sin cuerpo, donde el llanto desgarrador es doble.
Pero así como todo lo bueno del continente parece no poder cruzar a las islas, lo malo les llega a motor. Tras la quiebra de muchas salmoneras en el sur, la cesantía asoló las islas. Y aquellos que habían confiado en el auge del salmón y se habían embarcado en la compra de buenos colchones y frazadas, o un televisor, con tarjetas de multitiendas, pronto no pudieron pagar, pero las cobranzas y amenazas de embargo les empezaron a llegar como volando, como si no existiera el mar de por medio. Dicom no perdona ni una isla. Y entonces viene la otra tragedia asociada a la falta de leyes: aparecen los buques factory , que operan al margen de toda ley en el mar tras los límites. Jóvenes, incluso niños, parten a trabajar en regímenes infrahumanos, en aguas donde no llega la inspección del trabajo, ni una voz sindical y donde pareciera que la Rerum Novarum es un cuento del siglo pasado.
Eso y más he visto en muchas de nuestras islas. Y junto al sufrimiento, soledad y precariedad, también he visto una reserva moral infranqueable. Y además, como se usa decir hoy, mucho patrimonio material e inmaterial. Porque en las islas, cada campanario es un medio de unión y comunicación, y cada fiesta es la memoria. Un pedazo importante del alma nacional aloja en esas tierras que constituyen lo que dice la cifra: el 14% de Chile.
La tragedia de Juan Fernández nos invita a mirar las islas. Me pregunto cuánto cuesta tener políticas de salud, educación o vivienda para ellas. Pero en el sentido de “estrategias” de esa palabra, y no en el sentido de las campañas electorales o de eventos para la foto.
No puedo dejar de citar, para finalizar esta carta, esos versos maravillosos de John Donne, que Ernest Hemingway eligió para iniciar una de sus novelas más famosas:
“Ningún hombre es una isla, entero en sí mismo; todo hombre es un pedazo del continente, una parte de tierra firme; si el mar se llevara un terrón, Europa perdería un promontorio como si se llevara la casa de sus amigos o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad; y por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.4