Tras la huella de los Héroes Olvidados de la Guerra del Pacífico.
Una Patria, Una Bandera – Cuando Chile estaba por sobre todo. Si la gente compartiera en vez de solo apretar me gusta, quizás más gente le daría la importancia que merecen, a quienes pusieron a Chile sobre todo.
HÉROES OLVIDADOS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO – QUINTÍN QUINTANA LAUCHEN
Antes de las grandes batallas por Lima, en la región de Ica aparecen las primeras relaciones del ejército chileno con los chinos, quienes eran representados por Quintana.
Francisco Machuca en su obra “Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico” nos dan a conocer a este personaje y su participación de la siguiente manera: “Una de las principales casas de comercio chinas pertenecía a don Quintín Quintana, caballero de cierta ilustración, extraído de china traidoramente y vendido a un rico hacendado de la vecindad, simulando la esclavitud con un contrato de arrendamiento de servicios por 20 años, a dos soles anuales.
Afincado de Ica y comerciante con tiendas surtidas en Ica y Pisco, recibió a los chilenos con la gratitud que inspiran los libertadores de sus compatriotas, sumidos en la más cruel servidumbre en los cañaverales, y víctimas de un tratamiento cruel e inhumano.
Quintana hospedó en su casa a los jefes chilenos, los agasajó, sirvió de guía a los destacamentos e hizo cristiano a sus hijos. El coronel Amunátegui sirvió de padrino a uno de ellos.”
Obviamente al ser liberados de sus patrones dueños, la estancia en dichas tierras sería un infierno si quedaran allí sin la protección de Chile, por esta razón deben alejarse. En la misma obra de Machuca nos explican todo: “Al evacuarse a Ica, no puede quedarse en la población; los nativos le habrían hecha pagar caro su chilenismo. Envía a bordo a su familia, y él a la cabeza de sus hermanos libertos, sigue a la División Lynch, prestándole importante servicios, en la conducción de bagajes, transporte de heridos, y provisión de agua, leña y verdura para el rancho de la brigada. Se internan centenares de kilómetros en los valles vecinos en busca de víveres; algunos no vuelven; unos chinos menos, y nada más. Durante el trayecto, se pliegan los esclavos de las haciendas de caña, riquísimas en aquella zona, de suerte que Lynch llega con unos 1.500 a Lurín, a donde acuden más compatriotas de las heredades vecinas. Después de una peroración oída con religioso respeto, se procede a las complicadas ceremonias de juramento de fidelidad a Chile, en el altar de los sacrificios, en el cual se inmola un gallo, se bebe la sangre caliente aun y se presta el juramento, que es terrible y sólo, se exige en circunstancias muy solemnes. El perjuro queda sujeto a la suerte del gallo, a que su sangre sea bebida por los concurrentes.
Con la mano derecha en alto, los chinos juran seguir a Quintín Quintana, servir al General en jefe, y obedecer ciegamente “si se ordena trabajar, trabajar si matar, matar; si incendiar, incendiar; si morir, morir”.
Terminada la ceremonia se dirigen en perfecta formación, en filas de a cuatro, a ratificar su promesa ante el General en jefe, que se presenta en los balcones a recibirlos.
Quintín sea adelanta y dirige al señor General esta alocución:
“Mi General: He vivido durante veinte años en el Perú; he conseguido por mi trabajo y acierto, los medios de vivir; los caballeros se han portado bien conmigo y mi familia; no tengo ningún odio personal; pero me lleva a sacrificar mi fortuna y hacer lo que hago, mi cariño por estos infelices cuyos sufrimientos no podría nadie imaginar.
Hay aquí hermanos que durante ocho años han estado cargados de cadenas sin ver el sol, y los demás han trabajado como esclavos. No quiero para ellos nada más que la comida y la seguridad de que no sean abandonados en esta tierra maldita; que el general los lleve donde quiera, que yo los mando a todos”.
El General les hace saber por su ayudante, teniente don Domingo Sarratea, que tendrán todo lo que desean. Los chinos reciben esta declaración con gritos de alborozo; luego forman en la plaza, dirigido por su Jefe Supremo, Quintín, un segundo, cuatro divisionarios, doce centuriones y veinte jefes de decurias.
Se procede en seguida al reparto del personal para los diversos servicios: 500 de los más jóvenes y resueltos pasan a los pontoneros del capitán Villarroel, destinados a hacer saltar las minas, bombas automáticas y cortar los hilos de las baterías eléctricas.
Esta sección saluda con entusiasmo al nuevo jefe, que les habla en su lengua nativa. 300 van a las ambulancias para ayudar al transporte de heridos en el campo de batalla.
900 al parque destinados a embalar municiones. 100 al bagaje para distribuir forraje y cuidar del ganado.
300 a la Intendencia General, para formar cargas para las mulas, transportar bultos, coser sacos y demás trabajos propios del movimiento interno de bodegas y almacenes.
El resto al mando de Quintana, disponibles, a las órdenes de las autoridades superiores. Muchos pasan a ayudantes de los asistentes y aun de asistentes titulares de clases y soldados.
Y todos contentos y felices, con kepí y uniforme de brin, y botas de tropa, proporcionadas por la Intendencia.
El General después de visitar la Intendencia, pasa a las ambulancias que desarrollan prodigiosa actividad; ordena a Quintín Quintana que con su regimiento de chinos, cave profundas fosas para el entierro de los muertos, y si falta tiempo, amontone los cadáveres enemigos y proceda a quemarlos; se encamina después a los campamentos; revista las Divisiones, llenados ya los claros de los caídos, formada y numerada la tropa, lista para entrar en combate.
Importante y útil labor proporcionaron a Chile como sirvientes en la mayoría de los casos en todas las labores más ingratas que se deben hacer en una guerra. Nada se dice que hayan tenido la labor de combatir y menos que se les hayan entregado armas para dicha labor.
Poco más se sabe de este personaje, que vuelve junto al Ejército chileno avecinándose en el país junto a su familia en la ciudad de Santiago.
En nuestro país, la historia nos dice que era asiduo visitante de las Sociedades de Veteranos del 79 y como policía municipal donde fue Jefe de la Unidad de Pesquiza, y muy tenido por la delincuencia. Este órgano es precursor de la PDI. Desde hace años, que en ella se le reconoce su labor.
Fue casado con doña Eugenia Hernández, con la cual se traslada a nuestro país junto a sus hijos Abraham, Lorenzo, Sara y María.
Muere de peritonitis el día 06 de Marzo de 1902 y sus restos depositados en el Mausoleo Guardia Municipal del Cementerio General. Lamentablemente dicho mausoleo que se ubicaba en la calle donde descansaban los restos de O’Higgins (Entrada Av. La Paz, cerca de actual Panteón de Jefes y Oficiales del Ejército) ya no existe y los restos de este asiático servidor de nuestra bandera se han perdido como muchos restos de otros héroes de la patria.
“Esto y mucho más de nuestros héroes en www.laguerradelpacifico.cl
Por Mauricio Pelayo González
Un hombre solo muere cuando se le olvida…..