Señor Director:
En carta de ayer, el señor Rodrigo Frías hace una comparación entre el respeto a los monumentos que existe en el Perú y en nuestro país. Veamos algunos ejemplos del caso chileno:
El año 2012, para graficar la cantidad de basura que produce la comuna de Santiago, alguien tuvo la idea de tapar con bolsas de basura el monumento a Pedro de Valdivia.
Poco después, el 2013, Greenpeace realizó una protesta rodeando de témpanos simulados el monumento al general Baquedano y la tumba del Soldado Desconocido.
En el año 2014, los partidos del Mundial de Fútbol Calle se jugaron sobre la cripta subterránea que guarda los restos del general O’Higgins (imagínese la reacción si el sepultado allí hubiese sido un lonko).
El 2015, una creativa intervención cubrió de franjas blancas las estatuas de todos los próceres a lo largo de la Alameda.
Todo esto ocurrió frente a las ventanas de las principales autoridades de la nación. No es tan extraño que ahora se haya elegido ultrajar los monumentos como expresión de la ira social.
En Chile había precedentes que contemplamos impasibles —y algunos con beneplácito—
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