CALOR
- B. Cooper
El Mercurio, Día a día, 17/12/2022
Es a veces inhumano. En la pobreza casi no se puede hacer nada en su contra. ¿Adonde refugiarse? No hay árboles, no hay plazas, y los techos de ardoroso zinc se derriten sobre sus cabezas… Sacarse la ropa, mojarse el pelo, esperar a que llegue la noche. Y entonces todo sigue caliente.
Niños bañándose en las pilas de agua, abriendo los grifos para los incendios, manguereándose gracias a la vecina.
Ancianos fatigados, casi sin aire, a punta de improvisados abanicos de cartón o tapas de ollas. Con suerte por ahí un ventilador que mueve los soplos abrasadores y los hace más llevaderos.
Otra cosa es el campo. Ahí si hay árboles, y acequias, y sombras hasta frías debajo de parrones y castaños. Bajo los sauces también.
Un tranque o un río, donde ir a darse “consumidas” y volver a la vida. Otra cosa es el campo.
Y también cerca del mar. Las temperaturas distintas, corren brisas y esperan las playas.
El mar, tempestuoso a veces, en otras todo lo aquieta y lo equilibra. “Puras brisas te cruzan también … Y ese mar que tranquilo te baña …”
Majestuosa era la blanca montaña, hoy parda como un viejo ratón muerto…
Hay que hacer plazas para los pobres, plantar árboles para los pobres, construir piscinas para los pobres, entregarles viviendas frescas y bien acondicionadas.
Si no, todo se perpetúa. Y como dijo un columnistas esta semana, comienza el malestar. Y con razón.
¿Quién quiere vivir en el infierno? Tal vez ni siquiera los demonios.
Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
Las opiniones en esta sección, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional